Categoría: Diario

Pesimista

[30/11/2002]

Cuando me despierto pesimista, además de ver el vaso medio vacío me parece que el todo es menor que la suma de las partes.

Agua podrida

[28/11/2002]

“Agua podrida” la llamábamos de chicos, y le poníamos barquitos. Era parte de la vida cotidiana porque vivíamos cerca del suelo, conocíamos las baldosas de la vereda, sacábamos bichos de abajo de las piedras y veíamos crecer los yuyos uno por uno.

Leo Masliah lo escribió como corresponde:

“Agua podrida, estancada, reseca,
agua podrida, pescado, buseca,
agua podrida, agua podrida,
agua podrida tapada de mugre,
agua podrida que queda y se pudre,
agua podrida, agua podrida,
agua podrida con casas al lado,
agua podrida con gente al costado,
agua podrida, agua podrida.”

Etcétera.

(Ahora, en la calle Vidal, el agua podrida baja blanca y espesa, como leche. Me pregunto qué estarán tirando, de dónde. No se sabe. Unos metros más acá ya es normal.)

[28/11/2012]

Link nuevo a la letra de la canción (con acordes).

Demolición

[27/11/2002]

Echaron abajo una vieja casa de dos plantas en la Avenida Crámer. Empezaron hace semanas, muy de a poco, sacando puertas, ventanas, caños, fragmentos de valor concentrado, y así estuvieron día tras día, como quien extrae un diente tras otro, un ojo tras otro, orejas, uñas, pelos, de algo que en un momento del proceso pasa a merecer el nombre de cadáver, pero no se sabe bien cuándo. Por último, con un mazazo bien calculado, toda la estructura se vino abajo. Hace un rato llegaron dos camiones para llevarse los restos.

Vivir con software

[25/11/2002]

Compramos en Musimundo un juego de compu para Gabriel. Tratamos de instalarlo, pero pide un número de serie que no encuentro en ninguna parte. Volvemos a Musimundo, donde un vendedor con buena vista me señala dónde está el número, en cuerpo 3. Me siento muy estúpido. Llegamos otra vez a casa, ponemos el número de serie y el juego no anda. Tampoco explica qué le falta para andar. Pero vienen unos jueguitos chicos, freeware, de yapa. Nos conformamos.

*

Una página que visito en la Web reclama que instale el Quick Time 6. Creí que lo tenía, pero bueno, digo que sí. La página igual no anda. Pero el Quick Time se instala cómodamente en la SysTray (¿se llama así?), de donde me tengo que tomar el trabajo de quitarlo, como tantas otras cosas antes.

*

Llamo a una empresa grande para hacer una consulta. Me atiende un aparato: “Diga nombre y apellido de la persona con quien quiere hablar, o marque su número de interno.” Como no conozco a nadie en ese lugar, ni por nombre ni por número, me quedo callado. Segundos después vuelve el aparato: “No hemos identificado el nombre de la persona con quien quiere hablar. Por favor, diga nombre y apellido de la persona con quien quiere hablar, o pronuncie la palabra ‘operadora’.” Ah, digo; mejor dicho, pienso, porque lo que digo es: “Operadora.” El aparato se toma otros dos segundos, y luego: “Lo comunico con la operadora.” Me atiende la operadora. Le explico de qué se trata. “Un momento por favor”, y me pasa con otro aparato: “Diga o marque uno si blablablá, diga o marque dos si blebleblé, diga o marque tres si blibliblí, o aguarde y será atendido por la operadora.” Aguardo. Me atiende la operadora, que es otra. Le hago mi consulta. Ahora sí. “Un momento por favor, que ingreso los datos en el sistema.” Un rato más tarde me ofrece mandar un fax. Acepto, pero la máquina se quedó sin papel: casi no la usamos, y el otro día alguien mandó propaganda. Salgo bajo la lluvia a comprar. Pero caramba, no anoté el nombre de la segunda operadora, y tengo que llamar de vuelta.

Nivel de las expectativas

[24/11/2002]

A pesar de todo también hay buenas noticias. El envase nuevo de Sucaryl tiene una tapa mejorada. Ahora, con cada sacudida del frasquito sale exactamente una pastilla, y no cero, tres, cinco o cualquier otro número arbitrario como ocurría antes. Lástima que en los próximos días nos iremos olvidando de este hito, de este detalle que perfecciona nuestras vidas al menos dos o tres veces cada día (según la frecuencia con que tomemos café), de este avance hacia un futuro que hasta podría ser promisorio si pusiéramos las expectativas en un nivel realmente, pero realmente, bajo.

Ventanas, ruido, anteojos

[23/11/2002]

Cuatro ventanas forman un rombo, Norte, Sur, Este, Oeste. Cada una refleja el sol de una forma diferente.

*

El ruido es tan fuerte que no deja ver.

*

Con los anteojos para leer a media asta en mi nariz, el cerebro entra en la rutina para la que está condicionado. Es automático. Si miro por arriba de los cristales, hemisferio derecho. Si miro por abajo, hemisferio izquierdo.

Información

[22/11/2002]

En los últimos cinco minutos ocurrió una de esas cosas que cambian el mundo, y yo todavía no lo sé. Es lo que pienso antes de ir a ver un sitio de noticias. Casi siempre me equivoco, pero lo peor es que no me doy cuenta cuando tengo razón.

Lo que te llevás

[15/11/2002]

“Cada vez que venís te llevás momentos”, dice el afiche de Unicenter.

Sí, claro. Para llevarte cosas deberías tener plata.

