Voy a ver un espectáculo de sombras chinescas. No sé cuántos actores participan, pero en el público sólo somos doce, repartidos en tres hileras de butacas. Estoy en la hilera de atrás, en la segunda butaca contando desde la izquierda.
Se apagan las luces de la sala y un reflector potente pone blanca, incandescente, la pared del frente. Aparecen las primeras sombras.
Al principio resulta fácil adivinar los dedos y las manos que forman una cabeza de perro, una paloma, un árbol, una pareja que se besa. Pero poco a poco las construcciones se hacen más complejas, y ya no se sabe cómo crean la ilusión de una ardilla, un banco de plaza, un árbol, un auto, un semáforo, un edificio de oficinas, una biblioteca, un anciano que camina con bastón.
Al mismo tiempo, delante de nosotros se desarrolla una historia. Quisiera relatarla, pero es tan tenue, tan vaga y sutil, tan verdaderamente hecha de sombras que desafía las palabras. Ni siquiera hay banda de sonido. Sólo se oye la respiración de los espectadores, una tos, movimientos involuntarios en las butacas.
El relato empieza con cierto sentido del humor, que lleva a una mujer situada en la primera hilera a reír sin control durante un minuto entero. Luego, imprevistamente, se pone tétrico. Hay muertes, caídas, terror. Con el transcurso de las escenas siguientes la desolación nos invade a todos. Alguien solloza. Durante un largo rato buscamos esperanzados el hilo que permita suponer un final feliz.
Pero no hay un verdadero final. Los personajes empiezan a desmembrarse, a perder fluidez, a olvidar los respectivos roles. Los lugares se deshacen en huellas apenas visibles.
De pronto empezamos a distinguir otra vez los dedos y las manos que han estado fabricando todo. Lo hacen a propósito. Dejan de simular que son otra cosa. Pero un minuto más tarde esos dedos y esas manos también se deshacen, en dedos y manos más pequeños. Y los pequeños dedos y las pequeñas manos se deshacen también, en otros que resulta difícil contar.
El proceso se repite dos o tres veces más, hasta que la pared blanca queda cubierta por una especie de bosque puntillista de dedos infinitesimales. Entonces se apaga el reflector y quedamos a oscuras. Empezamos a aplaudir.
Este se ha vuelto de mis preferidos.
Y de los míos.
Además conocí a un tipo que, por causa de alguna droga suministrada en su etapa embrionaria, había quedado con dedos infinitesimales.
¡Muy bueno, Michel!
Gracias a los dos.
Tras los aplausos, seguramente, les dolerían las manos.
Brillante.
Con los aplausos, las manos se fueron partiendo en manos más pequeñas, que a su vez…
Buscamos espectáculo de sombras chinescas
Les agradeceos información de empresas.
Gracias
Un saludo
me gustaria saber donde fue este espectaculo y conocer el nombre de la compañia que lo realiza me gustaria introducir algo de esta modalidad en la programación de la que soy responsable