De pronto, sin saber cuándo se produce el cambio, me encuentro de un lado o del otro, y en ningún momento soy capaz de recordar cuál es mi lado verdadero, el lado del cual provengo.
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Detrás de él, el tubo neumático estornudó de un modo tan humano que lo hizo sonreír.
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Al otro lado de la calle, mi propio balcón se distinguía de los demás por la toalla color naranja: un buen motivo para no descolgarla.
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Apoyó una mano en el escritorio y se inclinó para recoger el papel con la otra, flexionando rodillas, codo y cintura del modo más armónico que pudo, sin sobrepasar los límites de la seguridad.
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Los ruidos de la calle llegaban amplificados por algún fenómeno acústico, pero sin definición, como surgidos de una máquina de hacer ruido más que de la actividad de la gente.