
De la página 67 de Dramatic games and dances for little children, de Caroline Crawford (1914). Cortesía de Internet Archive. Click para ver grande.
por Eduardo Abel Gimenez
De la página 67 de Dramatic games and dances for little children, de Caroline Crawford (1914). Cortesía de Internet Archive. Click para ver grande.
De la página 63 de Physical culture, de Bernarr Aldolphus MacFadden (1899). Cortesía de Internet Archive.
De la página 72 de American spiders and their spinningwork. A natural history of the orbweaving spiders of the United States, with special regard to their industry and habits, de Henry C. McCook (1889). Cortesía de Internet Archive.
De la página 95 de The tragedy of the seas; or, Sorrow on the ocean, lake, and river, from shipwreck, plague, fire and famine, de Charles Ellms, 1848. Cortesía de Internet Archive.
El pueblo está preocupado por la falta de frío, el árbol que se seca, los perros sin patas, la mezcla de nubes que tuvimos ayer, el color de los zapallos, la humedad que sale por las paredes de la iglesia, el celofán, la malaria, el molino de viento, la suba del alquiler, la velocidad de los gansos salvajes que han venido de otro continente, el sombrero del alcalde, las faldas de la hija del panadero, el camino que lleva al cerro, la piedra amarilla, las orejas del caballo blanco, el aljibe y las sombras chinescas.
(Publicado en este blog hace dieciséis años).
Uno cuenta un chiste. Dos se ríe. Pero el chiste tenía una alusión a cierto aspecto del pasado de Dos, cosa que Dos comprende unas horas más tarde, mientras viaja en el colectivo de regreso a su casa, aunque está convencido de que Uno jamás pudo enterarse de aquello. Al día siguiente hay una extraña conversación telefónica, en la que Dos le explica a Tres que nunca quiso decir lo que dijo entonces. Tres se queda pensando, sin entender, hasta que se encuentra con Uno para tomar una cerveza y se olvida de todo. Uno le cuenta un chiste.
(Publicado en este blog hace dieciséis años).
Hay que contarlos con los dedos de los pies. Hay que tocarlos con la punta de los cabellos. Hay que soñarlos después de las cinco de la mañana. Hay que creerlos dos veces por día. Hay que llevarlos en un bolsillo interno. Hay que mostrarlos con respeto. Hay que seguirlos sin que se den cuenta. Hay que apostarlos cuando quedan pocas chances. Hay que mentirles siempre.
(Publicado en este blog hace dieciséis años).
El agua resbala por la pared y cae en la escalera que debo bajar. Todo es blanco menos yo. A mi espalda queda un reguero de talco y madres que tratan de limpiarlo con trapos húmedos. Hay muchas cosas inútiles, pero el día que haga la lista empezaré diciendo que a mi tacho de basura le falta el fondo.
(Publicado en este blog hace dieciséis años).
Te devuelvo el libro que me prestaste, con el valor agregado de las horas de insomnio, la mancha de chocolate en la página 147, la estadía entre Expiación y Milenio negro, la mirada de la chica del subte que quería adivinar, el descubrimiento de que doblás las hojas para marcar por dónde vas, el tiempo perdido, el tiempo ganado, el tiempo que empatamos.
(Publicado en este blog hace dieciséis años).
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