1. Rodondendro y edredón son dos palabras tan afines que deberían nombrar cosas semejantes. Parecen parte de un idioma diferente, sonoro, estentóreo (“¡Rodondendro y edredón! ¿Dónde, dónde? ¡En derredor!”). Sin embargo, no solo sus significados son divergentes: también las asociaciones que me despiertan, esas que probablemente vienen de cuando era chico y todavía andaba adivinando qué era qué. Edredón siempre me sonó a química, a efedrina. Rododendro, en cambio, podría ser un roedor exótico, un animal de largos dientes que hace agujeros en el desierto de un libro ilustrado de la década del 60.
2. Tengo una relación pésima con la palabra peyorativo. Se me mezcla con epopeya. Me pasa que quiero decir que algo es peyorativo, y la palabra no me sale, y lucho pero no hay caso, me viene a la cabeza la palabra epopeya, que se le parece tanto en la rareza, y la cosa no cierra. Epopeya es un tapón, un corcho que me impide ver más allá y me obliga a renunciar a la frase, a veces a la conversación entera.
—Lo dijo en sentido epopeya.
—¡Pero eso es muy epopeya!
Ya sé que no es culpa de peyorativo, sino de mi cerebro. Pero que nadie diga que se trata de una palabra amable con las personas.
3. Cuando era chico creía que las almendras eran las redondas, y las avellanas las alargadas. La confusión duró mucho tiempo. Aún hoy, cuando miro almendras, tengo que pensarlo dos veces para no decir avellanas.
También de chico recibí en clase de inglés una lista de pares de palabras opuestas. Entre ellas, black y white. Mirando los dibujos me daba cuenta de que eran negro y blanco, pero no en qué orden. Por similitud, deduje que black debía ser blanco (las dos empiezan con “bla”, ¿no es cierto?). Me enteré del error al día siguiente, pero tardé años en terminar de creerlo.
Las cosas no deberían venir en pares. El cerebro es demasiado complejo para ocuparse con eficiencia de algo así.
“Lost in Grey Matter”, por Malo Tocquer (claramente inspirado en Escher).