Cameron, Eleanor, Viaje maravilloso al planeta de los hongos, Editorial ACME S. A. C. I., Buenos Aires, 1965. 13 x 19 cm.
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Bradbury, Ray, El hombre ilustrado, Minotauro, Buenos Aires, 1969. 11.5 x 19.5 cm.
Von Frisch, Karl, Diez pequeños compañeros de casa, Eudeba, Buenos Aires, 1966. 10 x 18 cm.
Dick, Philip K., Gestarescala, Intersea Saic, Buenos Aires, 1975. 13 x 18 cm.
Norstad, Fil, La otra cara de la Luna, E. D. H. A. S A., Barcelona, 1959. 11 x 17 cm.
Tres palabras terribles andan sueltas por el idioma, con la única oposición de una palabra breve, tierna, desprotegida. Grave, crónico, obtuso. ¿Quién no se tropezó con alguna de ellas, o con todas, una noche oscura, en el callejón más remoto de un texto? ¿Quién no las teme cuando andan a sus anchas, sembrando miedo, incertidumbre y dudas? Grave, crónico, obtuso… Si al menos tuvieran su contrapartida. Pero no:
¿Qué es lo opuesto de grave? Agudo.
¿Qué es lo opuesto de crónico? Agudo.
¿Qué es lo opuesto de obtuso? ¡Agudo!
Hay quienes ven signos de derrota. “Los agudos problemas de la economía”, por ejemplo, vienen a ser lo mismo que “los graves problemas de la economía”.
Con tanto desgaste, agudo va a quedar roma.
Es peliagudo.
Así nos va.
Palma, Athos, Tratado completo de armonía, Ricordi Americana, Buenos Aires, 1973. 16 x 22 cm.
Hindemith, Paul, Adiestramiento elemental para músicos, Ricordi Americana, Buenos Aires, 1973. 15.5 x 23 cm.