Se quedó ahí, en el aire, ondulando como un barrilete.
El ruido del motor espantó a los pájaros.
El piloto debía estar informando sobre nosotros, pero no podíamos oírlo.
Pablo trajo el fusil y apuntó.
Yo me tapé los oídos.
Las estrellas, como de costumbre, se movían tan despacio que ni nos dábamos cuenta.
Pablo no quiso disparar, o no pudo.
La visión se deshizo en una bandada de pájaros de colores que salió volando hacia el sur.