Mes: febrero 2018

Última semana de árboles

Mis contribuciones para Un mes de, del 25 al 31 de enero. Tema del mes: árboles.

25 de enero:

Moldes y Echeverría, Buenos Aires.

26 de enero:

Los árboles de la vereda de enfrente. En el medio, dos grandes que casi llegan al quinto piso. A los lados, dos chicos. Pero los chicos no son bebés: cuatro metros uno, ocho metros el otro.

27 de enero:

Ciudad de la Paz y Juramento, Buenos Aires.

28 de enero:

En el planeta Crontimplanqui, los árboles se ponen a la sombra de la gente.

29 de enero:

Desde mi ventana se ve parte del jardín de un edificio cuya entrada está a la vuelta. Ese árbol, del que solo conozco una parte, tiene veinte metros de altura

30 de enero:

Esa silueta torturada es lo que queda del árbol de la vereda de mi edificio.

31 de enero:

Según Bob Egan, del sitio PopSpots, este es el lugar donde se hizo, en 1970, la foto de tapa de Déjà Vu, el disco de Crosby, Stills, Nash & Young.

El gen egoísta, de Richard Dawkins

“Somos máquinas de supervivencia, vehículos autómatas programados a ciegas con el fin de preservar las egoístas moléculas conocidas como genes”. Esta frase aparece en el prefacio de la primera edición de El gen egoísta, de 1976. Ahí, Richard Dawkins sintetiza lo que le va a llevar el libro entero argumentar a fondo.

La misma frase está en la contratapa de la edición en castellano que hizo Salvat, dentro de la “Biblioteca Científica” que tanto disfruté en los ochenta, cuando leía más ciencia (divulgación, digamos) que otra cosa.

De los cien títulos de la Biblioteca Científica Salvat, y los leí casi todos, El gen egoísta es el que más me movilizó, el que me quedó grabado, el que me llevó a hacer cosas.

Lo malo de la situación es que no encuentro mi ejemplar por ninguna parte. ¿Lo presté? ¿Se cayó detrás de un mueble? Misterio. Por eso es que robé imágenes de otra parte.

Un punto notable del libro, por si hacía falta algo aparte de la tesis central, es que en el capítulo 11, “Memes: the new replicators” Dawkins precisó un concepto para el que inventó la palabra “meme”, la que tanto usamos ahora, para designar la unidad de sentido que se replica culturalmente a la manera en que los genes se replican en los organismos vivos. Cito del inglés (que sí tengo a mano, a diferencia del ejemplar en castellano) los dos párrafos claves:

But do we have to go to distant worlds to find other kinds of replicator and other, consequent, kinds of evolution? I think that a new kind of replicator has recently emerged on this very planet. It is staring us in the face. It is still in its infancy, still drifting clumsily about in its primeval soup, but already it is achieving evolutionary change at a rate that leaves the old gene panting far behind. 

The new soup is the soup of human culture. We need a name for the new replicator, a noun that conveys the idea of a unit of cultural transmission, or a unit of imitation. ‘Mimeme’ comes from a suitable Greek root, but I want a monosyllable that sounds a bit like ‘gene’. I hope my classicist friends will forgive me if I abbreviate mimeme to meme. If it is any consolation, it could alternatively be thought of as being related to ‘memory’, or to the French word même. It should be pronounced to rhyme with ‘cream’.

 Hay que recordar que esto apareció en 1976, mucho antes de la realidad meme-intensiva que vivimos.

Para dar una idea de cómo me motivó este libro, reproduzco la primera página de un artículo que escribí para la revista Cacumen, “Orquídeas imaginarias vs. hongos simulados”, que algún día voy a rescatar entero para el blog. Salió en el número 44, septiembre de 1986.

We Can Build You, de Philip K. Dick

Tengo dos razones para que este sea un libro especial:

1) Es el primer libro que leí en inglés.
2) Lo leí en la colimba.

Hice la colimba entre febrero de 1975 y abril de 1976 (empezada la dictadura). En esos catorce meses hubo varias etapas diferentes. Durante una parte del 75 me tocó el Distrito Militar San Martín, entre Ramos Mejía y Haedo, que por suerte ahora no existe. Mi rutina pasaba del baile matinal (la tortura matinal) a echar montones horribles de cera en el piso de la oficina del coronel.

En el medio tenía tiempo libre y poco de qué hablar con mis compañeros. Así que me escondí en un rincón (me acovaché, se decía) y emprendí a la aventura de leer una novela en inglés. La motivación era mucha (los libros que quería no se traducían o se traducían mal), lo que sabía del idioma no tanto. Tenía conmigo un diccionario inglés-castellano chico, como para salir del paso. Me acuerdo, por esas cosas raras de la cabeza, de un ejemplo de mi limitación: no sabía el significado de la palabra fork (en el sentido clásico, sencillito, de tenedor).

Me cuesta creer que fuera tan reciente We Can Build You, por entonces. Philip K. Dick estaba vivo, y le faltaba escribir algunos de sus mejores libros.

No sé cuánto entendí, pero fue poco. Cuando volví a leer la novela, años después, me resultó completamente nueva. O tal vez fue que ahora yo andaba libre.

El texto de la contratapa tiene un momento gracioso: “It’s a Philip K. Dick masterpiece of 1981, future thinking”, para indicar que estaba adelantado a su tiempo. Como si hoy dijéramos de una novela que parece de 2028. Pero a tanta distancia confunde.