El barco se desliza sobre la ola gigante como si estuviera sonando música de Bach. Hay un trenzarse de espuma y velas, de agua y madera, a imitación de las voces en contrapunto de una partita.
Pero al capitán no le gusta Bach. Está furioso mientras aferra el timón como si todavía tuviera control de lo que ocurre, cuando sólo le sirve para mantenerse en pie. La gorra apenas deja verle las cejas gruesas y negras, y la nariz apenas deja verle los labios delgados y blancos.
El capitán está solo. El barco también. Incluso el mar está solo, a su manera descomunal, autista.
Algo trascendente va a pasar.