La persiana, a medio bajar, muestra dieciséis rayas de luz entre las tablas de madera.
Cerca de cada extremo, y también en el centro, atraviesan las rayas cuatro alambres negros, parecidos a comillas, o a patitas. Cuenta mental: cuatro por tres por dieciséis.
Todas las rayas son distintas: más anchas, más angostas, crecientes de izquierda a derecha, decrecientes de izquierda a derecha, rectas, curvas. Una se interrumpe en el centro, donde la madera de arriba y la de abajo se pegan.
Cuando subo o bajo la cabeza, estirándome o inclinándome en la silla, los edificios del fondo parecen cambiar a los saltos: atraviesan una raya y ahí saltan hacia arriba, atraviesan otra y ahí se hunden.
Un edificio de color ladrillo tiene una línea blanca en cada piso. Cuando me pongo a cierta altura, las líneas blancas ocupan exactamente cinco rayas de luz, y el edificio parece completamente blanco.
Hay dos maneras de mirar el mundo: una es como rompecabezas incompleto, tratando de rellenar los huecos entre rayas de luz. La otra es lineal: cada raya un universo de una sola dimensión.
El cielo está azul, sin nubes, lo cual es una pena porque seguramente me estoy perdiendo algo.
Echo de menos no tener persianas en esta casa nueva, con el juego que dan…
Con las nubes no hay problema, siempre encuentro alguna.
esto apesta y aburre