Categoría: Bolsa sin clasificar

El último

[1/12/2002]

Es el último ser humano que queda en la Tierra. De pronto suena el teléfono, pero deja que atienda el contestador.

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Es el último ser humano que queda en la Tierra. “Ya casi lo logramos”, oye decir a lo lejos.

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Es el último ser humano que queda en la Tierra. Ahora nadie puede decirle si va a llover el fin de semana.

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“Es el último ser humano que queda en la Tierra.” ¿Por qué todo el mundo piensa que se trata de un hombre?

Dimensiones

[29/11/2002]

Cuando los seres bidimensionales descubren la tercera dimensión, lo que hacen es edificar en propiedad horizontal.

Saltos

[23/11/2002]

Pega un salto y llega un poco más abajo. Otro salto, otro poco más abajo. Salto, abajo. Salto, abajo. El objetivo es llegar al fondo, allá donde todo se acaba, a la oscuridad, al sitio sin salida. Pero de a poco.

Filtros

[18/11/2002]

Tenía los filtros demasiado sucios, pero me dio pereza limpiarlos. Así que me los arranqué y los tiré ahí al lado, en el piso. Ahora pienso con más claridad, aunque no sé cuánto va a durar.

Control remoto

[18/11/2002]

Él se quedó apretando enloquecido los botones del control remoto. Pero ella siguió alejándose como si nada.

Migración

[18/11/2002]

Los acondicionadores de aire saltaron de sus huecos en las paredes y remontaron vuelo. Eran tantos que pusieron negro el cielo. Mientras nos torcíamos el cuello para mirarlos, todos juntos emigraron hacia el invierno del norte.

Gente en el subte

[9/11/2002]

Ese hombre alto y gordo, de bigotes, medio calvo, con remera blanca y pantalones de gimnasia, pasa silbando el arrorró.

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Es una chica linda, salvo por esa horrible cicatriz en el cuello, esa cosa sin forma por debajo y un poco por detrás de la oreja. Hasta que mueve la cabeza y resulta ser un aro, un pendiente que termina en una piedra color salmón.

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Ella (otra) tiene una cicatriz que le parte el labio superior. Él la besa exactamente ahí.

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Viene por el andén corriendo bajito: la espalda bien derecha, los brazos quietos a los costados, sólo corre la mitad de abajo de las piernas, arrastrando los pies.

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Hay un sargento de la policía en el siguiente grupo de asientos. Mejor dicho, hay unas jinetas de sargento, tres segmentos amarillos, en una prenda color azul oscuro. Mejor dicho, hay un chico de pelo largo que lleva una remera con tres rayas amarillas en las mangas.

Diez cuentos de diez palabras

[6/11/2002]

(Con un guiño a Jordi Cebrián)

Giró la llave en el sentido equivocado y terminó todo.

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Al mediodía aún no habían logrado que saliera el sol.

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Necesitaba una lista de compras que pudiera resolverle la vida.

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Bajé antes. Caminé. Miré pájaros. Llegué tarde. No me esperaban.

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En el colectivo siete personas estaban sospechando de las otras.

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Le puso en los ojos unas gotas para mirarse adentro.

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Dedicó su vida a cambiar el uso de una palabra.

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En la tumba sólo encontraron una moneda de diez centavos.

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Se puso a escribir sin saber que acabaría tan pronto.

[6/11/2012]

Tardé, pero en algún momento me di cuenta de que eran nueve en lugar de diez.

Integrados al paisaje

[6/11/2002]

Los Gimenez de Google

[6/11/2002]

Sé que mi apellido es muy común. Aun así, tengo una experiencia intensamente surrealista al ver esas páginas y páginas de caras y dibujos, completamente ajenos a mí, cuando busco Gimenez en la sección de imágenes de Google.

Algunos casos son francamente delirantes. Como cierto gimenez.gif, severo retrato que corresponde a un suboficial mayor (R), con la gorra bien calzada, que parece haber estado en la base Marambio. O el gimenez.jpg de una profesora canosa, sonriente, sonrosada, con vestido de tela celeste estampada, del Departamento de Sociología de la Universidad de California. O la muy erótica luciana_gimenez_01.jpg, portaligas, escote que sólo pudo ser creado en el Photoshop, que adorna un weblog en portugués compartiendo cartel con el Nighthawks de Edward Hopper.

Finalmente, yo estoy aquí. En un sentido profundo y definitivo, me resulto a mí mismo indistinguible del resto.