Etiqueta: MW+X

Acento

[19/2/2003]

El otro día le hablé a mi mujer del Movable Type. Por culpa del acento que tengo cuando pronuncio en inglés, primero entendió que el programa se llamaba Moo-bubble Type. Y luego, Moo-babble Type.

Otoño

[19/2/2003]

Con esta especie de otoño que febrero nos trajo es fácil olvidar que todavía tendremos semanas y semanas de calor insoportable antes de la llegada de un otoño de verdad.

Tapar con música

[19/2/2003]

Cuando me viene a la cabeza un recuerdo vergonzante lo tapo con música. De pronto me acuerdo de algo que hice o dije o pensé, generalmente muchos años atrás, de lo que me avergüenzo tanto que me resulta insoportable. Entonces aparece el DJ que tengo escondido y pone en mi interior música bien fuerte, bajo y batería, o mejor dicho percusión electrónica: algo intenso, monótono, a un volumen imaginario que impide por completo seguir pensando. La molestia se hace tan grande que a los pocos segundos me olvido de todo y ya estoy pensando en otra cosa.

Remota

[19/2/2003]

Qué feo es tener instalado el PowerPoint sólo por la remota posibilidad de que alguien, alguna vez, me mande una presentación que valga la pena ver.

[19/2/2013]

Hace muchos, muchos años que no tengo instalado el PowerPoint. Ni el Excel, ni el Word, etc. Pero sí tengo los equivalentes de LibreOffice (y antes tuve OpenOffice). Fue bueno el cambio cuando lo hice, y sigo convencido.

Eso sí, siguen sin aparecer presentaciones que valga la pena ver.

Rayitas rojas

[18/2/2003]

Me parece bien que el Word marque con rayitas rojas las palabras que escribo mal o que no tiene en su diccionario. El problema es que casi no uso el Word. Escribo en Outlook, en Dreamweaver, en TextPad y en Movable Type, el programa con que administro este weblog. Ninguno de ellos sabe cómo poner esas rayitas rojas, ni puede acceder al diccionario del Word. Por lo tanto, no me tomo el trabajo de enseñarle al Word las palabras que él no sabe y yo sí, y las rayitas rojas son un poco molestia y un poco deseo, pero casi nada realidad.

Lo ideal sería que el Word compartiera sus habilidades con otros programas. Que el módulo diccionario y el módulo rayitas rojas estuvieran a mi alcance en todo momento, para conectarlos donde yo quiera. Más todavía, ese diccionario que yo iría modificando a mi placer debería ser un archivo (o una colección de archivos) fácilmente accesible, en un formato estándar y abierto. Y no estar expuesto a que una nueva versión de un programa cambie todo y lo inutilice para siempre. Entonces sí valdría la pena ir agregando y quitando palabras mientras trabajo y juego, a lo largo de los años. E incluso intercambiar mejoras con gente que también use diccionarios. Y las rayitas rojas serían una parte más de los grandes servicios que, a pesar de todo, logra prestarme mi computadora.

Diseño

[16/2/2003]

Me gustaría que las carpetas de Windows fueran más expresivas. Por ejemplo, sería bueno que indicaran de algún modo si están vacías, llenas a medias o a punto de reventar. Estoy seguro de que sería fácil que los íconos fueran cambiando, mostrando papelitos que asoman, hinchazones y cosas así. Por supuesto, también sería bueno que adoptaran algo de la iconografía de la historieta y la caricatura, por ejemplo cambiando de color: la carpeta más llena, esa gorda, redondeada, de la que saltan papeles y está a punto de reventar podría ser de color rojo oscuro.

También me gustaría que las carpetas de Windows envejecieran. Tengo archivos que han cumplido quince o más años. Las carpetas que los contienen deberían estar ajadas, remendadas, mostrando la edad de distintas maneras. Esto en combinación con el grosor que dicte el volumen de su contenido.

Así, sería otro el aspecto del Windows Explorer, más humano y en realidad más útil, si a simple vista me informara todo eso de mis carpetas, como lo hace el viejo archivo de papel que tengo a un metro de mí, sobre una cajonera.