Recuerdos o no

[4/11/2002]

Estoy a punto de dormirme pensando en algo que dijo mi mujer, cuando otra cosa entra en mi mente. Viene de ninguna parte, sin aviso, a interrumpirme. Puede ser un recuerdo: camino por unas calles casi despobladas, en busca de la casa de alguien. Estoy con mi mujer, o tal vez no sea ella sino una pareja anterior; más que la persona, es el vínculo lo que está claro. Pero el hecho de caminar no es lo central, sino la contemplación en sí misma. Me parece ver el plano del barrio en que me encuentro, calles ortogonales, manzanas en damero, y hay cuatro cuadras en una dirección, seis cuadras en la otra, la mayor parte sólo terrenos baldíos. La casa que buscamos está en una calle perpendicular a la dirección en que veo el conjunto.

Sí, tiene que ser un recuerdo, pero no consigo ponerlo en ningún sitio, ninguna época. También podría ser un sueño. O el recuerdo de un sueño.

La casa que buscábamos es pequeña y un tanto vieja, en contradicción con el barrio, que sin duda ha sido trazado hace poco y está apenas ocupado por unos pocos chalets de dos ambientes con ladrillo descubierto. Estoy en la vereda, mirando la casa a través de una alambrada. Y sin embargo tengo una imagen difusa del patio interior, con una mesa destartalada, las puertas altas y oscuras de una casa-chorizo, una mujer baja vestida de negro con un delantal claro. También puedo ver algo de la casa de al lado: está cerrada, vacía; tiene las paredes revestidas de piedra; el césped, afuera, está bien cortado, no como en “nuestra” casa, cuyo jardín es desprolijo.

Lo curioso es que no presto atención a lo que veo, sino a las dudas sobre su origen. ¿Estuve en este lugar alguna vez? ¿Lo estoy inventando ahora? ¿Está regresando de un sueño muy antiguo? No lo puedo saber. Es muy convincente la creencia de que el lugar existe, o existió. Se me impone. Y a la vez me falta la comprobación de un recuerdo más preciso. ¿Tal vez esto ocurrió cuando era muy chico? ¿Puede ser que esté con mis padres? ¿Sólo con mi madre?

No, no es así. Fui de adulto. Tenía comprensión del espacio, una idea muy clara de la disposición del barrio. Recorro mentalmente distintas eras geológicas de mi vida, rastreando el momento que ahora me toca revivir. Voy muy lejos. Pero no encuentro nada.

Y ahora esto también se desdibuja, porque tengo otro recuerdo, de otro barrio, otro momento, otro viaje. En un colectivo, ando por una calle que debe estar en la mitad sur de la ciudad. A ambos lados hay edificios de varios pisos. La calle termina un par de cuadras más adelante, donde sé que el colectivo girará unos metros a la derecha para luego volver a doblar a la izquierda. También veo el plano del barrio, debí consultarlo en una Filcar. Estoy solo, voy a visitar a alguien por primera vez. Pero no sé a quién. Tampoco lo recuerdo. O estoy en otro sueño.

Esta segunda escena es más débil que la primera. La primera trata de volver, se superpone a la segunda. Y entonces, aprovechando la lucha, una tercera situación relacionada con planos y casas salta hacia mí. Hay una avenida larga, que va hacia el sur cerca del río. No estoy viajando, es algo que sé, veo más o menos toda la avenida y entiendo que voy allá al final, a un pequeño barrio encerrado entre depósitos. Al mismo tiempo, sé que hay una plaza, la veo, es una plaza oscura en el centro de la ciudad, con árboles muy altos, rodeada de edificios de tipo ministerial. La plaza y la avenida son parte de un mismo recuerdo, un mismo lugar, aunque estén disociadas.

Nada de esto se corresponde con sitios de Buenos Aires. Y sin embargo creo que estoy aquí, en la ciudad. No puede ser en otra parte. Una idea lateral me encandila por un momento: escribir un cuento, o una novela, en una Buenos Aires donde las calles son otras, los nombres son otros, pero en una recombinación de elementos porteños que hagan la ciudad inconfundible; más aún, llamarla Buenos Aires, declarar que es Buenos Aires. Y no dar explicaciones.

Estoy en todas partes: en el barrio raleado, en el colectivo, en la avenida del sur y la plaza. Comparo las situaciones entre sí, asignándoles distintos grados de credibilidad. Me sorprende el acumular tantos recuerdos que podría llamar catastrales. O el tener tantos sueños semejantes, que sin embargo parecen separados por intervalos de años y años. Me siento al borde de entender algo, a punto de llegar a una conclusión.

Pero no hay momento culminante, no hay resolución. Me canso, me distraigo. Dejo todo de lado. Vuelvo a la imagen más fuerte, la casa pequeña y vieja en ese barrio despoblado, seguramente en las afueras de la ciudad, hace mucho tiempo. Y entonces no recuerdo nada más, y ya son las cuatro y media de la madrugada, y me duele la espalda, y me doy vuelta para seguir durmiendo.

Adolescentes

[4/11/2002]

Salen del colegio cada día y se sientan los cuatro en un umbral, bien apretados, las piernas largas y plegadas como patas de araña. Uno de ellos hace ritmos con dos dedos de cada mano y acompaña con gestos de la cara, en silencio. Los demás pueden charlar o no, da lo mismo. Todos están haciendo un gran esfuerzo, están sumergidos en ese aprendizaje duro, absorbente, cruel, ese entrenamiento doloroso que algún día, tal vez, con suerte, los lleve a ser cool.