Es de metal. O de plástico. De metal, pero parece plástico. Tiene punta. Se va cubriendo de sangre. Gotea. Está agarrado a una especie de cuerda, o cable, que cuelga de un aparato con forma de cubo, apoyado en tres patas.
Sobre el cubo hay un engranaje, y en uno de los lados un reloj que marca las cuatro y diez. Más atrás, en la silla, varios libros sostienen una pirámide hueca, en cuyo interior hay una lámpara encendida
La cuerda, o el cable, tiene dos ramales, uno amarillo y el otro gris, el gris un poco más corto. El amarillo se balancea en el aire.
El cubo es de aluminio, está manchado y tiene las esquinas abolladas. A veces el reloj se detiene, y unos segundos más tarde arranca otra vez. El engranaje gira media vuelta con cada gota de sangre, o tal vez sea la gota de sangre la que resulta de cada giro del engranaje.
Todo el conjunto huele a viejo, a moho, a haber estado bajo llave durante mucho tiempo.
El charco que las gotas de sangre han ido formando llega a los pies de la silla. Ahora se terminan los gritos.