Mes: junio 2018
Fui a curiosear el sitio del Archivo General de la Nación. Apena la escasez de material que se puede ver online. En lo que llaman “galería” hay unas veinte fotos en baja resolución, otras veinte páginas de escritos históricos, exactamente ocho videos, y en cuanto a mapas… Bueno, no, el link a mapas, en la galería, no anda. La sección “publicaciones” tiene PDFs de los libros que publicó el AGN: algunos índices, tratados sobre los distintos fondos documentales, catálogos de exposiciones, los once números de la revista Legados.
¿No hay más cosas digitalizadas? ¿O no se toman el trabajo de subirlas online?
Por suerte se me ocurrió buscar en YouTube. Ahí sí, el AGN tiene un canal con cantidades de videos: una delicia tras otra.
En 1959 yo cumplí cinco años, así que era un poco chico. Pero años más tarde me pasé muchas mañanas de domingo en el Parque Rivadavia (o Lezica), sobre todo intercambiando discos. El video es corto y genial, sobre todo la última frase del locutor en off: “estos futuros astronautas de fines del siglo XX”.
Sí, son todos varones. ¿Qué esperabas de 1959? En realidad, hay una nena. Aparece medio escondida en el segundo 15. Pero ella no mira revistas, por supuesto; está fascinada (o asustada) con la cámara.
Yo también anduve por Córdoba de mochilero, hacia 1971. Ese gesto para hacer dedo, en estos tiempos de porno omnipresente, ya no se puede hacer más. Del texto se destaca esa mochila “soliviantada por la potencia de los sueños”.
Ni hace falta decirlo: otra vez todos varones. Y bueno, las chicas no hacían eso. Pobres ellas, pobres nosotros, por tantas cosas que nos perdimos.
¿Y las fotos del AGN? En Wikimedia.org hay una categoría con 670 imágenes. Esta me era conocida:
Resulta que esta foto está en la historia de Ramos Mejía que escribió mi padre (libro que se puede leer entero online, siguiendo ese link).
Entre principios de los noventa y alrededor de 2007, antes de que uno pensara que estas cosas debían estar online, mi padre fue montones de veces al Archivo General de la Nación a buscar documentos. Era difícil encontrar algo sobre Ramos Mejía, incluso para él que tenía claro cada cosa que andaba buscando. Una sola vez fui con él al AGN, con mi camarita digital, a fotografiar la sucesión de Doña María Antonia Segurola de Ramos Mejía.
También lo acompañé a la Biblioteca Nacional y al Archivo Histórico de la provincia de Buenos Aires, en La Plata.
Mi padre publicó su libro en 1995, pero después siguió investigando y escribió diez “Cuadernos de Ramos Mejía”, como los llamó: escritos más breves, de los que hacía unos diez o quince ejemplares artesanalmente, para distribuir en ciertas bibliotecas. Una culpa comparto con el AGN, aunque en dosis mucho menor: tampoco esos “Cuadernos” están online. En vida, mi padre no quiso que los subiera. Ahora, a casi nueve años de su muerte, podría empezar a hacerme cargo del tema.
Volviendo entonces al AGN: hay que recordar que en estas cosas Google Images suele ser nuestro amigo. La búsqueda “archivo general de la nación argentina” fotos (con la palabra “fotos” fuera de las comillas) da resultados más o menos infinitos.
Mientras seguimos lamentándonos por la falta de material digital, y solo porque nos gusta sufrir, podemos darnos una vuelta por las decenas de miles de fotos de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (en Flickr). O la colección online del British Museum, con más de un millón de registros que incluyen imágenes.
O bueno, que no todo sea protestar. La Biblioteca Nacional tiene un montón de material online. El Instituto Ravignani, también. Y hay más. La cosa es tener paciencia para andar buscando.
Desde chico que me río de la forma en que hablaba Woodstock (Emilio por estos pagos) en la tira Peanuts:
Gracias a que Snoopy le entendía todo, sabemos que ahí arriba Woodstock cuenta que una flor lo miraba fijo y de pronto le gruñó.
