Autor: Eduardo Abel Gimenez

Novela de aventuras

[28/8/2002]

Estoy en un mundo que no es el nuestro. Puede ser la Tierra, pero en todo caso se trata de una Tierra paralela, o de otra época. Llegué aquí sin proponérmelo, arrastrado por un fenómeno natural (una grieta en el espacio-tiempo, el paso veloz de un agujero negro, algo así) o artificial (una máquina que funcionó mal), o tal vez psicológico (una alteración de la conciencia que afectó la realidad).

Este mundo es en casi todos los aspectos idéntico al que conocemos. Hay arriba y abajo, el cielo es azul, la atmósfera respirable. Hay reino mineral, reino vegetal, reino animal. Hay seres humanos. Sorprendentemente, se habla mi idioma. Es primavera, por lo menos en el sitio donde he venido a parar.

Sin embargo, algo difiere por completo de lo normal. Puede ser que los animales hablen. O que haya otra especie inteligente, coexistiendo con los humanos. O que la magia sea verdadera. O que telepatía, telequinesis, precognición sean cosa de todos los días. Esto, que debería alterar profundamente la estructura física del universo, no lo hace. Habrá sin duda alguna ley fundamental que corrija las cosas para dar cabida a semejante realidad.

Por lo demás, se trata de un mundo semi rural, anterior a la revolución industrial. Las pocas ciudades son centros de comercio donde todo el mundo está enfermo y tiene los dientes podridos. Casi toda la gente vive en pequeñas aldeas o casas escondidas en medio del bosque. Hay posadas donde por una moneda se puede comer, beber y dormir en una cama a la que de noche atacan los merodeadores nocturnos.

Al principio soy completamente ignorante. No sé nada del sitio en que estoy. Pero unos pocos encuentros afortunados me enseñan todo lo que necesito. Pronto estoy al tanto de la geografía, las costumbres, los peligros que me rodean. También obtengo ropas adecuadas, una personalidad falsa que me ayude a pasar inadvertido. Y, sobre todo, varios compañeros de aventuras.

Lo único que me interesa es volver a mi mundo. Pronto descubro que para lograrlo debo hacer un largo recorrido. Una búsqueda, tal vez, o el viaje al otro extremo del continente. La mayor parte del recorrido deberá ser hecha a pie, afrontando riesgos impensados. El objetivo es encontrar a alguien que me ayudará a regresar; o tal vez reunir ciertos ingredientes, plantas o minerales, para crear una poción mágica; o atacar y vencer a ciertos seres despreciables.

Me pongo en marcha, junto con mis compañeros. Son unas pocas personas (el término puede incluir no humanos), valientes, nobles, que desean ayudarme en mi emprendimiento pero también tienen sus propios objetivos. Lo más probable es que alguna profunda injusticia de su mundo los movilice, y que al acompañarme puedan alcanzar un modo de remediarla. O que simplemente empiecen escapando de algo terrible; pero aún en este caso, la huida se irá transformando lentamente en la búsqueda de una victoria sobre sus malvados enemigos.

De a poco, los objetivos de mis acompañantes se convierten también en los míos. Que se entienda bien: sigo deseando el regreso a mi Tierra por encima de todo, pero la ética me obliga a posponerlo hasta haber resuelto los problemas de esta otra Tierra.

Un episodio central es el encuentro con una mujer de la que me enamoro, y que también se enamora de mí. Hay idas y vueltas, malentendidos, sentimientos encontrados. Pero de una u otra forma el romance estalla como un sinfín de fuegos artificiales y se convierte en un ingrediente central del resto de la aventura.

La cantidad de obstáculos, problemas, reveses, crece en función del número de páginas que ocupa la novela. Pero el momento cumbre llega, irremediablemente. Diezmados, agotados, casi sin recursos, logramos por último nuestro objetivo, probablemente por medio de una combinación de fuerza e inteligencia, picardía y nobleza.

Hay una escena conmovedora y esencialmente insoluble. Mi enamorada y yo pertenecemos a mundos diferentes. Si queremos seguir juntos, uno de los dos deberá abandonarlo todo. La cuestión puede zanjarse de diversas maneras, pero una bastante probable es que los acontecimientos terminen forzándome a volver, abandonándola allá. Esto, desde ya, no es definitivo. En una última escena me encuentro investigando cómo abrir un camino que comunique con el mundo de mi aventura, de ida y vuelta, una y otra vez, a voluntad. Así queda abierto el campo para el segundo volumen de la saga.

