La luna se perdió de vista. Veo una ventana iluminada muy cerca, otra ventana iluminada algo más lejos, muchas ventanas iluminadas en la distancia. Una canción de Ani DiFranco disimula el ruido de la habitación de mi hijo y el ventilador de techo. Pasó la medianoche de un día largo, casi tan largo como los días más largos.
La luz fuerte viene del monitor. También hay dos lucecitas rojas en el contestador telefónico, una luz azul intensa en el Fast Track Pro, dos luces rojas muy tenues en el amplificador. Se acabó la pizza. Se acabó el vino. La noche no, es lo que no se termina.
Tengo los lentes sucios. La capa de mugre genera un efecto de neblina que le da encanto al monitor y me hace difícil leer lo que escribo. Estos ojos no ven ni la cuarta parte de lo que debieran para entender el mundo. Estas manos no tipean ni un décimo de lo que debieran para describirlo.
Ahora que Ani DiFranco acaba de callarse no podía faltar una bocina, ni alguien llevándose puesta la cuneta de la esquina, ni una alarma en algún lugar del barrio: grillos estúpidos sin mensaje real. Ani otra vez, entonces, la misma canción: Your next bold move.
you want to track each trickle
back to its source
and then scream up the faucet
‘til your face is hoarse
cuz you’re surrounded by a world’s worth
of things you just can’t excuse
Quién pudiera salir volando entre los barrotes.