¿A quién se le ocurre nombrar algo blando, ágil, expresivo, con una palabra ladrillo? Pensemos: baja y vuelve a subir antes de que nos demos cuenta, se mueve ajeno a nuestro control, es parte de lo mejor de nuestros gestos, y nosotros vamos y lo llamamos “pár-pa-do”. Lo dicho: palabra ladrillo.
Un párpado, de solo escucharlo, es más pesado que una pared. Más lento que un Partenón (que al menos no es esdrújulo). Más desmoralizador que un páramo. Es como párrafo paródico, parafernalia parásita, pariente parloteador.
A veces dan ganas de empezar todo de nuevo.
“Se me cierran los pár” ya se entiende. ¿Por qué tenemos que seguir con un “pa”, y encima, después, cuando ya está todo dicho y queremos volver a casa, un “dos”? La redundancia misma: “par” es más que uno; “dos” es otra vez uno más uno. ¿No alcanzaría “pa”, por ejemplo? “¡Se me cierran los pa!”.
Debemos hacer algo al respecto. ¿Está de moda salir al mundo? Pues vayamos al mundo a buscar otras opciones. Sin pasar por los idiomas que más o menos conocemos, llegamos rápidamente al checo: oční víčko (suena como “ochni vichko”). Duele. El holandés ooglid no suena lindo, pero al menos arranca con esos dos ojitos. Algo es algo. El georgiano es tierno, a la manera de un payaso justo antes de ponerse sádico: kututos. Promete más el maorí: uira, pero no lo encuentro pronunciado y quién sabe qué sorpresas encierra. El ruso no está tan mal: veko. Suena a “vieko”, con la o final chiquita, ya medio dormida.
Más cerca, el quechua trae chipchi. Nada mal para esos parpadeos de cuando nos estamos matando de la risa. No encuentro párpado en mapuche (mapudungun), pero parece que parpadear se dice neminemitun. Con una palabra así no se puede parpadear más de una vez por minuto, con suerte.
Inesperadamente, se lleva las palmas el danés: øjenlåg. Ya sé, se ve tremendo, pero hay que escuchar el sonido, rápido y tierno a la vez.
Manos a la obra, amigos. Si nosotros no mejoramos el idioma, el idioma nos va a mejorar a noso… Oh, caramba, algo no está saliendo como esperaba.