Etiqueta: MW+X

Capitán

[12/6/2002]

El capitán se hunde con su barco. El capitán de la industria, con su banco.

[12/6/2012]

Ya no se dice “capitán de la industria”, ¿no? ¿Era una expresión de la época? Busco en Google y no le noto mucho entusiasmo. Hay algunas referencias a 2008. Se habla del “último capitán de la industria” de alguna parte. Y 400.000 resultados más, pero en las páginas siguientes, esas que ya no importan.

Silencio

[12/6/2002]


La moto

[11/6/2002]

Eran las doce de la noche, yo trataba de dormir, y él se quedó con la moto andando ahí en la vereda: rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Digo él porque es tan de macho eso de dejar la moto andando en la vereda, a medianoche. Hay que tenerla tan larga, para hacer eso. Ya hay que tenerla bastante larga para andar en moto, más para acelerar en las calles angostas de Belgrano, y muy larga, de las más largas, para hacer ese ruido en la vereda a tales horas: rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Mucho tiempo, ronroneo irritante, rabia redoblada, rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Y de vez en cuando un toquecito de acelerador, rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Y dos más, rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr.

Vamos, pensé, que baje pronto la novia. Que se le acabe el combustible. Que le caiga una maceta en la cabeza, con o sin casco. Era fuerte el ruido: pasaba un colectivo y casi no se notaba. Había un bocinazo y no se movía un pelo. Qué audacia, qué golpe de genio, qué símbolo de los tiempos, qué gran paso para la humanidad esa moto ahí burlándose de sí misma con su rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr.

Hasta que de pronto apareció una voz, seguramente masculina pero aguda, potente, muy enojada, a la distancia justa como para que yo pudiera entender las palabras:

—¡APAGÁ ESA MOTO DE MIERDA, BOLUDO!

Y un segundo después, rrr rrr rr r… La moto se apagó. Sorpresa. Silencio. Y no se volvió a encender. Y nadie más gritó. Y ahí me quedé, tipo doce y diez, con los ojos definitivamente abiertos, definitivamente de madrugada, definitivamente alterado.

Que se vayan todos

[11/6/2002]

—Que se vayan todos  —se pide, y estoy de acuerdo. Empezando por el presidente, que debería darse por aludido, igual que sus ministros, secretarios, susbsecretarios. Y sobre todo los ejércitos de asesores: que se vayan todos, que se enteren de una vez que nadie los quiere y se vayan.

Pero que se vayan también los senadores, diputados, legisladores, concejales de distintos sueldos y pelajes, y sus acompañantes oscuros y silenciosos. Que se vayan también, pronto, los gobernadores, los intendentes y sus respectivos funcionarios. Todos, toditos, todos.

Y aunque no se den por aludidos, que se vayan también los generales, los coroneles, etcétera, etcétera, y sus equivalentes acuáticos y atmosféricos. Y los comisarios, caramba, que se vaya hasta el último de los comisarios y que se vayan todos sus subalternos.

Eso sí, que se entienda bien. Cuando digo todos quiero decir todos. Que se vaya también, sin hacerse el ingenuo, el kiosquero de enfrente que llenó todo de rejas y me hace pagar su paranoia. Que se vaya el portero, que mira mucho, sabe mucho, piensa mucho y no hace nada. Que se vaya el cocinero del restaurante de la esquina, que hace una provoleta incomible por lo dura y además la pone en una bandeja de aluminio de la que nada ni nadie logra despegarla. Y, por supuesto, que se vaya el colectivero que casi hizo caer a esa vieja el otro día. Y la vieja, que no tiene nada que hacer en semejante colectivo. Y el remisero que le quedó debiendo un peso a mi mujer y no avisó a la agencia. Y el taxista que hoy a la madrugada me dio vértigo mientras cruzaba Cabildo a cien por hora con el semáforo más anaranjado oscuro que vi en mi vida. Y que se vaya, sin dudarlo, el vecino de arriba que deja el perro encerrado en la cocina para que tengamos que oír sus garras en el piso, tratando de cavar el hoyo que lo salve para siempre. Y lejos de acabar aquí, que se vayan ya mismo los empleados de la farmacia que el otro día se fueron a la vereda a ver cómo atrapaban a un ladrón y se olvidaron de atenderme. Esos también se tienen que ir todos. Como se tiene que ir el personal de seguridad de la disquería que mira a quienes salimos sin comprar nada como si nos lleváramos los discos puestos en otro sitio que no sean los ojos, que han quedado sistemáticamente hipnotizados por tanta cajita impagable. Como se tiene que ir la vendedora de flores de la esquina, que viene con cara que que le salvaríamos la vida con sólo un pétalo de nuestros bolsillos mustios. Y el plomero, que no viene nunca pero cuando viene pone cara de que ni una chequera nos redimirá. Y los fabricantes de lamparitas, que se siguen quemando, así como el ferretero, que no tiene piedad con los precios. Pero no sólo ellos y ellas: también quiero que se vayan el tipo del kiosco de la otra esquina, la del noveno, el de la librería, la del correo, los del restaurante de Monroe, el de la moto de anoche. Y vamos, pronto, no hay nada que esperar, que se vayan todos nomás, que se vayan ya mismo. Y el último que apague la luz.