Esto del personaje que entiende lo que nosotros no distinguimos del ruido se repite en Star Wars, con R2D2 y su lenguaje de radio mal sintonizada, del que C-3PO no se perdía una palabra.
Supongo que en algún momento alguien habrá pensado lo mismo de la madre de mi hijo y yo, cuando conversábamos así: ella en inglés, yo en castellano.
Carl Sagan y compañía estaban convencidos de que una civilización extraterrestre encontraría sencillo descifrar esto:
En la práctica, las cosas no son tan simples. La comprensión de otro lenguaje nos trae tantos problemas que la traducción es una de las mayores pesadillas que existen.
Lo más triste es que Douglas Adams se murió antes de decirnos cómo conseguir su Babel Fish, el pececito que te metés en el oído y desde ahí te permite entender “cualquier forma de lenguaje”.
Hace cosa de veinte años, década más, década menos, circulaba esta anécdota probablemente falsa. Alguien llamaba por teléfono al servicio técnico de su PC, porque tenía problemas con el posavasos. ¿Qué posavasos? El posavasos, hombre, ese que sale del gabinete si uno aprieta un botón.
Qué ignorante, pensaba uno, qué atrasado, alguien que todavía no había oído hablar de los CDs. Pero pasó el tiempo, y ahora estamos cerca del extremo opuesto. Que alguien se encuentre con ese mismo botón, esa misma bandeja, y ocurra lo que predice este otro meme que circuló hace menos tiempo:
El CD grabable y su continuador el DVD grabable siguieron el camino del diskette y el cassette de audio, y nuestros hijos (o los hijos de ellos) nunca sabrán por qué nos fascinaron tanto. Los verán como nosotros vemos esto:
Lo que todavía me sorprende de los CDs grabables es qué poco duraron. Apenas tuvieron tiempo de llegar a la madurez, a un momento de esplendor, para perder utilidad más rápidos que la luz. Miren esto, si no:
Este es el último de una serie de tubos de CD-Rs que compré, calculo que a principios de siglo. Suena hasta gracioso, eso de “principios de siglo”. El CD-R se había hecho barato, confiable, práctico. Incomparable con los soportes que usábamos poquísimos años antes (como los cartuchos Zip, en los que cabían 100 MB de datos).
Este tubo, que todavía contiene unos diez CDs sin usar, me da la misma sensación que los restos de Pompeya. Los CDs no tuvieron tiempo ni de asfixiarse, como dice un gran título del National Geographic. Los agarró la catástrofe, el río de lava de internet, antes de que los tocara un mísero byte.
Tengo otras piezas de tecnología obsoleta. Pero ninguna como mi tan querido teléfono huevo:
Una joya, un prodigio. Tan cómodo que mi mano todavía se adapta a su forma de manera automática, cariñosa. Y sin embargo, el símbolo mismo de la obsolescencia, al borde de lo ridículo. Me parece mentira haberlo usado hasta hace cuatro años y medio. ¡Solo cuatro años y medio! Una eternidad, tanto cambió todo desde ese día en que lo abandoné por uno de estos cuasi azulejos que llevamos ahora, a los que solo les cabe la palabra magia; estos retazos de milagro que acabaron por darle sentido a la clásica exageración de “tener el mundo en el bolsillo”.
En cualquier caso, y a la manera del posavasos de la PC, le auguro a mi teléfono huevo una próspera vida como pisapapeles.
Por favor, dejá lo que estés haciendo y mirá este video de siete minutos del Weather Channel. Yo sé lo que te digo.
Bueno, si no lo viste, te lo resumo rápido: en un estudio del Weather Channel, un presentador (¿un meteorólogo?) habla del tornado que se ve en la pantalla gigante del fondo. Terribles vientos. Entonces cae un poste de electricidad, en medio del estudio, y casi le pega al presentador. Pronto, un tronco que vuela se clava en una pared del costado. Y al minuto siguiente el presentador tiene que esquivar un auto que, arrastrado por el tornado, aterriza destruido. No es todo. El presentador huye. El tornado, ya encima de nosotros, rompe la pantalla gigante, que resulta ser una ventana, y voltea la cámara. En la oscuridad, refugiado quién sabe dónde, el presentador dice unas últimas palabras.
