En la Feria de Palabras había un tipo que encontraba significados para todas las combinaciones de cuatro letras. Otro tenía un adjetivo esdrújulo para cada persona que pasaba. Dos mujeres se alternaban para decir palabras, la primera usando letras de la A a la K, la otra el resto.
Hubo que cerrar el Pabellón Rimado, por la cacofonía que se generaba.
El Director de Verbos terminó renunciando por la presión de la Sociedad Adverbial.
Hubo muchos días nublados, jamás se cumplieron los horarios, la mitad de los stands estaba a oscuras, los colectivos dejaron de pasar por la puerta. Se armó un revuelo publicitario a partir de algunas palabras esponsoreadas y otras que terminaban en anto.
Se habló más de la cuenta.
Yo fui el viernes, cuando el humo era más espeso y los gritos se oían desde la plaza. Las ambulancias no daban abasto. Un helicóptero sobrevolaba la entrada a baja altura. Alguien entregaba volantes escritos en francés. Me quedé apenas media hora, y al salir encontré que todo era un poco menos claro.
Entonces llamó Candia y dijo: “Azul drástico morder.” Me rendí.
El sendero de las torres se llenó de gente apurada. Semáforo impotente. Guarida esquizofrénica. Jauría íntima. Danza panza. Atril. Cigueña. Simulacro.
No hubo dioses en la iglesia que erigieron a propósito. No hubo fieles. No hubo un domingo para pasar en el parque, lejos de las frases hechas. Se cansó el silencio. Se hizo tarde. Se hizo añicos. Se hizo odiar.
Cambió la perspectiva de las cosas, poco a poco, hasta que nadie pudo entrar a la salida, ni salir por los costados. No hubo frentes ni dorsos. Fin de las designaciones, start all over again.
Para el año que viene se dice que habrá algo de prolijidad, pero los regueros de tinta serán difíciles de limpiar.