Desde Titán, la sonda Huygens envía imágenes exclusivas a La mágica Web.
Mes: enero 2005
Todos los años hay algunos feriados que caen en domingo. La vida es así. Pero nada como el año pasado.
Para empezar, toda Semana Santa cayó en domingo. Estábamos desesperados. Y en una seguidilla tremenda fueron domingos el 2 de abril, el 25 de mayo, el 20 de junio y el 9 de julio. El gobierno, para compensar, eliminó dos lunes del calendario, pero por culpa de ese cambio también fueron domingos el 17 de agosto y el 12 de octubre.
La situación me hizo acordar cuando era chico y los días de carnaval eran feriados: una vez, el lunes y el martes de carnaval fueron domingos. Nos queríamos morir. Pero ni siquiera eso se puede comparar con lo del año pasado.
El gobierno, pensando en el año electoral que venía después, instauró el Día Nacional del Feriado. Con tan mala suerte (o tan mala intención) que cayó también en domingo.
Ya nadie se sorprendía de que incluso el 21 de septiembre fuera domingo. Pero lo que nos sacudió a todos, especialmente a los no católicos y no religiosos, fue que el Vaticano decidiera mover el 8 de diciembre, que era un viernes, al 10 de diciembre: como todos saben, un domingo. La Navidad quedó donde estaba, en domingo por supuesto.
Mi cumpleaños no, no hubo caso. Fue miércoles nomás.
Cada vez que se inunda el barrio ese tipo de la otra cuadra saca un bote que nadie sabe dónde tiene escondido, y se pone a remar mientras grita “¡Inundación!”, “¡Inundación!”. Rema y grita, rema y grita, sin mirar más que al frente, avanzando por el medio de la calle hecha un río hasta perderse de vista. Y después de que ese tipo se pierde de vista aparece la ayuda, vienen otros botes, se oye el helicóptero, nos van sacando de a poco.
Hoy se inundó el barrio pero ese tipo no apareció. Se habrá quedado dormido, o encerrado en la casa, o se le rompió el bote. El tema es que nadie salió gritando “¡Inundación!”, “¡Inundación!”. Nos trepamos a los techos de las casas hechas islas, mirando hacia los árboles hechos matorrales, curiosos por lo que traería flotando el agua durante el próximo minuto, y sobre todo esperando. Y nada. Ese tipo cambió de idea, o está cansado, o se ahogó. Ya no llueve, incluso parece que está por salir el sol. Y sin hablarnos, los habitantes de los techos de las casas tenemos la mala intuición de que esta vez la ayuda no va a llegar.
Cae una roca sobre un vidrio que está en el suelo. Lo hace pedazos. El ruido me asusta, sobre todo porque estoy acostado, dormido y soñando. Por debajo de la roca asoman vidrios azulados, que terminan en punta. Siento una presión en el pecho.
Si supiera correr estaría corriendo, pero son muchas las fallas de la educación que recibí, y el movimiento coordinado de las piernas es una. Ahora, por ejemplo, sopla el viento y trae indicios de ataque. Me haría bien, o le haría bien a mi futuro, y tal vez al tuyo, salir con rapidez de esta habitación, cruzar las calles sin mirar atrás, y llegar al refugio antes de las ocho. Sin embargo debo quedarme aquí, frente a la pantalla, ignorando las señales de todos los sentidos que no sean la vista. Y la razón es la maestra de cuarto grado, la del pelo teñido, la que se reía tanto, la que no tuvo clemencia a la hora de condenarme.
La persiana, a medio bajar, muestra dieciséis rayas de luz entre las tablas de madera.
Cerca de cada extremo, y también en el centro, atraviesan las rayas cuatro alambres negros, parecidos a comillas, o a patitas. Cuenta mental: cuatro por tres por dieciséis.
Todas las rayas son distintas: más anchas, más angostas, crecientes de izquierda a derecha, decrecientes de izquierda a derecha, rectas, curvas. Una se interrumpe en el centro, donde la madera de arriba y la de abajo se pegan.
Cuando subo o bajo la cabeza, estirándome o inclinándome en la silla, los edificios del fondo parecen cambiar a los saltos: atraviesan una raya y ahí saltan hacia arriba, atraviesan otra y ahí se hunden.
Un edificio de color ladrillo tiene una línea blanca en cada piso. Cuando me pongo a cierta altura, las líneas blancas ocupan exactamente cinco rayas de luz, y el edificio parece completamente blanco.
Hay dos maneras de mirar el mundo: una es como rompecabezas incompleto, tratando de rellenar los huecos entre rayas de luz. La otra es lineal: cada raya un universo de una sola dimensión.
El cielo está azul, sin nubes, lo cual es una pena porque seguramente me estoy perdiendo algo.