Pienso en los ruidos que me llegan en este momento como si fueran música experimental.
Para empezar hay percusión. Viene de la ventana, que consiste en dos hojas corredizas de muy mala calidad. Las hojas tienen juego, no están bien ajustadas en su sitio, de manera que cada ráfaga de viento las mueve. Hay, con toda claridad, dos sonidos diferentes: uno más grave, toc, y uno más agudo, tac. Típicamente se repiten: toc toc, y unos momentos después tac tac, o al revés. Pero no siempre. Tampoco llevan ningún ritmo. Hay largos silencios entre una ocurrencia de cualquiera de esos dos ruidos y la siguiente. Sería fácil hacer samples de ambos y reproducir el efecto. Eso sí, el volumen varía: a veces son suaves, a veces más fuertes. Cada cinco o diez minutos puede llegar a haber un golpe que me sorprenda.
Más lejos, en este mismo instante, se oye un avión. Cuando me di cuenta el ruido ya estaba desde hacía un rato. La memoria auditiva tiene esas cosas: así como uno puede entender retrospectivamente lo que otro dijo, aún sin haber prestado atención, analizando lo que quedó almacenado en el “buffer de los oídos”, del mismo modo se da cuenta de que cierto ruido, como el del avión ahora, estaba presente desde antes, aunque uno no fuera consciente. Es un efecto difícil de lograr en una grabación, hay que introducir el sonido con suavidad, tal vez enmascararlo en otro. Se puede, sin embargo. Mucho trabajo para una sola aparición, pero enriquece el conjunto.
El ruido más constante es el de los niños de la escuela que queda a unos cincuenta metros. Seguramente están en un recreo. Algo difícil de describir. La capacidad de identificar ese ruido como proveniente de un grupo de humanos es algo adquirido: no se distingue ninguna voz en particular, menos aún palabras, y sin embargo no hay dudas de su procedencia. Me pregunto cuánto tiempo de sampling sería necesario para dar la ilusión de continuidad sin repetición. ¿Tanto como la duración de la pieza musical? ¿O se puede repetir? Tal vez fuera posible usar una muestra relativamente breve, siempre que se la pueda separar en partes de longitud arbitraria y luego combinar esas partes en una secuencia, disfrazando con cuidado las junturas.
También hay perros que ladran. No siempre. Y cuando aparecen, aparecen en racimos. Hay que samplear cada ladrido, una variedad de ladridos, y luego meterlos en la pieza musical usando algún algoritmo aleatorio que tienda a reunirlos en paquetes. Y no exagerar: son pocos los ladridos, bastante espaciados. Si hubiera más, se llevarían la experiencia sonora a su propio territorio.
Está el tránsito, que es bastante complicado. Para empezar, porque desde aquí se oye poco. A veces no se distingue nada en absoluto. Por lo general, hay algún zumbido de motor, normalmente de colectivo o motocicleta. Dos motocicletas y dos colectivos deberían ser suficientes, siempre que se varíe el volumen y la duración. Uno con aceleración intensa, el otro a un número constante de RPM pero con cierto efecto Doppler. Además, un zumbido más bien genérico, poco identificable, de bajo volumen, para usar el cincuenta o el sesenta por ciento del tiempo.
Casi olvido el otro zumbido, el de la computadora. Es porque lo oigo todo el día, y con frecuencia me olvido de que existe. La parte que corresponde al ventilador es lo más fácil de todo: una muestra muy breve, repetida indefinidamente, bastaría. Pero también habría que tomar en cuenta los chasquidos del disco rígido, la eventual búsqueda en el lector de CDs. Más samplings breves.
Y, por supuesto, el teclado. Pero pienso que habría que ignorarlo. El ruido del teclado es producto de estar escribiendo esto. Y más en general, aparece porque estoy aquí para percibir los otros ruidos. Junto al resto del ruido que yo mismo origino, lo mejor sería que quedara fuera de la experiencia sonora. El oyente debe convertirse en el nuevo sujeto de la experiencia, sin sentir que es testigo de una experiencia mía, ni (lo que sería aún peor) que está acompañado.