El meteorito cae allá lejos, entre las montañas. Es de día, así que no hay espectáculo de luces. El ruido del choque tal vez llegue como un resto apagado, un rato más tarde, pero no se lo distingue entre los ruidos usuales. A las vacas y los pájaros, unicos testigos, nada de esto les importa.
Once años más tarde hay una vibración, como si un tren subterráneo pasara por debajo del campo donde otras vacas, herederas y derechohabientes de las anteriores, siguen sin preocuparse. Los pájaros se inquietan un poco, apenas. La vibración se repite, a la misma hora, el día siguiente. Y el otro día también.
Veintidós años después de la caída del meterorito se abren hoyos circulares en el suelo. Si las vacas supieran de medidas, verían que hay un hoyo cada ciento veintiún metros, y que si se los uniera con líneas se formaría un cuadriculado. Cada hoyo tiene once centímetros de diámetro. El interior de los hoyos se ve negro. Si los pájaros tuvieran interés en ciertas cuestiones, sabrían que las medidas indican un origen humano.
A los treinta y tres años del primer evento, los hoyos que no han sido cubiertos por una cosa u otra se cierran. Algo que viene desde abajo los clausura. A los pájaros esto no les cambia nada. Las vacas pueden andar más tranquilas, pero ni siquiera se dan cuenta.
A los cuarenta y cuatro años no pasa nada.
A los cincuenta y cinco años hay una tormenta eléctrica como nunca se ha visto en la región. Los rayos duran once minutos. En ese tiempo cae exactamente un rayo en todos y cada uno de los sitios donde antes había hoyos. Algunas vacas y algunos pájaros sufren heridas.
A los sesenta y seis años se firma un tratado de paz.