[11/6/2012]

Tal vez el reclamo debió ser “que nos vayamos todos”.

Rinoceronte

[10/6/2002]

I’m a lone rhinoceros.
There ain’t one hell of a lots of us
left in this world.

Adrian Belew, The Lone Rhinoceros

En algún lugar del África tropical, dos rinocerontes se aburrían mortalmente.

—¿Y ahora qué podemos hacer? —preguntó el primero.

Silencio. El sol avanzó unos segundos de arco por allá lejos, a punto de ponerse, en el cielo despejado.

—No tengo idea —dijo el segundo rinoceronte.

Quietos sobre la tierra árida, rodeados por hierbas poco apetitosas, los rinocerontes olfatearon, olfatearon, volvieron a olfatear.

—Ni una hembra —dijo el primero.

El segundo emitió un suave bramido, más una queja que otra cosa. Siguió olfateando.

A muchos metros de allí, algún otro animal movió un arbusto. Pero los rinocerontes no lo vieron.

—Un poco más a la izquierda —dijo el segundo rinoceronte, dirigiéndose al pájaro que le picoteaba el lomo. Pero el pájaro hablaba otro idioma, y siguió haciendo a su propio gusto.

Apareció una nube, una oveja aérea, por el lejano cielo de la izquierda. Avanzó hacia el lejano cielo de arriba y luego se escurrió por el lejano cielo de la derecha.

El sol tocó fondo. Se puso más rojo.

—Tengo sed —dijo el primer rinoceronte.

—Mm —se quejó el segundo—. Me da pereza ir al río.

—A mí también —dijo el primero—. Además me olvidé dónde está.

Silencio. Una portentosa muestra de caca de rinoceronte cayó de las postrimerías del segundo de los Diceros bicornis, para delicia de algunos millones de bichos de distintas especies.

—Te juego una carrera hasta el árbol —dijo el primer rinoceronte.

—¿Qué árbol? —preguntó el segundo.

—Aquel —señaló el primero con el cuerno.

El segundo rinoceronte miró en dirección a una borrosa sucesión de manchas. Tardó en contestar.

—Bueno —dijo finalmente.

—A la una, a las dos y…

—¡A las tres! —dijeron juntos los rinocerontes en un especial arrebato de entusiasmo, y allá partieron en un galope que empezó siendo digno y terminó en un arrastrar de patas. El pájaro que hablaba en otro idioma salió espantado.

Llegaron cerca del árbol. Empate. Por las dudas, olfatearon otra vez, y olfatearon, y olfatearon.

—Acá tampoco hay hembras —dijo el primer rinoceronte.

—Mm.

Hubo otra pausa. El cielo siguió despejado. El horizonte no se acercó ni se alejó. El sol se hundía como un jabón radioactivo en una pileta de aceite frío.

—¿Y ahora? —preguntó el segundo rinoceronte—. ¿Qué podemos hacer?

El primer rinoceronte se tomó su tiempo para responder. Estaba por decir algo evasivo cuando un pensamiento diferente le picó en un punto situado en medio y un poco por debajo de las orejas. Sacudió la cabeza, no mucho. El pensamiento siguió allí. Esperó un poco más, mientras el sol terminaba de morir.

