Me miro el ombligo. Es perfecto, redondo, con altos, bajos, curvas. Embriaga, hipnotiza. Lo toco con la punta del dedo índice: cede apenas. Mido la profundidad, el ancho, el alto. Recorro los bordes, aprieto un poco aquí y allá. Parece más blando a los lados, más duro por arriba y por abajo. Puedo pasar horas así, días. Cautiva, mi ombligo. Quisiera mostrárselo ahora mismo a mi familia, a mis amigos más queridos, para compartir con ellos esta maravilla. Y a mis conocidos, y a los amigos de mis conocidos, y a los conocidos de todos ellos también. Una experiencia única. Y quisiera poder proyectar mi ombligo al universo, para que en África, en la China, vean asomarse mi ombligo en lugar del sol y entiendan el origen y destino de todas las cosas, su razón de ser.
Interesante… ¿una exaltación del humanismo o una variante a “rascarse el ombligo”?
Definitivamente es y fue el muso inspirador de muchísimos blogs. 😉
Qué pena que, para llegar al entendimiento que vos quisieras, tendríamos que ver TU ombligo desde la misma perspectiva que el NUESTRO.
Ah no, Luisa, ¡no vas a comparar mi ombligo con el de ustedes!
Jamás me atrevería.
Iba a poner algo muy interesante, pero es difícil tipear mientras un dedo se distrae placenteramente en mi ombligo… y sin mirar ya la pantalla… porque tengo que mirar, no puedo dejar de mirar, mi ombligo…