Autor: Eduardo Abel Gimenez

Sin datos

[12/3/2003]

Este dibujo vino hoy en la mochila de Gabriel, de la escuela. No hice preguntas. Con un click en la imagen se puede ver una versión mucho más grande. La versión original ocupa un recorte de papel de unos veinte centímetros de ancho por ocho de alto.

Me dijo

[12/3/2003]

—Se oían los tiros, anoche, no menos de ocho o diez. Tres tipos asaltaron un negocio en Vidal y Juramento y un patrullero los corrió hasta acá, hasta Echeverría y Crámer. Ahí hirieron a dos. El tercero se fue corriendo y lo agarraron por Crámer y Roosevelt. En la vereda de Freddo también quedó herido un viejo que paseaba el perro.

Me lo cuenta mi padre durante el almuerzo, entre un bocado de pollo y otro de ensalada. Mi madre mueve la cabeza de arriba hacia abajo y otra vez hacia arriba. Después comenta:

—Y a mí me dijo que eran cohetes.

Colonia

[11/3/2003]

La mariposa

[11/3/2003]

La niña corre alegre por el prado, tras una bella mariposa de colores brillantes. Salta la niña hacia aquí, salta hacia allá, atraviesa los altos pastos siguiendo las cabriolas de esa maravillosa criatura que la hipnotiza con su aleteo impredecible. De tan distraída, la niña no advierte que tras unos arbustos hay un profundo barranco. Antes de poder gritar “mamá”, la niña siente que se le resbalan los pies y allá va de cabeza hacia las piedras del fondo, diez metros más abajo.

Sin tomarse un descanso, la mariposa vuelve en busca de la siguiente víctima.

Trópicos

[10/3/2003]

En algún momento de las últimas décadas, los hombres de panza grande bajaron la cintura de sus pantalones del trópico de Cáncer al trópico de Capricornio, cruzando el ecuador del ombligo sin dejar mayores rastros.

Usos comerciales

[9/3/2003]

Hace cosa de un mes se me rompió la pulsera del reloj. Es un Casio barato, así que sin pensarlo dos veces entré a una cualquiera de esas relojerías tan baratas como mi Casio a pedir que la cambiaran. Se llevaron el reloj adentro, y un par de minutos más tarde lo trajeron con la pulsera nueva. Dos días después se acabó la pila, y fue ahí cuando empecé a creer que estoy paranoico. Porque en cuanto volví a la misma relojería barata y pedí que le cambiaran la pila y se llevaron el reloj al mismo interior oscuro de un par de días antes, se me ocurrió que no podía ser tanta casualidad, que algo le habían hecho a la pila allá adentro, para que se acabara pronto y el reloj, es decir yo, tuviera que volver a caer en sus manos.

Está bien: tanto mi salud mental como las prácticas comerciales son asuntos sospechosos. De todas formas, como una golondrina no hace verano, ni pensaría en escribir sobre esto si el episodio del reloj fuera todo lo que tengo para contar sobre el tema.

La semana pasada mi madre le compró a Gabriel unas zapatillas que, a pesar de ser del número correcto, le quedaron muy grandes. Mi mujer y yo fuimos a cambiarlas por un número más chico.

“No tengo el mismo modelo un número más chico”, dijo el vendedor, mientras nos proponía otras zapatillas, que en realidad eran del mismo número y de la misma marca pero medían dos centímetros menos, y que venían decoradas con unas rayitas celestes. En otras palabras, unas zapatillas que jamás habríamos llevado como primera elección. Y siguió el vendedor: “En este precio, son las únicas que me quedan.”

Mi mujer las aceptó, en parte porque no le disgustaron y en parte porque mis protestas, lo reconozco, salieron en voz demasiado baja. Si bien pensé que había oído el mismo relato cientos de veces al cambiar ropa (“no me queda el mismo modelo en otro talle, y este desecho es lo único que hay si no querés pagar más”), no podía recordar ningún caso concreto. De todas formas se lo dije a mi mujer, cuando salimos: “No me extrañaría que aprovechen los cambios para deshacerse de las cosas que de otro modo no lograrían vender. Más todavía, seguro que si entramos a comprar con plata fresca aparecen las zapatillas que queríamos del número que queríamos.”

Y ahora me doy cuenta de algo más: sería poco sorprendente que esos dos centímetros de diferencia entre la medida supuesta de las zapatillas y la medida real no sean un accidente, sino una manera de forzar el cambio y sacarse de encima las zapatillas con rayitas celestes.

Eso sí, sería injusto terminar esto sin dejar sentado que, a pesar de mis prevenciones llenas de racionalidad, a Gabriel las nuevas zapatillas le gustaron mucho, pero mucho más que las anteriores.

Piano

[9/3/2003]

No sabemos si es un viejo vecino con un piano nuevo, o un nuevo vecino con un viejo piano. Empezó la semana pasada, y desde entonces nos acompaña durante una o dos horas cada día. Está aprendiendo. Toca fragmentos de piezas clásicas (Para Elisa, por ejemplo), de manera que cada siete u ocho notas un dedo cae en dos teclas a la vez. Cuando llega a las partes difíciles se frena un poco. Lo oímos desde el living, en contrapunto con la pelota que Gabriel hace picar, o con Wish you were here que llega desde otro departamento. No estamos solos.

Original

[9/3/2003]

Estoy buscando una manera original de decir que, otra vez un domingo, está nublado. Si se me ocurre, vuelvo.

Vida

[8/3/2003]

Lleva la vida excitante de un coleccionista de broches para la ropa.

Spotlight

[7/3/2003]