[28/2/2003]
“Te subís al techo de la 4×4. Agarrás el arma que está ahí, que es un hacha. Entrás a la 4×4 y manejás hasta el semáforo, que está rojo. Lo cortás con el hacha y seguís.”
[28/2/2003]
“Te subís al techo de la 4×4. Agarrás el arma que está ahí, que es un hacha. Entrás a la 4×4 y manejás hasta el semáforo, que está rojo. Lo cortás con el hacha y seguís.”
[27/2/2003]
Acabo de pasar por un momento de pánico. Actualicé el Movable Type (el programa con que hago este weblog) de la versión 2.0 a la versión 2.63. En el proceso cometí un error, y no andaba nada. Fui al Support Forum del MT, hice mi consulta, y a los pocos minutos una persona me indicó que verificara un par de cosas. De ese par de cosas, una estaba mal. La arreglé, anduvo, agradecí mucho y respiré cuando ya casi estaba asfixiado. Qué placer cuando una comunidad así funciona de esa manera.
Movable Type era lo que usábamos todos los que no estábamos ya en Blogger. Luego, la empresa que lo hacía, Six Apart, decidió una mala movida comercial y logró que los usuarios se desbandaran. WordPress ocupó el lugar. Hace un tiempo que MT es gratuito otra vez, pero nunca volvió de la irrelevancia. Los foros cambiaron de dirección.
[27/2/2003]
(Ampliado al 200%.)
“Tomás el taxi acá. Te lleva hasta acá. Le preguntás cuánto es y te dice ‘Diez con cincuenta’. Te bajás y te vas.”
[27/2/3003]
“Novela Gráfica o El caso de la florista estrangulada. Una aventura del inspector Collins”, con guión de Mario Levrero y diseño gráfico de Jorge Varlotta. Aquí, en magicaweb.com. Hay que verla.
Actualización: por decisión de los autores, la Novela Gráfica ha sido levantada, y la página ya no existe.
Lo dicho. A Jorge no le gustó cómo se veía en la Web. En particular, las conexiones lentas de la época impedían pasar rápido de una imagen a la siguiente, y esa espera destruía el ritmo del relato. Conservo las imágenes, claro. Habrá que ver si un día podemos hacer algo con esto. (No tacho los links porque funcionan: llevan a una página donde puse “Esta página ya no existe”.)
Tengo una idea para una película. El personaje principal, Jack, está obsesionado con un actor famoso, que podría ser Johnny Depp. El tema es que el propio Johnny Depp personifica a Jack, aunque al principio de la película está caracterizado de forma que es imposible reconocerlo.
Jack colecciona películas y fotos de Johnny Depp, y estudia cada pieza una y otra vez hasta saberla de memoria. Con esa documentación aprende a imitarlo: copia los gestos, la forma de caminar, la sonrisa. Ejercita la voz hasta conseguir que sea igual a la de Johnny Depp, en timbre y acento. También busca el parecido físico, que va logrando a medida que la película avanza: compra la misma ropa que el actor, se tiñe el pelo, se cambia los dientes, se opera la nariz. Así, Johnny Depp, el actor que hace de Jack, es cada vez más parecido a Johnny Depp.
Al final, cuando la copia alcanza la perfección, Jack asesina a Johnny Depp y ocupa su lugar.
Aquí termina la película, pero no es todo. El contrato de Johnny Depp debe estipular que durante el resto de su vida actuará de manera sutil y constante como si no fuera el verdadero Johnny Depp, sino Jack el impostor.
[26/2/2003]
El repelente Off no espanta a los mosquitos sino que los atrae. De esta manera el usuario cree que los mosquitos lo pican porque no se ha puesto suficiente Off, y se pone más, y los mosquitos lo atacan el doble, y entonces se pone mucho más, y así hasta ir a comprar otro frasco. Las ventas crecen infinitamente.
[25/2/2003]
Hay un espacio entre dos edificios en la dirección aproximada en que se pone el sol (considerando el universo tal como se ve desde mi ventana). Hay dos breves períodos al año en que el sol se asoma por ese hueco durante varios minutos, a eso de las seis y media de la tarde, luego de haber estado oculto tras uno de los edificios. Hoy empezó uno de esos períodos: lo hizo por primera vez desde el invierno pasado, iluminando los tomos del viejo Diccionario Enciclopédico Abreviado de Espasa-Calpe que se apilan sobre un parlante. Seguirá así por unas semanas, y luego volverá a ser tímido.
Cuando uno maneja un auto deja de percibir la realidad. Las cosas se dividen en pistas y obstáculos, y la vida consiste en competir por esas pistas con otros espermatozoides idiotas que ya no piensan a dónde van sino cómo y a qué velocidad.
A ambos lados, la gente de a pie se convierte en fotos de personas, fotos borrosas de entidades ajenas al mundo de uno. No hay tiempo para mirar a nadie, para notar la expresión de una cara, el gesto de una mano, la intensidad de ese par de ojos que si no fuéramos conductores podrían cautivarnos.