Y no estaría mal que las carpetas más usadas (o más queridas) tuvieran alguna preponderancia sobre el resto, se situaran más arriba, o adquirieran esa cualidad diferente de lo que ha sido tocado y vuelto a tocar por manos humanas. Y que otras carpetas simplemente desaparecieran de la vista hasta que sean necesarias o yo mismo exija verlas, como algunas monstruosidades llamadas “adobeapp”, “biling”, “corelcd”, “kpcms”, “mps”, “mpx”, “ncdtree”, “pm”, “psfonts”, cuya utilidad ignoro (o quiero ignorar) y no es asunto mío, que diversos programas se han tomado la libertad de crear en mi directorio raíz sin consultarme.

Hablo de una computadora que uso para trabajar y para jugar, donde escribo, leo, escucho música, gano mi dinero, y con la que en general paso una buena parte de mi vida. No es mucho pedir, sólo una cuestión de diseño, cosmética, para la que existe tecnología de sobra. Eso sí, sólo se trata de una punta entre muchas de un ovillo muy enredado, muy complejo, y en todo caso muy insatisfactorio.

[16/2/2013]

Diez años después, con mucho desarrollo de interfaces en el medio, se puede seguir diciendo lo mismo.

Ventilador

[16/2/2003]

Señas particulares: cicatriz en la sien izquierda, tres centímetros de largo, a dos centímetros del ojo, resultante de la herida provocada por un ventilador de techo, en un vagón de ferrocarril.

Tenía diecisiete años. Volvíamos de un campamento en el Parque Nacional Los Alerces. Después de unas cincuenta horas de tren llegábamos a Buenos Aires cansados y felices, pero más que nada sucios. Me trepé a un asiento para bajar la mochila del portaequipaje. Algo como una mariposa traída por el viento me tocó la sien. Aparté un poco la cabeza, terminé de sacar la mochila y la puse sobre el asiento. Entonces noté que algo me bajaba por el costado de la cara: sudor, seguramente. Me lo saqué con la mano y apareció roja.

No sé qué habré dicho, o tal vez gritado. Recuerdo poco, excepto una especie de foto fija en que estoy en otro asiento, en el fondo del vagón, y a mi alrededor hay un grupo de gente: tanta que se ve todo oscuro. Hablan, me hacen cosas en la cabeza, me preguntan cómo estoy. No sé cómo estoy. Alguien, creo que un estudiante de medicina, me limpia, detiene la hemorragia y me pone una venda que termina abarcando toda la cabeza.

A mis diecisiete años todavía me esperaban mis padres en Constitución. Se dieron un susto que nunca terminaron de describirme. Me llevaron a una sala de auxilios, o la guardia de un hospital, donde me cosieron la herida. Esta parte es más difusa que la anterior, como si ya no tuviera importancia. La herida cicatrizó. Todavía se ve.

No fue tanto el daño que sufrí en ese momento como el que vino después, el que todavía sufro a veces, cuando sin proponérmelo vuelvo a pensar en la escena y me veo acercando el ojo izquierdo, lentamente, silbando alguna canción de los Beatles, a un ventilador invisible.

Piso blanco

[16/2/2003]

Es un error tener piso blanco en la casa: se ven todas las partes que se nos van cayendo.

Aliento

[15/2/2003]

Ando corto de aliento. Me esfuerzo todo lo posible, busco energías donde casi no las hay, me concentro, trato de pensar en una cosa por vez, fijo la mirada en un punto vacío para que nada me distraiga, y no hay caso, no consigo escribir más de diez líneas.

Segundos

[15/2/2003]

Lo que todavía anda muy mal en las computadoras, si se las compara con el viejo mundo analógico, es eso de abrir un libro, un diario, una agenda, y que las letras tarden largos segundos en aparecer.

[15/2/2013]

Ya no es así. En estos años, el universo de computadoras móviles (lectores de libros, teléfonos, tablets) cambió algunas cosas.