El capitán se hunde con su barco. El capitán de la industria, con su banco.

por Eduardo Abel Gimenez
El capitán se hunde con su barco. El capitán de la industria, con su banco.

Eran las doce de la noche, yo trataba de dormir, y él se quedó con la moto andando ahí en la vereda: rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Digo él porque es tan de macho eso de dejar la moto andando en la vereda, a medianoche. Hay que tenerla tan larga, para hacer eso. Ya hay que tenerla bastante larga para andar en moto, más para acelerar en las calles angostas de Belgrano, y muy larga, de las más largas, para hacer ese ruido en la vereda a tales horas: rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Mucho tiempo, ronroneo irritante, rabia redoblada, rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Y de vez en cuando un toquecito de acelerador, rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Y dos más, rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr.
Vamos, pensé, que baje pronto la novia. Que se le acabe el combustible. Que le caiga una maceta en la cabeza, con o sin casco. Era fuerte el ruido: pasaba un colectivo y casi no se notaba. Había un bocinazo y no se movía un pelo. Qué audacia, qué golpe de genio, qué símbolo de los tiempos, qué gran paso para la humanidad esa moto ahí burlándose de sí misma con su rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr.
Hasta que de pronto apareció una voz, seguramente masculina pero aguda, potente, muy enojada, a la distancia justa como para que yo pudiera entender las palabras:
—¡APAGÁ ESA MOTO DE MIERDA, BOLUDO!
Y un segundo después, rrr rrr rr r… La moto se apagó. Sorpresa. Silencio. Y no se volvió a encender. Y nadie más gritó. Y ahí me quedé, tipo doce y diez, con los ojos definitivamente abiertos, definitivamente de madrugada, definitivamente alterado.

Es como una moneda entre las rocas de la orilla
donde a veces llega la espuma de las olas
de un mar lento
donde hace años está naufragando un barco
ante mis propios ojos.


Me llegan muchos mails por error a la vieja dirección egimenez@gmail. Ya no la uso, pero está configurada para redirigir los mensajes a la dirección nueva. Cuando no me estrujan la paciencia, etiqueto esos mails como “Número equivocado”; después de todo, se parecen a lo que pasa con el teléfono. Muchos son comerciales, pero otros tienen un toque personal conmovedor. Esta semana reproduzco algunos de los 1446 que tengo ahora mismo en la colección.

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