Aprendí a leer con el Pato Donald, tan importante para mí que merece su propio capítulo, o su propia semana. Los libros, lo que podemos llamar libros, no encontraron lugar en mi infancia hasta que tuve ocho años. El primero, y probablemente el único por bastante tiempo, fue Cholita y Clavel, de Beatriz (es de suponer que Beatriz Ferro, aunque se dice que empezó más tarde a trabajar con Boris Spivakov en Abril: en los sesenta) y Agi (Magdalena Agnes Lamm; pero la contratapa dice Agi-Susi), Editorial Abril, Colección 2, 3 y 4, impreso en 1958. (Hay online una edición de 1960, algo diferente, escaneada.)
Encontré este librito hace poco, entre las cosas que dejaron mis padres y que tardé en revisar. No puedo decir que me acordara de su existencia, pero al verlo me agarró una corriente arrasadora de regreso al pasado, a cuando no sabía leer, a cuando las lamparitas daban una luz a duras penas amarillenta. Lo sabía de memoria sin haberme dado cuenta. Hasta las espinas de esas tunas, agrupadas en estrellas, tenían su lugar en el recuerdo.
Quise a esta Cholita y a este Clavel, me acompañaron. Me abrazaron como se abrazaban y entibiaban entre sí. No me importa lo que ahora se diría o se haría de otra manera. Si algo me enoja, todavía, es que al final los otros chicos se rían de ella.
Encontre tu articulo buscando los dibujos de Agi, los cuentos de Susi (ambas amigas de mi madre),con los que me crie.
Que recuerdos!
Gracias por esta nota.