Tres palabras terribles andan sueltas por el idioma: grave, crónico, obtuso. ¿Quién no se tropezó con alguna de ellas, o con todas, una noche oscura, en el callejón más remoto de un texto? ¿Quién no las teme cuando andan a sus anchas, sembrando miedo, incertidumbre y dudas? Grave, crónico, obtuso… Si al menos tuvieran su contraparte. Pero no, solo se les opone una palabra breve, tierna, desprotegida:
¿Qué es lo opuesto de grave? Agudo.
¿Qué es lo opuesto de crónico? Agudo.
¿Qué es lo opuesto de obtuso? ¡Agudo!
Hay quienes ven signos de derrota.
Peor todavía, a veces las fuerzas del mal logran confundir a la pobre agudo, que se les une sin darse cuenta. “Los agudos problemas de la economía”, por ejemplo, son semejantes a “los graves problemas de la economía”.
Con tanto desgaste, agudo va a quedar roma.