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El crítico de palabras. Hoy: aguantar

Qué porquería de palabra. Qué asco. Como un caracol vivo en medio de la ensalada.

Los labios se fruncen, la lengua se encoge, y no pasa nada. No suena un beso, no se tocan los dientes. Hay que decirla en voz alta sintiendo los músculos de la boca para descubrir la frustración que se esconde en esta palabra.

Aguantar. ¿Echar agua? ¿Quitar o poner un guante? El origen apunta a la segunda, pero el baldazo de agua fría es lo que más se siente.

Dice la Real Academia, en uno de sus arrebatos cómicos: “6. tr. Taurom. Dicho de un diestro: Adelantar el pie izquierdo, en la suerte de matar, para citar al toro conservando esta postura hasta dar la estocada, y resistiendo cuanto le es posible la embestida, de la cual se libra con el movimiento de la muleta y del cuerpo.”

Dice la hinchada: apoyar a un equipo de fútbol, a una banda de rock, no importa lo que haga, de manera acrítica, aun sabiendo que se cae en lo más bajo de la escala (de cualquier escala que venga al caso), porque es lo que hay que hacer, porque es la única manera de demostrar algún valor, algún coraje, porque es el camino para alcanzar la pertenencia a algo, no importa a qué.

Aguantame: esperame sin salpicar, sin tirarme un guante.

Me aguanto: acepto maltrato, falta de baños públicos, hambre.

En palabras de la Real Academia, “en la suerte de matar”.

Basta, se acabó. No hay que aguantar nada. Y si hay que aguantar algo, por lo menos que sea con otra palabra.

El crítico de palabras. Hoy: perplejo

La palabra “perplejo” se pega a la lengua como chicle. Con “perple” nos enroscamos, nos enredamos, nos tropezamos, y no alcanza el escupitajo final de ese “jo” para liberarnos.

Así y todo, es una palabra bellísima, a los ojos, al oído, al tacto.

¿Y el significado? Si apareciera en un idioma que conocemos poco, jamás lo deduciríamos del contexto. En nuestro propio idioma es como una isla, un fragmento separado del resto, donde no encontramos raíces ni asociaciones. (Basta, no me vengan con el latín. No sé latín. Muchos no sabemos latín.)

Ese carácter de isla queda acentuado por la falta de palabras derivadas. Sólo hay un sustantivo, encima feúcho: “perplejidad”. Si al menos fuera “perplejía”, o “perplejancia”: suenan mejor, traen otra ideas. O si también hubiera un verbo: “perplejar”, “perplejarse”. ¿De qué otra manera se describe la transición del no-perplejo al perplejo? “Quedé perplejo”, se lee por ahí, como si fuera un salto cuántico, algo que no se puede dividir. ¿De qué manera quedé perplejo? ¿Qué ocurrió durante el proceso? “Fue entonces que me empecé a perplejar…”

Palabra isla, palabra paria. Maltratada. Al definirla, el Diccionario de la Real Academia da muestras de una torpeza insuperable: “1. adj. Dudoso, incierto, irresoluto, confuso.” ¡Parece que se refiriera a un objeto! “Era un asunto perplejo.” “Me hizo una propuesta perpleja.”

Sin embargo, para cada palabra hay lugar en el mundo, hay riqueza, hay historia, folklore, arte. En medio de la batalla, Google sale a demostrarlo.

El crítico de palabras. Hoy: cabriola

“Cabriola” es una de las tantas palabras hermosas del castellano.

Cabra y ola.

La cabra que hace olas.

La ola de cabras.

Pensamiento surrealista. Disparate y descripción precisa.

Boca que se cierra y vuelve a abrirse y termina en sorpresa. Cosquillas en la lengua.

A pesar de tanta palabra “a” y tanta palabra “de”, es un placer escribir en este idioma.

¿Qué hacés?

Sin las líneas que separan las baldosas, la vida sería aún más aburrida.

A un día del mar

Son tantos los motivos por los que esta es una música que me gusta hacer.

Este tema, “A un día del mar”, forma parte de un cassette llamado “Señales en la niebla”, que publiqué por mi cuenta en 1989, igual que “Máquinas en tránsito” y “Tormenta en la feria”. En algún momento pondré todo el cassette aquí, en la Mágica Web, pero por ahora sólo tengo preparado lo que era el lado A. El lado B tiene algunas complicaciones técnicas que sería largo contar y que todavía no me puse a resolver (son completamente resolubles, que el mundo no se detenga por esto, es todo una cuestión de pereza).

La cuestión es que este temita, por alguna razón, siempre me gustó mucho. No es que esté orgulloso, sé que tiene defectos, que podría estar mucho mejor, todo eso. Tampoco es que haya perdido la modestia, ni la perspectiva (no soy un buen músico, stop). Es que me gusta mucho, así nomás.

Si alguien sintiera curiosidad por mis mecanismos internos, tal vez le intrigaría saber que mi parte favorita empieza a los 45 segundos, y a los 58 es cuando siento que levanta vuelo.

Por eso hace un ratito lo escuché de vuelta, como suelo hacer una vez por año o algo así. Y por eso no me pude resistir y lo estoy subiendo al blog.

La mezcla no es la original, de Jorge Cumbo. La hice hace cosa de un año, en mi compu.

Click acá para bajar “A un día del mar” en mp3.

(Posdata: los cassettes de 1989 fueron siete. ¡Siete! Tres publicados. Cuatro preparados, pero no publicados. El otro día, ordenando contenidos de cajas que llevaban mucho tiempo cerradas, encontré las tapas de los cuatro inéditos. La música está secuenciada en mi viejo Kawai Q-80, y los sonidos guardados en el Kawai K1, así que ahora sólo me falta juntar la paciencia para pasar todo a la compu, remezclar y subirlo. I know, I know, it’s just for myself.)

Invasión (3)

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Archivo imposible

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Lo que sostiene todo

Nunca es lo que uno cree.

Invasión (2)

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Encuentros cercanos

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Esta foto es falsa. Es un chiste. Es una pavada. Me gustan las lucecitas.

Lo digo, como si sirviera para algo, en prevención de comentarios como los de esto, o de esto, etc.