Mes: marzo 2018

1° superior (1961)

1° inferior (1960)

Mi madre guardó los cuadernos que usé en la escuela, entre 1960 y 1966. Hace un tiempo empecé un blog especial para ir subiendo las páginas, pero no duró mucho. Acá van todas las páginas que fotografié de 1° inferior. (Había 1° inferior y 1° superior; unos años después les cambiaron el nombre, sensatamente, por 1° y 2° a secas.) Empecé tarde la escuela, el 31 de marzo, y por eso no hay páginas anteriores.

 

Notas al paso: La zanja

Están haciendo una zanja a lo largo de Vidal para poner unos caños de plástico negro que no tengo idea de qué llevarán en el futuro. La zanja va por la mitad de la vereda. Avanzan a razón de una cuadra por semana, excepto en temporada de lluvia o cuando la Cofradía de Creadores de Zanjas convoca a un retiro espiritual.

La gracia está cuando viene alguien caminando en dirección opuesta, y tenemos que ponernos de acuerdo sobre cuál de los dos salta al otro lado de la zanja. Ahora salto yo y al mismo tiempo salta el otro, entonces doy un paso al frente y el otro vuelve a saltar hacia el otro lado. Pero al próximo encuentro decido no saltar y el otro decide lo mismo, y luego, preocupados, saltamos al mismo tiempo dos veces, una hacia allá y otra de nuevo hacia acá. Y así hasta golpearnos la nariz mutuamente.

En una esquina hay un policía que toca el silbato. Cada vez que toca, todos los peatones tenemos que saltar al otro lado de la zanja. También la vieja que camina con la espalda encorvada. En la primera etapa sólo se trata de saltar como uno quiera, pero después hay que empezar a hacerlo con los dos pies juntos, o sin pisar las líneas que hay entre baldosas, o con los ojos cerrados. El que no salta, o el que se cae, recibe una mirada horrible de quien resulta ser jefe del policía que toca silbato, un hombre de negro, con sombrero, medio oculto tras un árbol.

En la vereda del autoservicio han puesto varios cajones vacíos, a la manera de una pista de slalom. Sólo puede pasar una persona por vez, condición que hace cumplir celosamente una bella coreana que habla con voz muy aguda y mucho acento. Hay que tener una coordinación a toda prueba para no caer en la zanja o tropezar con un cajón, sobre todo mientras uno estudia los ojos de la coreana esperando un momento infinitamente breve de contacto visual.

Por su parte, el perrito blanco mueve la cola.

(De la Mágica Web, 19/5/2005.)

7 Zanja

Notas al paso: Irritación

Hay días en que la ciudad se despierta hábil para irritarme. Estoy desprevenido, y la ciudad sale con la furia de olas y tormentas a erosionar mis defensas. Son pequeños detalles, casi no los puedo describir, pero me doy cuenta cuando me siento abrumado por el odio ante algo menor, como el conductor oculto tras esos vidrios oscuros del Mercedes Benz nuevo que pasa a cinco centímetros de mi codo derecho. O el portero que tarda un momento más que de costumbre en apartar la manguera con que está lavando la vereda (y esto ocurre nada menos que a las ocho menos cinco de la mañana, una hora frágil y perversa como niña protagonista de animé), de manera que me imagino mojado de los pies a la cintura volviendo a casa a cambiarme.

Esto es más común luego de las noches de insomnio, claro.

(De la Mágica Web, 11/3/2005.)

6 Irritable

Notas al paso: Misterios de la vida

El hombre que está antes que yo en la ferretería pide:

—Medio kilo de clavos de una pulgada. Medio kilo de clavos de dos pulgadas. Y veinte clavos de tres pulgadas y media.

El ferretero se va detrás de una mampara a preparar el pedido. Como si nada, ignorante del modo en que me complica la vida, sin saber que quizás nadie logre jamás despejar el enigma de mi cabeza, el cliente agrega:

—Es que estamos arreglando una heladera.

(De la Mágica Web, 27/7/2005.)

5 Ferretería copy

Notas al paso: Auto limpio

Llevo el auto a lavar, después de mucho tiempo. Cuando lo traigo de vuelta sube Gabriel al asiento de atrás, como siempre (Gabriel es mi hijo, tiene diez años), y enseguida me dice:

—El auto me gustaba más cuando estaba sucio.

—¿De veras? —Mientras arranco pienso un poco—. Claro, lo que pasa es que ahí atrás tenías restos de cada caramelo, cada galletita, cada chocolatín que te comiste en los últimos meses. ¡Al lavar el auto se llevaron tu memoria!

Gabriel se mueve, hace algo que al principio no entiendo. Escarba, digamos.

—¡No se llevaron todo! —dice después, y me muestra el celofán que envolvía un sorbete de caja de Gatorade.

—Ah, no, es trampa —contesto.

—También hay un papelito de caramelo de miel.

—¡Pero qué vergüenza! —protesto—. Voy a pedir que me devuelvan la plata proporcional. Si había ciento veintitrés papelitos y dejaron dos, eso significa que me deben…

—Como tres centavos.

—Y sí, voy a reclamarlos.

—Pero no tenés en cuenta que también lavaron por afuera.

—Cierto. Un centavo y medio entonces.

—¿Vas a reclamar por un centavo y medio?

—Sí, claro.

Hay una cuadra de silencio, mientras sigo manejando, y entonces Gabriel remata:

—No te olvides de mi comisión por haber encontrado los papelitos.

(De la Mágica Web, 1/10/2006)

4 Auto limpio