Tiene un pote de pintura negra y un pincel muy fino. Empieza a trazar figuras sobre la pared blanca. Figuras delicadas, pequeñas, llenas de detalle. Después de varias horas la pared está cubierta por una filigrana de líneas y puntos, y sin embargo no queda satisfecho. Agrega detalles aquí y allá, rellena espacios, prolonga líneas, redondea vértices y pone puntas a los círculos. Cada vez es más difícil ver lo que hace, porque el negro va cubriendo la superficie entera. Pero sigue, porque lo tiene todo claro en la imaginación. Y así llega el momento en que la pared completa está negra. Entonces limpia el pincel como para empezar otra vez, y va a buscar un pote de pintura blanca.
Y a mí que me parece que ésa es una excelente metáfora de la vida…
Creo que voy a volver a pintar, con lo que me relajaba a mí, no sé por qué lo dejé… en fin
🙂
Me hizo recordar a Areliano Buendia hacinedo pececitos de oro en su taller de alquimia 🙂
cuando hago cosas con madera me pasan cosas parecidas y tengo q volver a retomar un par de veces hasta que logro terminar la pieza que necesitaba