(Escrito en 2004, con otra tecnología para mensajes de audio. Pensé en adaptarlo, pero no.)
Cuando el celular termina de cargarse lo desconecto y lo enciendo. Enseguida empieza con esos ruidos con que me informa que hay un mensaje. Marco el número para escucharlo. Es una voz de hombre, una voz triste, algo cascada, que transmite desesperación en una sola palabra:
—¡Betty!
Nada más. Sin pensarlo pulso la tecla para borrar el mensaje, y me arrepiento al instante. Debí conservar ese mensaje, para escucharlo otra vez, para coleccionarlo. Quizá incluso para grabarlo, hacer un archivo de audio y ponerlo acá. Pero ya está. Es tarde. Otro objeto de arte se ha perdido. No es tan grave. Más grave es que en algún lugar de esta ciudad haya alguien que de Betty sólo conserva un número de celular, y además equivocado.