Hace cosa de veinte años, década más, década menos, circulaba esta anécdota probablemente falsa. Alguien llamaba por teléfono al servicio técnico de su PC, porque tenía problemas con el posavasos. ¿Qué posavasos? El posavasos, hombre, ese que sale del gabinete si uno aprieta un botón.
Qué ignorante, pensaba uno, qué atrasado, alguien que todavía no había oído hablar de los CDs. Pero pasó el tiempo, y ahora estamos cerca del extremo opuesto. Que alguien se encuentre con ese mismo botón, esa misma bandeja, y ocurra lo que predice este otro meme que circuló hace menos tiempo:
El CD grabable y su continuador el DVD grabable siguieron el camino del diskette y el cassette de audio, y nuestros hijos (o los hijos de ellos) nunca sabrán por qué nos fascinaron tanto. Los verán como nosotros vemos esto:
Lo que todavía me sorprende de los CDs grabables es qué poco duraron. Apenas tuvieron tiempo de llegar a la madurez, a un momento de esplendor, para perder utilidad más rápidos que la luz. Miren esto, si no:
Este es el último de una serie de tubos de CD-Rs que compré, calculo que a principios de siglo. Suena hasta gracioso, eso de “principios de siglo”. El CD-R se había hecho barato, confiable, práctico. Incomparable con los soportes que usábamos poquísimos años antes (como los cartuchos Zip, en los que cabían 100 MB de datos).
Este tubo, que todavía contiene unos diez CDs sin usar, me da la misma sensación que los restos de Pompeya. Los CDs no tuvieron tiempo ni de asfixiarse, como dice un gran título del National Geographic. Los agarró la catástrofe, el río de lava de internet, antes de que los tocara un mísero byte.
Tengo otras piezas de tecnología obsoleta. Pero ninguna como mi tan querido teléfono huevo:
Una joya, un prodigio. Tan cómodo que mi mano todavía se adapta a su forma de manera automática, cariñosa. Y sin embargo, el símbolo mismo de la obsolescencia, al borde de lo ridículo. Me parece mentira haberlo usado hasta hace cuatro años y medio. ¡Solo cuatro años y medio! Una eternidad, tanto cambió todo desde ese día en que lo abandoné por uno de estos cuasi azulejos que llevamos ahora, a los que solo les cabe la palabra magia; estos retazos de milagro que acabaron por darle sentido a la clásica exageración de “tener el mundo en el bolsillo”.
En cualquier caso, y a la manera del posavasos de la PC, le auguro a mi teléfono huevo una próspera vida como pisapapeles.
Agridulcemente triste, no sé bien por qué.