ÍNDICE
Capítulo 1. El color de la madera
Capítulo 2. Siempre de perfil
Capítulo 3. La moneda en la alcantarilla
Capítulo 4. Hoy Japón sigue estando lejos
Capítulo 5. Prestidigitación
Capítulo 6. Brindis y despedida
Capítulo 7. Entre sueños
Capítulo 8. Detrás de la montaña
Capítulo 9. La ciudad pasa el día riéndose
Capítulo 10. Locura pasajera
Capítulo 11. Pasajero loco
Capítulo 12. Se tensa
Capítulo 13. Se afloja
Capítulo 14. Las piernas
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El dedo índice recorre los bordes del cuadrado de plástico como una carbonilla que dibuja. Ida y vuelta, trazo recto, primero vertical, luego horizontal, vertical otra vez. El dedo índice se entretiene en los contornos previsibles. Esa arista sigue estando ahí, y ahora también, y ahora. Mañana, incluso, seguirá estando ahí. El ángulo no se va a mover, no se va a escapar. El cuadrado de plástico es la tecla J del teclado, ahí, tan en el centro como se puede estar en este sitio, impecable en la línea de teclas, Entre la U de arriba y la N de abajo está ese pequeño desfasaje que hace pensar en itálicas de la vida real. Pero la J, con el apoyo de la H a un lado y de la K al otro, pertenece a una hilera de bloques que le dan solidez al mundo.
Materia de estudio: el hombre del rincón. El hombre de un rincón que no está formado por paredes ni en un cuarto. Un rincón de posibilidades. Un rincón metafórico, si no fuera por el dolor de los límites en la espalda.
Materia de estudio: el rincón de deseos. El rincón donde la mayoría de los deseos no llega, donde la mayoría de los deseos parece estar a un metro de distancia, un poco más allá, o un poco más acá, nunca al alcance. No confundir con el cumplimiento de los deseos: este no es un rincón de cumplimientos o la ausencia de. Este es un rincón donde no se desea más que siempre lo mismo, siempre ese poquito. Donde los grandes deseos no alcanzan porque están rendidos, a sólo un metro de distancia, por el camino largo que han recorrido para nada.
Manos, vayan de aventura. ¿Cuán lejos pueden llegar sin mí?
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Pensemos un poco en por qué escribir. A quién hago feliz. A quién le hago cosquillas. A quién persigo, de quién me escapo. Quién me dio la tarea para el hogar. Quién me dio la diversión, quién me la quita. Quién se ríe, quién se burla, quién me dice que hago bien, quién me acompaña. Pensemos un poco en estar solo, pero escribiendo.
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Te muerdo la oreja. Te muerdo el pie. Te muerdo el labio. Te beso la nariz. Te beso los dientes. Te lamo la yema de los dedos. Te pido un ojo prestado pero sé que no me lo vas a dar. Te pido un pie pero sé que enseguida voy a dejar de quererlo. Te paso el índice por el lado interno del codo. Te tiro de la manga. Te acaricio la espalda, la parte de abajo a la izquierda de la espalda, luego la parte del centro a la izquierda, la parte del centro a la derecha, la parte del centro un poco más a la derecha todavía, la parte de arriba a la izquierda pero no tan alto, digamos que la base del omóplato, el controrno del omóplato, la cúspide del omóplato, la piel que queda justo a la izquierda del bretel izquierdo del corpiño. Y todo esto lentamente, en un segundo.
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De noche las ventanas del bar dan al mismo bar. La calle oscura hace que actúen como espejos. Se duplican las mesas, las servilletas plegadas como flores. En el espejo falso las luces traseras de los autos se escabullen como luciérnagas que corren tras el postre.
Correr tras el postre. El postre huye.
Este bar es triste, tan triste, tan abrumador por lo triste, tan solitariamente triste, tan ancianamente triste. No vamos a pedir cena. No vamos a pasar de la cerveza. No vamos a sentirnos bien aquí, por lo menos de noche, como es ahora.
(En los otros bares no había enchufe disponible. Mala hora para enchufes, cuando están armando mesas para las veinte personas que hoy encontraron algo para celebrar.)
Me imagino que un objetivo vendría bien ahora. Algo por lo que hacer algo. Algo un paso más allá que inclina el camino para convertirlo en cuesta abajo. Hablo de la escritura, pero no hablo de la escritura.
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Uno, dos. Uno, dos. Palabras. Palabras. Palabras. Punto. Punto, coma. Números: uno, dos. Números palabras. Dos puntos. Dos. Uno. Punto y coma.
No sé por qué escribir.
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Arrecifes Berazategui Campana Derqui Esquel Famaillá Goya Humahuaca Itatí (¡Ibupirac!) Jujuy ¡Kamchatka! Lezama Mendoza Neuquén ¡Ñam! Ostende Quilmes Ramos Mejía Solís Tunuyán Uspallata Venado Tuerto Wilde ¡Xanadú! Yapeyú Zzzzzzzzzzzzzz………………
Todas las listas alfabéticas que hago para dormir fracasan. El alfabeto es una cosa incómoda, arbitraria, que no se corresponde con el idioma. Para que funcione debo pensar en una lista bilingüe, y aún así tengo problemas porque las palabras no vienen solas, hay que perseguirlas, están guardadas en cajitas que están guardadas en otras cajitas que están guardadas en baúles, y todo desordenado. El índice general está dañado, se mojó, se quemó, se dobló, se cansó.
885 palabras.
[23 de marzo de 2010. El sexto día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora. El objetivo: destrabarse. Sí, me salteé los días 4 y 5. Parte de lo que escribí esos días ya apareció acá en Ximenez. El resto, casi todo, que mejor se quede donde está.]