—Un momento —dijo al fin—. Acabo de recordar que los rinocerontes somos animales solitarios.

—Mm —dijo el segundo rinoceronte—. Es verdad.

Y se disolvió en el aire como el humo de un cigarrillo que se apaga.

[10/6/2012]

El sitio de Adrian Belew sigue ahí, pero ahora no tiene letras de canciones. La letra de “The Lone Rhinoceros” está acá, y también acá, y en muchos sitios más.

Qu Bo

[10/6/2002]

¿El Qu Bo Mágico?

[10/6/2012]

Me preguntó el por qué de este link (que sigue funcionando). ¿Quise hacer el juego de palabras? ¿Nada más que eso? No me entiendo.

Gestos

[9/6/2002]

El ceño fruncido, las cejas enojadas, la frente con arrugas pensativas, el rostro adusto de tanto prócer en los cuadros no se deben a la firmeza de carácter. Se deben a la presbicia, que obliga a hacer esos gestos cuando uno no tiene los anteojos para leer.

El proyector

[8/6/2002]

De noche, cuando cierro los ojos para tratar de dormir, se enciende el proyector. Un proyector confuso, extraño, que emite varias señales a la vez y se mueve demasiado rápido. El director y el editor de esas películas están locos: la mayoría no significa nada, no hay argumento, las cosas se repiten una y otra vez.

En ocasiones todo es más o menos tranquilo. Pero también ocurre que el remolino me absorbe, corregido y aumentado por una banda de sonido interna capaz de alterar los nervios de cualquiera.

Así aparecen cosas imprevistas, de las que luego me arrepiento. Anoche, por ejemplo, estaba caminando sobre una cuerda floja, con un gran palo en las manos para conseguir el equilibrio, entre dos terrazas de edificios, a muchos metros por encima de la calle. Yo no sé caminar sobre la cuerda floja. Y además tengo un poco de vértigo. Estaba condenado al desastre, así que me puse tenso y traté de cambiar de canal. Para qué. Había una de mí mismo caminando de nuevo por la cuerda floja, ahora sobre las cataratas del Niágara (porque alguna vez leí que alguien lo intentó, no sé si con éxito). Por supuesto, la cámara apuntaba hacia abajo, hacia el agua que caía y la espuma en el fondo. Tuve que abrir los ojos, estudiar el cuadrado liso del techo, pensar activamente en otra cosa.

Todo esto venía acompañado por la repetición incesante de “Quizás porque”, de Charly García.

Carne

Hace unos días conté sobre un par de carteles mal escritos. Ahora, Jorge Varlotta me escribe:

Habría que hacer un relevamiento de este tipo de carteles. Son deliciosos. Si es posible, fotografiarlos.

Hace unos años, en la cantina de un sanatorio mutual, me fascinó un cartel muy prolijo pegado a una columna junto al mostrador (y más me fascinó cuando entró al local una atractiva enfermera fortachona, creándome expectativas que fueron decepcionadas) (cito de memoria, pero lo esencial del texto es totalmente correcto):

“EL PERSONAL DEBE EXHIBIR SU CARNE”

[8/6/2002]

El link a Mágica Web, como otros de esa época, lleva a la página del mes y no la del post (este es el link correcto). El post de los carteles mal escritos, acá en MW+X.

Pocos meses después, en noviembre de 2002, apareció el libro de Proyecto Cartele, que viene mostrando precisamente eso: fotografías de carteles graciosos. (El link, que hoy es válido, no es el mismo que aparece en el libro: ese ahora es cualquier otra cosa.)

Hundirse

[8/6/2002]

Ese capitán no pensaba en hundirse con su barco, sino en que su barco se hundiera con él.

[8/6/2012]

Este es otro de los micro (muy micro) cuentos que se abrieron camino hasta llegar a El hilo, el libro que hicimos Claudia Degliuomini y yo. Antes aparecieron otros tres en MW+X: dos acá, uno acá.

Estas son las páginas correspondientes al de hoy (click para ver la imagen más grande).