A mitad de cuadra tropieza con una baldosa mal alineada y empieza a caer. Trae las manos llenas de bolsas y no atina a soltarlas, de manera que ya desde el comienzo sabe que acabará golpeándose la nariz, o por lo menos la mejilla, contra el piso, justo al lado de esa caca de perro que se seca a la sombra de las nueve de la noche.
No es justo. Venía teniendo pensamientos altruístas, venía creyendo que la gente es buena, y que él mismo debía ser aún mejor para merecer un lugar en el mundo. Venía repitiendo casi en voz alta tres buenas acciones que pensaba llevar a cabo ese mismo día, discutiendo con Dawkins y los genes egoístas, suponiendo que la humanidad en conjunto puede superar la condena de la biología. Y ahora que acaba de tropezar y está cayendo, se da cuenta de que hay algo en el universo que no responde a leyes éticas, y mucho menos a un concepto de justicia.
No es algo nuevo. Siempre lo supo. Siempre se dio cuenta, desde aquella vez que se decidió a patear en el culo al peor enemigo de la primaria y le erró. De manera que ni siquiera se siente original, o cree haber descubierto algo nuevo mientras el piso se le acerca cada vez a mayor velocidad y ya está claro que será la nariz, justo la nariz la que golpeará el trozo oscuro de cemento, a centímetros de la caca aún más oscura, en este rincón del universo donde a veces no llega la luz de las estrellas.
* “Tropiez” es la palabra que usa Liniers en la tira Macanudo como onomatopeya de un tropezón.
Será nomás que la justicia es bastante más compleja que esa balanza que insisten en mostrarnos.
me encantó.