Tiny little hairs

[28/8/2002]

“Tiny little hairs and not any kind of chemical glue help a gecko race up and down vertical surfaces as smooth as glass, researchers reported Monday.” (CNN.com)

[28/8/2012]

Esto es raro. No que la página de CNN no exista más, a eso ya nos acostumbramos. Lo raro es que en el sitio de la Campbell University tengan esa página perdida, con logo y todo, tal como estaba entonces.

En qué quedamos

[27/8/2002]

Quedamos en hablar por teléfono para ver cuándo nos encontramos para arreglar el día en que podré visitarlo para que me diga cuando y dónde me va a entregar unos cheques cuya cantidad, monto y fecha son todavía temas que no hemos empezado a conversar.

Aleteo

[26/8/2002]

De paseo

[26/8/2002]

(Figuras armadas por Gabriel.)

Overflow

[26/8/2002]

Estaba haciendo mis tareas habituales en la computadora cuando apareció el temido anuncio: “Warning: Data Overflow!” Miré hacia la máquina y era cierto. Ahí empezaba a asomar el charquito de datos, por una esquina del gabinete.

De inmediato apagué todo, para que no se crearan más datos, y retiré la carcaza del gabinete. Por supuesto, el bidón de datos estaba repleto. Chorreaba. Fui corriendo a la cocina a buscar un jarro y una esponjita. Con la esponjita me puse a juntar los datos derramados y a echarlos cuidadosamente en el jarro. Hice el mejor trabajo que pude, dadas las circunstancias, y considerando el molesto temblor que el pánico suele producirme en las manos. Cuando terminé con la parte derramada, saqué el bidón del gabinete y eché un chorro más en el jarro, para evitar cualquier accidente posterior.

Conté la plata que me quedaba. Alcanzaba bastante justo, pero no podía hacer otra cosa, así que fui a un negocio que queda a la vuelta y compré un bidón más grande. Volví. Saqué el bidón viejo y probé el nuevo: la medida ideal. Con infinita paciencia y cuidado trasvasé dato por dato, gota por gota, todo el contenido del bidón viejo en el bidón nuevo. Después agregué lo que había metido en el jarro. La buena noticia era que todavía quedaba cosa de un cuarto de bidón libre. La mala noticia, como siempre en estos casos, eran los restos de humedad que aquí y allá indicaban pérdida irremediable de información.

Encendí la máquina. Funcionaba. Puse la carcaza en su sitio. Y así estoy ahora, trabajando con temor, esperando descubrir dónde falta algo, qué fragmentos del universo que guardo en mi computadora han desaparecido para siempre.

Rectángulo de luz

[26/8/2002]

Esta mañana, a las siete y media, mirando perdidamente en una dirección que pasaba junto a la cabeza de mi mujer, atravesaba la ventana del living, se extendía a través del centro de manzana y de la línea de edificios bajos que dan sobre Blanco Encalada, una dirección que entraba sin darse cuenta por otra ventana de otro living, de pronto vi un televisor encendido. Era un rectángulo de luz cambiante, mucho más pequeño que la luna pero con más brillo. A esa distancia no pude reconocer nada, no sólo en la pantalla sino en la habitación donde estaba esa pantalla, que para mí resultaba del todo invisible. Pero así y todo era un objeto hipnótico.

Uno de cada treinta y dos

[25/8/2002]

Report: One in 32 U.S. Adults in Prison, or on Probation or Parole (Yahoo!). Algo anda realmente mal, ¿no? Y no necesariamente, o en todos los casos, en la gente.

[25/8/2012]

En 2006 seguía igual. De un artículo en Wikipedia se desprende que en 2009 también seguía igual (habla de 3,1% de la población, o sea uno de cada 32).

Nuevo juego en Orisinal

[25/8/2002]

An Early Spring. De todos modos, el que más me gusta de los recientes sigue siendo Bauns.

[25/8/2012]

Nuevos links: An Early SpringBauns.

Y sigue caminando

[24/8/2002]

Graciela Pochiero me envía sus aportes a la serie “Camina como”, que empecé aquí, y que Jorge Varlota siguió aquí. Esto escribe Graciela:

Camina como si buscara sus pisadas
Camina como si no estuviera llorando
Camina como en contra de la lluvia
Camina como si allá adelante hubiera algo
Camina como en blanco y negro
Camina como si fuera un juego
Camina como si todavía tuviera pies
Camina como nunca nadie camina