[26/8/2002]
Estaba haciendo mis tareas habituales en la computadora cuando apareció el temido anuncio: “Warning: Data Overflow!” Miré hacia la máquina y era cierto. Ahí empezaba a asomar el charquito de datos, por una esquina del gabinete.
De inmediato apagué todo, para que no se crearan más datos, y retiré la carcaza del gabinete. Por supuesto, el bidón de datos estaba repleto. Chorreaba. Fui corriendo a la cocina a buscar un jarro y una esponjita. Con la esponjita me puse a juntar los datos derramados y a echarlos cuidadosamente en el jarro. Hice el mejor trabajo que pude, dadas las circunstancias, y considerando el molesto temblor que el pánico suele producirme en las manos. Cuando terminé con la parte derramada, saqué el bidón del gabinete y eché un chorro más en el jarro, para evitar cualquier accidente posterior.
Conté la plata que me quedaba. Alcanzaba bastante justo, pero no podía hacer otra cosa, así que fui a un negocio que queda a la vuelta y compré un bidón más grande. Volví. Saqué el bidón viejo y probé el nuevo: la medida ideal. Con infinita paciencia y cuidado trasvasé dato por dato, gota por gota, todo el contenido del bidón viejo en el bidón nuevo. Después agregué lo que había metido en el jarro. La buena noticia era que todavía quedaba cosa de un cuarto de bidón libre. La mala noticia, como siempre en estos casos, eran los restos de humedad que aquí y allá indicaban pérdida irremediable de información.
Encendí la máquina. Funcionaba. Puse la carcaza en su sitio. Y así estoy ahora, trabajando con temor, esperando descubrir dónde falta algo, qué fragmentos del universo que guardo en mi computadora han desaparecido para siempre.