Estoy en la sala de espera del médico, sentado frente a una mujer muy mayor. No hay nadie más. Las sillas están puestas de manera que la distancia entre mis rodillas y las de la mujer sea exactamente un centímetro menos que la necesaria para estar cómodos. No es que nos rocemos, nada de eso. Es que mis rodillas y las de ella deberían estar al menos un centímetro más separadas. Por culpa de ese centímetro de diferencia es que tengo los pies echados hacia atrás, cruzados el derecho sobre el izquierdo, a punto de dormirse los dos. También por culpa de ese maldito centímetro es que mis ojos, como los de la mujer, están desviados hacia la ventana que tenemos al lado, a mi izquierda (su derecha). Así es que apenas sé algo de su aspecto, excepto por la ropa gris, la piel de la cara llena de arrugas, las manos correosas y el pelo cubierto por una especie de gorra negra, chata.
Al otro lado de la ventana hay una calle estrecha, y más allá un edificio en el que el piso correspondiente al nuestro es el último, de manera que justo por encima se ve el borde de una azotea. Allí, casi en el límite de mi visión, asoma la cabeza de una mujer, luego los hombros. Está trepando a la pared que separa la azotea del vacío de cuatro pisos. Cuando lo logra veo que está vestida con remera y shorts, algo muy poco apropiado para el frío de este agosto. Hace equilibro en el borde, y luego se lanza hacia su derecha, es decir en la dirección en que ya no puedo verla.
Miro de reojo a mi compañera de sala y compruebo que está mirando a la mujer de enfrente. Pero su expresión no dice nada, no me cuenta ni un detalle de lo que está ocurriendo con la aparición. Ella está situada mucho mejor que yo para ver, y sin embargo parece que no le interesara.
Vuelvo la vista a la pared de la azotea. Durante los pocos segundos de mi distracción ha llegado un policía de uniforme, se ha trepado también a la pared, y ahora eleva su pistola al aire y dispara en la dirección en que se fue la mujer. Por algún motivo el disparo suena apagado, lejano. Seguramente la ventana del médico tiene vidrios dobles.
La anciana que casi me toca las rodillas sigue sin dar signos de que esté ocurriendo nada, ni siquiera cuando el policía se lanza hacia donde pronto no lo podré ver más y justo antes de desaparecer resbala y está a punto de caer. Lo único que hace la anciana, y no estoy seguro de que no lo estuviera haciendo antes, es golpetear el dorso de una mano con el dedo mayor de la otra, toc, toc, toc, pero sin ruido, toc, toc, toc, siguiendo el ritmo de algo que tal vez haya ocurrido medio siglo atrás.
Pasan dos o tres minutos, algún tabú me impide mirar el reloj para estar seguro, y la azotea de enfrente permanece tranquila. Entonces alguien que está fuera de la vista levanta por el borde de la pared un bulto negro, largo, una especie de bolsa pesada. Veo dos manos que dan un último empujón y el bulto cae, lento como una pluma, hasta perderse de vista por debajo del límite de nuestra ventana. No puedo evitar el inclinarme un poco, apenas, para ver más, pero ya no quedan rastros del bulto ni de las manos que lo empujaron. Mi vecina no se mueve.
Me aclaro la garganta con un sonido mínimo, dos sonidos mínimos en rápida sucesión. Pero no digo palabra. La mujer del toc, toc, toc tampoco. Pasa un tiempo difícil de medir, tenso. Entonces se oye el ruido de una puerta que se abre a mi derecha, su izquierda. Giramos la cabeza al mismo tiempo, en dirección contraria a la ventana. Es la secretaria del médico, que llama a la mujer.
Muevo los pies un poco más hacia atrás, aparto las rodillas como si hiciera falta. La anciana se pone en pie con cierta dificultad, levanta un par de paquetes que tenía depositados en el asiento vecino, y se aleja sin echarme una mirada, sin saludar, sin decir nada.
En cuanto ella se va, ocupo su asiento para ver mejor.
Entre las personas siempre tiene que haber un espacio límite que uno mismo, inconcientemente busca, de aprox. un metro, cuando ese espacio no se da, entonces la mirada se desvía, y esto genera el espacio requerido para que no sientas la presión de la otra persona, como en los asensores, ó en los ómnibus, sería muy raro que las personas se estén mirando a los ojos. Haz la prueba y te vas a dar cuenta que las personas buscan generar su espacio.
Descripción desesperada de ser testigo o espectador de eventos tras la ventana e impotencia de poder acomodarse en el espacio que se genera en dicha circunstancia. A veces hay que ser atrevido y no reprimir un interes y deseo, quiza me hubiera pedido permiso a la anciana o solicitarle un cambio de asiento.Ante una negativa posiblemente, me hubiera parado encima de la banca o asiento.De acuerdo a la personalidad y capacidad de ser asertivo que posee cada persona. Es cierto, todos no generamos una distancia en el espacio, es necesario, quiza tendrìa que ser vegetal para no pedir mi espacio o aunque sea tomarlo a la broma con la anciana.
Descripción desesperada de ser testigo o espectador de eventos tras la ventana e impotencia de poder acomodarse en el espacio que se genera en dicha circunstancia. A veces hay que ser atrevido y no reprimir un interes y deseo, quiza me hubiera pedido permiso a la anciana o solicitarle un cambio de asiento.Ante una negativa posiblemente, me hubiera parado encima de la banca o asiento.De acuerdo a la personalidad y capacidad de ser asertivo que posee cada persona. Es cierto, todos no generamos una distancia en el espacio, es necesario, quiza tendrìa que ser vegetal para no pedir mi espacio o posiblemente tomarlo a la broma con la anciana, dicha situación.
Descripción desesperada de ser testigo o espectador de eventos tras la ventana e impotencia de poder acomodarse en el espacio que se genera en dicha circunstancia. A veces hay que ser atrevido y no reprimir un interes o deseo, quiza hubiera pedido permiso a la anciana o solicitarle un cambio de sitio.Ante una negativa posiblemente, me hubiera parado encima de la banca o asiento.De acuerdo a la personalidad y capacidad de ser asertivo que posee cada persona. Es cierto, todos no generamos una distancia en el espacio, es necesario, quiza tendría que ser vegetal para no pedir mi espacio o posiblemente tomarlo a la broma con la anciana, dicha situación de ambos.