Cada día acomoda unas piezas en el rompecabezas que está resolviendo. Son grandes, ella y el rompecabezas. La mesa del living apenas alcanza para contenerlos.
Pero cada mañana, al levantarse, descubre que alguien cambió piezas de lugar. No las últimas, sino otras, de algún sector resuelto tiempo atrás.
Una noche se queda despierta para descubrir al culpable. Sentada en un rincón, espera durante horas. Hasta que se ve a sí misma saliendo del dormitorio, envuelta en la bata blanca, caminando dormida hasta la mesa para extender las manos y mover, a ciegas, fragmentos de lo que seguramente es otro rompecabezas.