Mes: diciembre 2003

Los últimos días de diciembre

Los últimos días de diciembre son una época agotadora. Al trabajo y las penas de siempre se suma la carga psicológica de “fin de ciclo”. Los saludos entrantes y salientes no ayudan a aliviar. Cualquier interacción con otro humano, en la calle, en los negocios, en el ascensor, implica un agregado de “felicidades” o algo por el estilo. Los mensajes que llegan por email pesan el triple. Quienes trabajamos a destajo sufrimos la proliferación de feriados, las semanas demasiado cortas, las interrupciones en el flujo normal de la vida.

Me haría muy bien que el folklore de fin de año se desplazara, por ejemplo, a agosto. Y la Navidad a abril. Entonces sí, que quede un buen feriado el 1° de enero, pero que nadie diga nada.

Espejo, espejito (II)

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Las nubes del día

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Las nubes del día

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Las nubes del día

Foto por Eduardo Abel Gimenez

En la playa, de noche

En la playa, de noche, camino lentamente hacia la orilla del agua. No hay nadie más. El cielo está nublado y oscuro. La luz de las pocas casas que hay detrás ilumina la arena de manera rasante, como un sol lejano y débil. Las pisadas y las ondulaciones de la arena parecen cráteres y montañas.

Miro a la izquierda y abajo, como si viera el suelo a través de la ventanilla de un avión, o de una nave espacial. Porque siento que sobrevuelo otro planeta. Podría decir que un centímetro equivale a un metro, de manera que mi altitud es de algo menos de doscientos metros, y avanzo lentamente sobre un terreno accidentado. Si hubiera alguien allá abajo, en esa superficie castigada por los meteoritos y sin atmósfera, sería igual a un pequeño escarabajo que lucha por trepar en la arena de una playa.

Disminuyo la velocidad. Giro suavemente. ¿Dónde estoy? No es Marte, porque el sol sería mucho más brillante. Tampoco Plutón, porque está demasiado lejos. Seguramente es una luna de Urano, o de Neptuno. Eso, una luna de Neptuno cuyo nombre no recuerdo, en la que ahora veo un canal largo y estrecho, una hondonada monstruosa, un pico elevado, un sistema de cráteres que avanza en arco.

El ruido de los motores llega en oleadas. Me detengo y levanto la vista lentamente, hasta el punto exacto en que la ilusión está por romperse. Un poco más arriba debería estar el espacio profundo y estrellado, ahí donde todavía sé que quedan la orilla del mar, la espuma que brilla en la oscuridad, la Tierra en la que todo es posible.

Las nubes del día

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Soñé que me iba de viaje

Soñé que me iba de viaje. Tenía dieciocho años y salía con una mochila al hombro. Estaba en algún lugar próximo, el Tigre o Ezeiza o algo así, esperando para la parte larga del trayecto, y me daba cuenta de que me había olvidado las cosas más importantes: plata, documentos, pasaje. Pensaba en hablar con mis padres por teléfono, pero aún dormían. Volvía a casa a buscar todo.

Mañana nos vamos de viaje por unos días y todavía no pensé ni un momento en qué debo llevar. Así que este es un sueño de advertencia. O de temor. O de culpa, quien sabe.

¿Por qué lo recuerdo, si casi nunca me quedan los sueños en la memoria?

No lo sé, pero siempre recuerdo los sueños de este estilo. Y pienso en dos sueños que vuelven con alguna frecuencia y que de un modo u otro tienen mucho que ver con el de anoche. En uno estoy fumando otra vez, cuando hace ocho años que dejé, y al despertar la culpa es tremenda. En el otro estoy en un escenario y tengo que tocar y cantar las canciones de veinte años atrás, que no he vuelto a ensayar y de las que no recuerdo nada.

Son, se podría decir, pesadillas suaves. Es que no hay monstruos, no hay peligro de vida. Lo que acecha es algo más profundo y más sutil. Y sin embargo igualmente invencible.

Desde fines de los ochenta

Desde fines de los ochenta, con la proliferación de CDs, los discos de rock y pop se fueron haciendo más largos y a la vez más espaciados en el tiempo. Quienes venían publicando un disco de cuarenta minutos por año pasaron a publicar uno de sesenta o setenta cada tres años.

Ahora da la impresión de que la moda vuelve atrás. Están saliendo otra vez discos de cuarenta y pico de minutos, con más frecuencia (hay quienes vuelven a la producción más o menos anual).

No es que me guste seguir modas: tengo todos los prejuicios debidos al respecto. Pero reconozco que los discos tan largos habían empezado a cansarme. Es difícil escucharlos de una vez. Parecen estirados. Estos discos nuevos son compactos (valga la redundancia), no sobran minutos, tienen un “arco” de tensión más adecuado.

Pero seguro que ya todo el mundo había descubierto esto que digo.

Rápido, antes de que cambie

Ir a Google, tipear “miserable failure” y hacer click en el botón “Feeling Lucky” (“Voy a tener suerte”). Disfrutar de lo que aparece.

(Y para cuando cambie: lo que aparece ahora es esto.)

(Lo recibí por email.)