Categoría: Desorganizador

Se encuentran a mitad de camino

Se encuentran a mitad de camino y a partir de entonces siguen juntos, pero sin saber si están yendo o volviendo.

Faltan cuarenta y seis palabras

Faltan cuarenta y seis palabras para el fin del mundo, y transcurren sin temor como si quien las pronuncia no supiera contarlas, o no conociera el desenlace, o pensara que en realidad nada va a ocurrir, que de todas maneras la existencia es ilusión, espejismo, palabrerío.

En el bar cerrado

En el bar cerrado las sillas están sobre las mesas, los platos sobre las tazas, y el mozo practica yoga.

Un solo Shakespeare

Un solo Shakespeare con pluma, tinta y papel jamás igualará la producción de infinitos monos con infinitos procesadores de texto.

Pensó mucho

Pensó mucho en que debía ponerse a pensar, hasta que se distrajo.

¿Qué hacemos?

¿Qué hacemos si en el momento de mayor suspenso, cuando el protagonista pende de una soga atada a un helicóptero sin piloto que vuela a gran velocidad hacia una montaña de roca pura, hay una alarma de incendio, se interrumpe la proyección y nos evacúan a todos, mientras mueren el director de la película y el autor del libro original, siniestros accidentes ocurren a técnicos, actores y hasta ejecutivos de la empresa productora, una repentina enfermedad neurológica cuyo principal resultado es la amnesia más profunda ataca a todos los que vieron la película antes que nosotros, y nunca más, pero nunca nunca llegamos a enterarnos de lo que pasa a continuación?

El lugar está lleno de gente

El lugar está lleno de gente. Todos de pie. Conversamos. De vez en cuando suena una risa por encima del murmullo. Dos camareras pasan con bandejas de canapés. Con cierta frecuencia alguien se desprende de un grupo y va a la deriva hasta que otro grupo lo absorbe. En ambos extremos del salón hay ventanas por las que nadie mira. La gente se divide entre quienes se meten la servilleta usada en el bolsillo y quienes la dejan en una de las mesas repartidas por el lugar. Junto a la puerta por donde entran y salen las camareras hay un ascensor, pero hace tiempo que no funciona. Algunos, los más antiguos, recordamos el sonido de la campanilla que anunciaba su llegada. Sin embargo, el ascensor ya no es tema de conversación. Ahora lo que nos preocupa es que un día dejen de llegar los canapés.

Tres cuadritos

La tira está en blanco y negro y tiene tres cuadritos. En el primero se ve un personaje, no está claro si hombre o mujer, que viste una túnica oscura. La cámara está en el piso y apunta hacia arriba, de manera que casi todo es túnica, y allá a lo lejos hay una cabeza recortada contra el cielo. Mira hacia abajo, con seriedad. Lleva un gorro cónico, también oscuro. El pelo se abre hacia los lados en varios tirabuzones que sobrepasan los hombros. En el cielo hay una variedad de nubes, rechonchas, con bordes rizados. Una de las nubes tiene patas, y parece una oveja.

En el segundo cuadrito la cámara se ha movido a la altura de los ojos del personaje, que sigue mirando al lector y de pronto sonríe. El personaje tiene los ojos estrechos y anchos. La túnica es más clara que en el primer cuadrito: ahora la cubre una trama apretada de líneas cortas, horizontales y verticales, que en algunos sectores se entrecruzan y en otros no. A espaldas del personaje, más bien lejos, asoma una ciudad de rascacielos, todos terminados en punta, con una forma que recuerda al gorro. En uno de los rascacielos las ventanas son redondas. En otro, triangulares. Por una de las muchas ventanas cuadradas que adornan los demás asoma alguien con los brazos extendidos. Apenas se lo ve, es casi una ilusión allá en el fondo, muy pequeño, y también podría ser un error del dibujante, un trazo descarriado, una falla en el papel. Pero de verdad parecen brazos extendidos, como los de alguien que pide auxilio, y está muy alto, en uno de los últimos pisos, y es posible que otro trazo, otra falla del papel que aparece a su lado sea una voluta de humo, el comienzo de un incendio.

En el tercer cuadrito la cámara ha seguido subiendo, y ahora muestra al personaje desde arriba. El personaje no deja de mirar al lector, mientras la sonrisa se ha convertido en una carcajada de dientes oscuros y desparejos. La túnica, ahora blanca, forma un círculo casi perfecto alrededor de la cabeza que ríe. El resto del cuadrito muestra el suelo cubierto de cráteres pequeños, redondos, de bordes quebrados. La tierra es negra, y los detalles están dibujados en blanco. En uno de los cráteres brilla algo, como si a través de un agujero estuviéramos viendo una luz subterránea. En otro hay un animal casi microscópico: el lector debe acercarse mucho al papel para descubrir que tiene muchas patas y parece asustado. Junto al animal se repite, ahora en negativo, la voluta de humo del cuadro anterior. Y ahora que uno está tan cerca del papel, tan atento a los detalles, puede ver que en cada cráter hay un ojo, y que en cada ojo habita un gusano, y que cada gusano tiene dos brazos largos que extiende hacia el lector como pidiendo algo, siempre pidiendo.

Los muñecos de peluche

Los muñecos de peluche están amontonados en la caja, en cualquier posición, a oscuras, torcidos, codo con ojo, pata con cabeza, apretados, no vistos por nadie, no tocados, sin haber despertado el deseo de un solo abrazo. Aún no lo saben, pero tienen por delante un largo proceso de antropomorfización.

Necesito otro control remoto

Necesito otro control remoto. Uno con botones nuevos. Que me dé algo diferente en la vida.