Escribí estas palabras varias veces, buscando otras que me gustaran más, pero no las encontré.
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Los montones de objetos inútiles, las cosas que no habían completado el camino entre la novedad y el desperdicio, se agazapaban en los rincones, preparándose para saltar
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Moví las manos en abanico hasta que las muñecas crujieron y la tensión bajó.
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La pila de papeles se desparrama por mi cabeza y no puedo pensar.
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—Rumores, rumores —dice el oficial, echándose hacia atrás en su sillón—, todos son rumores en esta ciudad.