Etiqueta: MW+X

Por tres

[19/1/2003]

Llegó a tal nivel de stress que debió cancelar todos sus compromisos para los próximos diez minutos.

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Hundió la cabeza en la pantalla del monitor. Perdió una vida.

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Iba a poner la otra mejilla cuando recordó que de ese lado tenía neuralgia.

Afeitadas

[18/1/2003]

Quienquiera que haya inventado la máquina de afeitar de doble filo es un genio. Si el doble filo realmente afeita mejor, se trata de un hallazgo sorprendente. Y si no, entonces es uno de los mayores logros de la historia del marketing.

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Cuando apareció la espuma de afeitar en aerosol, que con el tiempo iba a destronar para siempre la combinación de brocha y bacía, hubo una propaganda inmensamente efectiva. Alguien usaba la espuma mientras, con enorme felicidad, explicaba a los televidentes: “Yo también creía que lo que ablanda la barba es la brocha. Y resulta que es la espuma.” Con énfasis en las últimas palabras. El truco fue transmitir, a todos los ignorantes y estúpidos que atribuíamos a la brocha propiedades inexistentes, que estábamos irremediablemente equivocados, pero a la vez que no éramos los únicos, y que aún teníamos posibilidad de redimirnos.

Sigo sin saber qué ablanda la barba. Pero es imposible afeitarse sin brocha o sin espuma. Eso sí: primero hay que mojarse la cara con agua caliente, y la barba está mucho más blanda después de ducharse. De todos modos no importa si aquella propaganda simplificaba las cosas, o era un engaño. Nos convenció a todos.

(Mi padre tardó en adaptarse a los tiempos. Seguía con su brocha y su bacía, hasta que estuvieron perdidas durante días tras su última mudanza, hace un año y medio. Como ya nadie vende brochas y bacías (y casi nadie sabe qué es una bacía), tuvo que comprar espuma en aerosol. No sé si luego encontró los objetos extraviados. Supongo que sí, pero ya no importa, porque mi padre jamás volvería a usarlos por propia voluntad.)

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Afeitarse no es algo tan irracional y dependiente de la moda como puede parecer a primera vista. Es un homenaje a las grandes regiones del cerebro del prójimo que están dedicadas al reconocimiento de caras.

[18/1/2013]

Por supuesto, ahora uso máquinas de afeitar de triple filo. Todavía me resisto a aceptar que las de cuádruple filo tengan algún sentido.

Porteros eléctricos

[18/1/2003]

Por algún motivo, el ingenio colectivo no consiguió todavía un nombre mejor para los porteros eléctricos. “Portero eléctrico” es una expresión larga, molesta. Y todavía peor, ofensiva, cuando la abreviamos: “Sonó el portero”, “Alguien tocó el portero”. Los porteros (los de carne y hueso) deben sentirse agredidos cuando oyen esas frases. Nos acercamos y le decimos al hombre que está solo y espera allá en la planta baja: “El portero no anda”. No entiendo por qué no responde con una trompada.

Claro, el portero de carne y hueso no es en realidad portero sino encargado. Pero “portero” es la palabra que está en mente de todos. Si no fuera así, el “portero eléctrico” se llamaría de otra forma.

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El portero eléctrico de mi edificio tiene un problema de representación. Está girado noventa grados. La hilera inferior de botones no representa la planta baja, sino los departamentos C. La que sigue, los departamentos B. Y la de arriba los A. Tres hileras solamente, para un edificio con dieciocho pisos. Los pisos, a diferencia de lo que se ve en cemento y ladrillo, aquí son columnas verticales, una al lado de la otra. El piso de la extrema izquierda (por usar una expresión común en un contexto diferente) es el primero. El de la extrema derecha (ver comentario sobre la extrema izquierda) el 18.

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En los últimos treinta años deben haber inventado otras tecnologías para los porteros eléctricos. Es difícil creer que no haya nada nuevo. ¿Por qué, entonces, tenemos que soportar esa maraña de cablecitos que no se entienden a sí mismos, tan poco resistentes a la humedad, que se prolongan en el espacio hasta esos antiguos aparatos símil teléfono que adornan la pared de cada cocina, donde la gente los cuelga mal y entonces nadie más oye nada hasta el día siguiente, la misma maraña de cablecitos de colores que se pone contenta como un perrito cuando viene el técnico, para sacar un par de tornillos con las manos engrasadas y volver a ponerlos tras alguna reparación sacada directamente de los Picapiedras?

