—El Chango Reina. Ese era bueno.
—¿Quién?
—El Chango Reina.
—No lo conozco.
—Era el mejor. Tocaba con dos dedos.
—¿Tocaba con dos dedos y era el mejor?
—Lo escuchás y te querés morir.
—Eso no me parece bueno.
—¿Qué cosa?
—Que te quieras morir.
—Te querés morir cuando ya viviste todo lo que querías.
—Pero también cuando sabés que no podrás vivir todo lo que querías.
—No es el caso.
—O cuando ya no aguantás lo que estás viviendo.
—Yo soy feliz.
—¿Y te querés morir por ser feliz?
—No, por haber oído al Chango Reina.
—¿Ese también se murió?
—Hace cincuenta años.
—Porque quiso, me imagino.
Django! Muy buen post, me encantó.
Gracias, Michel. Un gusto tenerte por acá.
¡Mortal!
De nada. Estoy siempre, pero soy muy callado.
Que curioso.
Me recordaste el coche de la oficina, le llamamos la Chango Leona.
Solo quería decir eso.
Un saludo.
Markelo: gracias. (¡Buen uso de la palabra!)
arboltsef: supongo que el nombre verdadero del coche es algo así como Django Leonhart.
Esta transformación de Django Reinhart en Chango Reina me recuerda una historia que me contó un sanjuanino. Un día, al ver una aglomeración de gente en la puerta del hotel preguntó qué pasaba, y le contestaron que en el mismo se alojaba Sixto Fernández. Después se enteró de que el fulano era Christopher Lambert.
Muy buena la historia, Luisa. Y muy bueno que hayas vuelto por acá.