Hay segmentos de universo que van de esquina a esquina, de semáforo a semáforo, de primera a segunda a tercera. Y el cuerpo de uno se ha convertido en un objeto rígido, la atención de uno está centrada en la patente del auto que va adelante, los nervios de uno están reunidos en el contacto con volante y pedales.
Es una simbiosis, un líquen furioso de humano y máquina en la que cuesta reconocer dónde termina uno y empieza la otra. Un líquen fácil de aborrecer, porque no tiene los mismos derechos que una persona aislada, ni cumple sus deberes. Imposible perdonar al líquen. Imposible aceptarlo. No es un semejante, porque en él la simbiosis es completa, mientras que uno, en el fondo, todavía tiene algo de persona aunque los demás estén en desacuerdo.
De vez en cuando se produce la transformación más inconcebible: un conductor, ahí adelante, por algún motivo abre la puerta y se separa de su auto para convertirse en persona. Pero no lo logra de inmediato. Hay un momento de horror, cuando todavía no ha terminado la metamorfosis, en que impresiona como un gusano que sale de una manzana, como pus que surge de la herida, como una tripa que se escapa del abdomen.
El comedor era una habitación pequeña con una mesa servida para cinco en el centro. En medio de la mesa, sobre el mantel blanco, había un vaso de vidrio con dos flores artificiales. La ventana daba a un jardín, el jardín a un sendero de cemento, el sendero a una extensión de pasto verde y bien cortado, y el pasto a la alambrada. Más allá de la alambrada estaba ese mundo irreal en que la gente era libre.
La habitación recibía el pomposo nombre de casino de oficiales.
La puerta se abría a un pasillo, y justo enfrente había otro cuarto. Ahí pasaba yo largas horas luchando con la primera novela que leí en inglés, We can build you, de Philip K. Dick. La novela venía después de encerar los pisos de la Jefatura de esa minúscula, ignorada, inútil unidad militar. Ponía litros de cera, y la distribuía por medio de una enceradora que también esperaba la baja. Con ese olor daba lo mismo que las flores del casino no fueran de verdad.
Yo era uno de los seis soldados asignados a la Jefatura del lugar. Otro era un muchacho alto, rubio, con mucha calle y experiencia de mozo en lugares finos, al que el Jefe había rescatado para su servicio porque lo hacía quedar bien con los otros oficiales y algún invitado esporádico.
Se llamaba Víctor, o tal vez Jorge, no estoy seguro. Había traído su propia ropa de mozo, saco y camisa blancos, pantalón y moño negros, y se la ponía exclusivamente para el almuerzo. Llegaba la comida de la cocina, llegaban de a poco los cinco oficiales, y allí estaba Víctor o Jorge para dar jerarquía a la ocasión. Sabía plegar las servilletas de una manera especial, como un origami de tela. Sabía colocar los cubiertos a la manera de un restaurante de lujo. Sabía acomodar en los platos la comida militar para que pareciera comida civil. Y sabía pelar parcialmente las naranjas, cortando la cáscara en gajos o pétalos que luego curvaba sobre sí mismos y enganchaba en la base, con lo que se formaba una especie de flor que a los oficiales les encantaba.
También, y sobre todas las cosas, era el encargado de escupirles el café.
Es que estábamos condenados a las venganzas pequeñas, y, peor todavía, a sólo fantasearlas. Imaginar venganzas era un ejercicio más importante que el orden cerrado de las mañanas y el orden cerrado de las tardes, casi tan importante como el de pasar inadvertidos. Había que ser creativos, discretos, audaces, y luego saber disfrutar de cada idea aunque nadie, nunca, jamás la hubiera llevado a cabo.
Por eso tengo tan presente a Víctor o Jorge, y la ropa de mozo, y los rituales del almuerzo, por esa solitaria venganza exitosa: el café espumoso que nos aliviaba, nos redimía, nos devolvía algo de humanidad. El mejor momento del día.
[24/2/2003]
A veces se me juntan muchas cosas por hacer. Como ahora. Entonces las pongo en una lista. Es algo que me pasa muy cada tanto, eso de preparar una lista. Y es una experiencia rara. A medida que agrego cosas aumenta la sensación de que no hay manera de cumplir con todo. Hay items que se van a resolver solos, o que van a desaparecer de una forma o de otra. Y hay items que jamás voy a cumplir, por lo menos durante la vida útil de esta lista. Es que la misma lista, en algún momento no muy lejano, se va a hundir en el pantano de otros asuntos pendientes, un pantano muy profundo que existe en mi cabeza, jamás por escrito, y en el que figuran, entre infinitos de cosas, listas incumplidas del pasado.
Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipisicing elit, sed do eiusmod tempor incididunt ut labore et dolore magna aliqua. Ut enim ad minim veniam, quis nostrud
Copyright © 2024 La Mágica Web