Las rocas, más altas que el barco, esperan que un golpe oportuno del mar les permita destrozar el casco de madera. Pero el barco se mece con suavidad, como dormido, a pocos metros. El mar está quieto, no hay viento, el cielo es azul. Durante la noche, hartas, las rocas levantan los pies del fondo y van a la carga.