Los últimos días de diciembre son una época agotadora. Al trabajo y las penas de siempre se suma la carga psicológica de “fin de ciclo”. Los saludos entrantes y salientes no ayudan a aliviar. Cualquier interacción con otro humano, en la calle, en los negocios, en el ascensor, implica un agregado de “felicidades” o algo por el estilo. Los mensajes que llegan por email pesan el triple. Quienes trabajamos a destajo sufrimos la proliferación de feriados, las semanas demasiado cortas, las interrupciones en el flujo normal de la vida.
Me haría muy bien que el folklore de fin de año se desplazara, por ejemplo, a agosto. Y la Navidad a abril. Entonces sí, que quede un buen feriado el 1° de enero, pero que nadie diga nada.