Mes: abril 2006
No es este un soneto, que quede claro,
por más que lo simule sin respeto,
por más que empiece con este cuarteto
y rime quede claro con descaro.
No es este un soneto, sería muy raro
porque con esas formas no me meto.
Tanta rima me pone en un aprieto,
tanto medirse me resulta avaro.
Por más que ahora parezca puntilloso,
ya sé que no podré salir airoso:
una falla pequeña es lo que importa.
Porque el último terceto es tramposo:
sin aviso y de un modo bochornoso
se corta.
Hay que caminar hasta la última luz y ahí doblar a la izquierda. Se pone completamente oscuro. En adelante sólo hay una sucesión de piedras y agujeros que hay que atravesar tanteando el suelo paso a paso. No sé cuándo, pero en algún momento vas a tropezar con una pared más alta que lo más alto que puede llegar tu brazo. Ese es el final del recorrido. No intentes seguir por los costados porque no los hay.
Más tarde vas a sentir que te tocan las rodillas, los codos, los tobillos, los hombros. No hagas nada, aunque sí te estará permitido hablar. Podés decir lo que quieras, siempre que no los nombres. Se enojan mucho si alguien los nombra.
Terminado el reconocimiento, te van a invitar a volver atrás. Por más tentador que resulte, tenés que rechazar la invitación. Van a insistir. Vas a seguir negándote. Por último habrá un suspiro, y no sabrás si es tuyo o de ellos. La pared se abrirá en dos.
A partir de entonces vas a estar solo.
En el último cuarto del siglo XX la población fue decreciendo a un tres por ciento mensual. Abundaban las casas con fantasmas reales o inventados. Los árboles se hicieron más delgados y altos. Un historiador se volvió loco. Cambiaron los nombres de las calles, a veces sin aviso. El río se puso gris, del color del puente. Un verano dejó de haber mosquitos. Cerraron las dos ferreterías, abrió un kiosco nuevo, robaron los cables de teléfono. Hubo un crimen que salió en los diarios de la capital. Los yuyos crecieron entre las baldosas. El viento empezó a soplar con tanta fuerza que ahora las sombras crecen en la dirección equivocada.
Mientras dobla las toallas esconde perlas falsas en los pliegues. Enciende una vela y deja caer cinco gotas de cera en la almohada. Abre el horno, mete tres medias diferentes y vuelve a cerrarlo. Hace un nudo con la cortina del baño. Mueve a un costado la mesa del living, da vuelta la alfombra que está abajo y pone la mesa otra vez en su lugar. Sale al balcón y, mientras se decide, piensa que si hubiera vida tras la muerte podría mirar la expresión de todos cuando tratan de resolver el enigma.