Mes: mayo 2002

Creative Commons

[17/5/2002]

“Cultivating a New Creative Commons: Creative Commons is a non-profit organization founded on the notion that some people would prefer to share their creative works (and the power to copy, modify, and distribute their works) instead of exercising all of the restrictions of copyright law.”

[17/5/2012]

Diez años después, es fantástico ver que Creative Commons creció y se consolidó en todo el mundo, incluso en Argentina. Link a las licencias, donde se puede elegir tipo y jurisdicción: creativecommons.org/choose/

Por ahí

[16/5/2002]

Camina sin pisar las rayas

[16/5/2002]

Camina sin pisar las rayas. Cruza las calles en línea recta. Se sienta con las manos en las rodillas. Se guarda la basura en los bolsillos. Pide perdón. Pide permiso. Da todos los vueltos. Habla en voz baja. Se acuesta temprano. Tiene documentos. Cierra la puerta cuando va al baño. Cae con gripe una vez por año. Usa edulcorante. Mira las chicas de reojo. Mira libros usados, pero compra nuevos. Usa zapatos. Usa medias. Se afeita. Dejó de fumar. Conoce los nombres de muchos vicios. Puede leer en inglés. Mira televisión. Viajó una vez. Se casó dos veces. Olvida los sueños. Olvidó los sueños. Cierra las cortinas antes de desnudarse. Lleva monedas para el colectivo. Guarda los boletos capicúas. Se ducha. Se corta las uñas. Usa desodorante en aerosol. Silba cuando nadie oye. Habla por teléfono con voz gruesa. Se ríe con todos los chistes. Lee el diario. Llora cuando va al cine. Le gusta el rock. Le gustan las milanesas a la napolitana. Le gusta la primavera. Tiene vergüenza. Va al gimnasio tres veces por semana, dos veces por año. Le gusta que se acuerden de él. Tiene dos hijos. Los quiere. Tiene cinco dedos en cada mano. Tiene un ombligo que nadie más ve. Tiene poco pelo. Tiene dos peines, uno de ellos en el bolsillo. Tiene un manojo de llaves. Se muere.

Los tres avisos

[16/5/2002]

El primer aviso decía: “Con calma que hay tiempo.”

El segundo aviso decía: “Ahora a paso normal.”

El último aviso decía: “Por tu culpa llegamos tarde.”

2002: The Year the Science Fiction Died

[16/5/2002]

2002: The Year the Science Fiction Died (Locus Magazine). “On March 5, 2002, science fiction became 76 years old, and 76 years currently also happens to be the average life expectancy of an American citizen. (…) The generations of readers who were first captivated by science fiction before 1960, when it was primarily a print-based medium, are now collectively reaching an age when their deaths can be expected, and the authors they cherished are collectively in the same position.” En los últimos meses murieron, como señala el artículo, Damon Knight, R. A. Lafferty, George Alec Effinger y otros. (Gracias a Marcial Souto por el link.)

[16/5/2012]

Hay que aclarar que, diez años más tarde, y a modo de ejemplo, Ray Bradbury (90 años) y Jack Vance (95) siguen estando.

Fogonazos

[16/5/2002]

Hace unos días, durante la tormenta, mi padre estaba escuchando Radio Cultura y, a la vez, mirando por la ventana del living. En eso, un fogonazo, un cortocircuito descomunal o algo así iluminó la cima de un edificio que está en Juramento y Zapiola, o Juramento y Conesa. Simultáneamente, la radio enmudeció.

Mi padre, desconcertado, se quedó esperando que algo más ocurriera. Pasaron unos veinte minutos. Entonces hubo un segundo fogonazo o cortocircuito o lo que fuera, igual al primero. Y la radio volvió a andar exactamente igual que antes.

Es sabida la leyenda de que la amnesia se cura con el segundo golpe. Pero una antena…

Reírse solo

[15/5/2002]

Cómo me gusta cuando veo, en la calle, alguien que viene riéndose solo. Siente un poco de vergüenza, apunta la cara al piso, trata de reprimir la risa pero se le escapa por un lado de la boca, luego por el otro, sacude sin querer la cabeza, apura el paso, aspira hondo y vuelve a empezar. Después de esto, las otras caras, las que vienen atrás, son todas horribles.

Escalera al infierno

[15/5/2002]

Venía caminando por una callecita de Belgrano, cuando las ganas de ir al baño se hicieron insoportables. Ahí nomás había un boliche medio viejo, medio sucio, medio pobre, aunque con puerta de vidrio, donde nada era anaranjado, verde o rojo, que son los colores de moda en los bares. Así que entré, pensando que en un lugar así no me mirarían con cara rara.

Enseguida me inundó el olor a grasa. A las once y media de la mañana ya era un olor infeccioso. Lo menos que transmitía era la peste negra. Pero ya no podía elegir, estaba lanzado, mi vejiga había quemado las naves y sólo permitía seguir en una dirección.

En estos casos soy muy amable:

—Buenos días —dije—. ¿Puedo usar el baño?

Al otro lado del mostrador había un hombre al que nunca le compraría nada comestible. Tenía ojos desconfiados, y se protegía del mundo inclinado hacia adelante, con un codo apoyado en la madera y la mano contraria en la cintura. Llevaba sin dignidad una operación en el labio superior, donde la barba no crecía, al menos no tanto como en el resto de la cara. Había unos dientes por ahí, en algún sitio, y era mejor desviar la vista hacia otro lado.

El especialista en grasa me miró de arriba abajo, ladeó la cabeza con esa expresión justa que yo había tratado de evitar, y terminó sacando la mano de la cintura para hacer un gesto displicente hacia atrás. Al mismo tiempo dijo esta frase inolvidable:

—Por la escalera al infierno.

Miré hacia donde había señalado. Curiosamente, sólo había una escalera hacia arriba, y, al lado, un cartel que decía “Baños” y tenía una flecha que apuntaba en la misma dirección que la escalera.

—Gracias —dije, mientras me alejaba del codo, los dientes y la grasa.

Así que el infierno queda hacia arriba. Los escalones eran de madera, no estaban nada mal. Hasta crujían cuando pisaba. Tras una curva, en realidad un giro de ciento ochenta grados, quedó a la vista una terraza despejada, de baldosas rojas impecables, y más allá los edificios de enfrente, el rompecabezas de ventanas y balcones. Los baños estaban a la derecha.

La vejiga no me dejó satisfacer mi curiosidad con la terraza. Me hice a un lado para dejar pasar a un hombre que bajaba (cuya expresión debió indicarme algo sobre lo que estaba por venir, pero no soy tan bueno leyendo expresiones), y seguí adelante.

No había luz en el baño, excepto la que venía de la puerta entreabierta. Se vislumbraba el mingitorio, eso sí, lo suficiente como para no desistir de la tarea. Di un paso largo hacia la oscuridad. Splash. Ahí se me hundió la zapatilla en el infierno, que resultó ser acuático.

Hice lo que había que hacer, sin voluntad, por obligación. Bajé las escaleras. Agradecí otra vez a esos ojos que sospechaban de mi. Salí del bar. Seguí mi camino por esa calle, sin mirar atrás, convencido de que mi pie derecho iba dejando una hilera de huellas amarillentas.

El clima II

[15/5/2002]

Debo reconocer que me equivoqué con el clima. Está más fresco, agradable, no tan húmedo. Nublado y lindo, con algunos retazos de azul en lugares imprevistos. Hasta es posible que alguno de estos días empiece el otoño.

Escribir

[15/5/2002]

Escribir, escribir, escribir, escribir, escribir, escribir, escribir, escribir, escribir, escribir, escribir, escribir. Trabajar.