Quiero otra cosa, algo diferente, que aproveche las ventajas de los nuevos sistemas de comunicaciones. Y no, no me consuelo con esa cámara miope que puso Cablevisión y que permite a los vecinos más neuróticos ver si tengo el mismo short de ayer, en directo, por el canal 98.

[18/1/2013]

Qué cosa ese servicio de Cablevisión y su canal 98. Me imagino que hace mucho que no existe. No existe, ¿no?

Vi luz y subí

[17/1/2003]

Ayer empecé un weblog paralelo a este, “Vi luz y subí – Fragmentos encontrados cuando estaba de visita“. La idea es anotar cosas que veo navegando y que me dan ganas de recordar. Nada mío. Tal vez se trate de un web-log en el sentido más estricto de la palabra. Están todos invitados. Espero que dure.

[17/1/2013]

Está ahí todavía. Pero duró una semana.

Y ni hablar de la cantidad de links que no sirven más.

La ciudad flotante

[16/1/2003]

Al amanecer, los barcos pesqueros salen de la ciudad flotante. Algunos tendrán la suerte de volver cargados, hurgando ya en un contenedor de comida de los que lanzan desde grandes cilindros de cultivo que están en órbita.

La ciudad flotante también está hecha de barcos y contenedores, y láminas de plástico, chapas metálicas, aglomeraciones de basura, cualquier cosa con posibilidades de flotar. Hay pocos recursos, y el más difícil es el aire: para cada diez habitantes existen nueve máscaras. Se pelea mucho.

No hay tierra a la vista. La tierra más cercana está a mil kilómetros, en alguna dirección imprecisa. Mejor. Nadie tiene ganas de ver tierra en estos días.

No es muy grande, la ciudad. En realidad es de las más pequeñas, comparada con otras que van a la deriva por el mar. Casi un pueblo: llega apenas a los diez millones de habitantes.

(Cualquier parecido con Waterworld es pura coincidencia. Kevin Costner no tuvo nada que ver con la redacción de este post. Y ahora caigo en la cuenta de que tampoco me dieron doscientos millones de dólares por escribirlo.)

Para verte mejor

[15/1/2003]

Obediencia

[15/1/2003]

Señaló con el dedo un punto vacío del horizonte y empezó a caminar. Obediente, la soledad lo acompañó.

[15/1/2013]

El séptimo de los textos que se abrieron paso hasta El hilo, el libro que hicimos Claudia Degliuomini y yo.

Los anteriores están acá.

Estas son las páginas correspondientes al de hoy (click para ver la imagen más grande).

Josefa

[15/1/2003]

El 15 de enero era el cumpleaños de mi abuela materna. Nació en 1900: siempre fue fácil saber su edad. Murió en 1993. La recuerdo muy bien de cuando yo era chico: me iba midiendo en los botones de su blusa, cuesta arriba, a medida que crecía. Luego ella se iba midiendo en los botones de mi camisa, cuesta abajo. Vivimos varios años en su casa, también con mi abuelo materno que era un año más joven. Algún día tendré que escribir su historia, con la ayuda por supuesto tendenciosa de mi madre y alguna intervención de mi padre, y ya que estamos la historia de todos ellos, los que vinieron de España por parte de padre y por parte de madre. Será un buen emprendimiento. Habrá que voltear algunos tabúes. Habrá que escarbar mucho y encontrar un estilo. Ya veremos. Por ahora sólo quería recordar un poco a mi abuela, antes de seguir caminando en el desierto.

El quinto de Harry Potter

[15/1/2003]

Dumbledore lowered his hands and surveyed Harry through his half-moon glasses.

“It is time,” he said, “for me to tell you what I should have told you five years ago, Harry.

“Please sit down. I am going to tell you everything.”

(Adelanto del quinto libro de J. K. Rowling, Harry Potter and the Order of the Phoenix, que saldrá a la venta el próximo 21 de junio.)

El Gran Houdini

[14/1/2003]

El Gran Houdini se hundía rápidamente en un mar con mil metros de profundidad. Llevaba las manos atadas a los pies, los pies atados a la cintura, el cuello atado a las rodillas. Las sogas, a su vez, iban rodeadas por gruesas cadenas de las que tiraba una bola de acero, maciza, con un peso de dos toneladas. Todo, Houdini y las sogas y las cadenas y la bola de acero, bajaba rodeado por una jaula estrecha, un cubo de un metro de lado, hecha con barrotes gruesos y soldados entre sí por expertos insobornables.

—Por fin —pensó el Gran Houdini— una situación de la que no puedo salir.

Y se relajó para disfrutar de la nueva sensación.