Tienen sueño los brazos de Arlos mientras rema lentamente río abajo. Detrás, Armen tiene la mirada fija en la nuca de Arlos, dedicada a odiar cada uno de esos cabellos. De pie en la costa, Icardo primero los ve acercarse, luego pasar, luego alejarse. Es la hora del atardecer. Esta noche, piensa Icardo, habrá problemas.
Arlos, por su parte, pensaba en qué excusa inventar acerca de la carta de Irta que Armen había encontrado esa mañana.
Si es así como dice Uisa… ay madre de Dios, la que le espera a Arlos… Icardo tenía razón 😛