Si la descripción te parece poco interesante, anda a ver el gif con que arranca la página donde me enteré del video de arriba (no me deja reproducirlo acá).
Claro, no está mejor hecho que unas cuantas películas y series que venimos viendo desde hace añares. Pero hay dos diferencias: la primera y principal, que no nos avisan que estamos viendo una ficción. Esto es un estudio de televisión verdadero, nos dicen las primeras imágenes; no hace falta que lo digan explícitamente, es el pacto tácito que tenemos con ese tipo de situaciones. Cuando nos damos cuenta de que hay efectos especiales, todavía creemos en el estudio real, al que pensamos que le superponen ciertos trucos. Es más tarde que descubrimos que el estudio entero es ficticio.
La segunda diferencia es que el video está hecho con el Unreal Engine, una herramienta usada para hacer juegos. Acá se ve de qué era capaz ya este motor en 2015:
Qué rara es esta época. Pasé horas mirando escenarios creados con el Unreal Engine. Pero nunca, ni siquiera de lejos, me encontré con un tornado de verdad, en persona, en la vida real.
El tornado es parte de un folklore que tenemos incorporado a través de los medios. El tornado como catástrofe, como atracción, y hasta como actitud.
Esto es lo más parecido a un tornado que suelo ver en las calles de Buenos Aires. Un Volkswagen color Rojo Tornado. Sé que se llama así porque una amiga no se pudo resistir cuando le nombraron el color: “Era gris, negro o rojo tornado. ¿Qué otra cosa podía elegir?”. Tiene razón.
No debe ser casual que el auto del meteorólogo, en el video de arriba, sea rojo tornado.
En cualquier caso, los autos rojos, incluso los rojos tornado, también terminan siendo cliché. No tanto como los grises, obvio. Da la impresión de que si alguien no quiere un auto gris, tiene que ser rojo. ¿En qué momento pegamos esa curva tan equivocada? No siempre fue así:
No solo hay que soportar los autos en la ciudad; además, tenían que ser todos iguales.
En 2005 escribí un poema sobre los autos que pasan, que copio acá abajo. Triste como termina siendo, ahora me parece optimista en cuanto a los colores. Luego, en 2007, le hice música. Quien tuvo paciencia con el video del tornado tal vez tenga paciencia con el audio. Quien no, a lo mejor sigue leyendo. (La música no dura quince minutos como me está diciendo el reproductor en este momento; apenas cuatro.)
Pasan autos
Pasa un auto gris,
pasa un auto rojo,
pasa un auto blanco,
pasa otro auto rojo pero más oscuro que el segundo,
pasa otro auto gris pero más claro que el primero,
pasa una camioneta celeste,
pasa un auto medio turquesa
(el color de los azulejos del baño en la casa de mi infancia),
pasa un taxi amarillo y negro,
pasa otro auto gris pero más oscuro que los anteriores,
pasa un auto bordó,
pasa un auto verdoso
(antiguo, de esos que tienen el techo revestido de algún plástico negro),
pasa otro auto gris medio oscuro aunque ya no lo puedo comparar con los de antes,
pasa un auto amarillento
(el color que mi madre suele llamar “marfil”),
pasa el auto violeta que suelo ver cuando vuelvo de llevar a mi hijo a la escuela,
pasa otro auto de un rojo más puro y claro que los anteriores,
pasa otro auto blanco,
pasa un auto negro o tal vez gris muy oscuro,
pasa un colectivo de varios colores entre los que domina el celeste,
pasa un auto gris como tantos otros,
pasa un auto azul recién salido del mar,
pasa otro auto bordó,
pasa otro auto bordó más,
pasa un auto gris claro con un parche más oscuro en el guardabarros delantero izquierdo,
pasa un auto verde,
y en cada auto hay alguien que sigue de largo.