Mes: octubre 2018

Esos dos

Estaban en el sector infantil de Burger King, pero no habían llevado niños para justificarse. Él entraba en los cincuenta y en la calvicie. Ella tal vez en los cuarenta, pero quién sabe bajo ese pelo negro planchado sobre la cara, la figura delgada y la voz gruesa. Se habían sentado en una de las pocas mesas que hay frente al pelotero y el laberinto, dentro de la gran pecera vidriada del fondo, en el primer piso.

Cuando entramos a la pecera, mi familia y yo, ellos eran los únicos ocupantes. Pusimos en una mesa nuestros paquetes de proteínas, grasa y almidón, hicimos ruido de papel, de pajitas que perforan plástico, de servilletas. Ellos hablaban de cosas importantes.

—Mi padre todavía no puso su parte —decía ella.

—Pero entonces no llegás —él.

—Cien o ciento cincuenta me tiene que dar, para el alquiler.

Hablaban con voces de urgencia, densas. A él le resbalaban un poco algunas letras. Mi hijo tomaba un traguito de su Fanta. Yo comía papas fritas. Mi mujer inclinaba la cabeza para medir la situación.

Él debe haber ofrecido ayuda, porque ella contestó:

—Pero no, vos tenés tus propios problemas económicos.

—Ya sabés quién soy yo —respondió él, categórico.

Estaban ubicados en un ángulo de noventa grados uno con respecto al otro, y nosotros en diagonal con ellos, a unos cuatro metros. Vino otro chico, tal vez de tres años, a mostrarnos dos pedazos de algo anaranjado en las manos: caramelo, partes de un juguete de Cajita Mágica, quién sabe. Finalmente se los metió en la boca y se fue.

—A mi vieja se le ocurrió que vivamos los tres juntos —dijo ella.

—Pero tu padre y tu madre se odian —hizo él su parte de teleteatro.

—Ella dice que a mi padre lo arregla con cinco o diez pesos por día.

Él se iba acercando a ella.

Mi mujer, que los tenía a su espalda, se sentía incómoda. Después de todo estábamos en el lugar destinado a las familias con chicos, el sitio protegido, privado, rodeado especialmente con vidrios para cuidarlo del salvaje mundo exterior.

Decidimos mudarnos. Haciendo ostentación de movimiento, levantamos nuestra bandeja, nuestros vasos y paquetitos, nuestras servilletas, y nos fuimos a una mesa libre justo afuera del recinto infantil.

Mi hijo comió, jugó, se fue al pelotero. Unos minutos después lo siguió mi mujer, para verificar su bienestar. Volvió indignada:

—Además están fumando —dijo.

Primera vez que hablábamos de esos dos. Me di vuelta para mirar (ahora era yo quien los tenía a la espalda) y sí, había una nube de humo a su alrededor. Ya se estaban tocando las manos, también.

*

En la nueva zona que ocupábamos había más fauna de fin de semana céntrico. Para empezar, estábamos en el camino a los baños, de modo que veíamos un ir y venir de personajes. Pasó por ejemplo una chica dark, zapatos negros, medias negras, pollera larga negra, tapado negro, mochila negra con la leyenda The Cure. A la ida la vi de espaldas, pero a la vuelta le descubrí la cara muy blanca con el pelo negro a ambos lados y en el centro exacto una boca más roja que la sangre arterial.

Pasó un hombre de bigotes, con el pelo atado de tal forma en la nuca que parecía el mango de una sartén pequeña.

Pasó un grupo de chicas, la mayor tal vez de doce años, con jeans ajustados, haciendo los mayores esfuerzos que la edad les permitía para alcanzar un simulacro de seducción femenina. Por poco que lograran, el hombre de seguridad, uno bajito que llevaba una bandera argentina en el hombro derecho y un palo negro en la cadera izquierda, se dio vuelta para observarlas de la cintura para abajo.

Una empleada del lugar iba seguido a verificar los baños. Entraba en el de mujeres, a la izquierda, y luego empujaba un poco la puerta del de hombres, a la derecha, mientras al parecer miraba en otra dirección. No entendí lo que hacía hasta que llegó mi propio turno de ir al baño. Cuando abrí la puerta me di cuenta de que era posible ver en el espejo si había gente en mingitorios o inodoros. Luego, al salir, me tomé el trabajo de mirar en la misma dirección que la empleada: había otra puerta con una placa que decía “Privado”. Resulta que esa placa, de metal plateado, era otro espejo perfecto; al empujar la puerta, mirando fijamente la placa, la empleada tenía una imagen instantánea del interior del baño, a través de dos espejos enfrentados.

*

Pasamos un rato largo allí, mientras mi hijo jugaba en el pelotero con los otros chicos que fueron llegando. Tomamos café con torta de chocolate. El espacio vidriado se llenó de gente. Había más ruido. Pero los dos del comienzo seguían en su sitio, sin ojos ni oídos más que para sí mismos. La última vez que miré, antes de irnos, se estaban besando. De una buena vez.

5 Burger King
Foto por Patrickroque01 (modificada), bajo licencia CC BY-SA 4.0

Bananas y calabaza

Pesó las bananas
en la balanza.
Le puso una etiqueta
al kilo de bananas.
Sin hablarme.
Le pedí unas rodajas
de calabaza.
Se volvió hacia el dueño
del supermercado:
—Dice que quiere
rodajas de calabaza.
Se fue a su puesto
en la fiambrería.
Sin hablarme.
Sin mirarme.

Eso fue ayer, con la nueva vendedora de fiambres del supermercado de acá a la vuelta, que estaba de suplente en el mostrador de la verdulería, a tres metros de su puesto habitual. El dueño del supermercado cortó las rodajas de calabaza y me las vendió. Tuve que rechazarle explícitamente una que estaba podrida.

La vendedora de fiambres tiene un piercing en la nariz, blanco, redondo, un moco que sale por el lado equivocado. Es joven. Da pena que haya entrado a trabajar en ese lugar feo, con tanta gente que grita y música que patea las orejas. Ayer andaba hecha un zombie, pero hoy parecía despierta: hablaba con un tipo sobre algo que no entendí. No le hablé. No la miré.

Una mujer protestaba por la música, a los gritos, pero en broma.

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Tres mujeres

Uñas largas, pintadas de marrón oscuro. Lee Vida de una geisha.

Uñas cortas, mordidas, en dedos nudosos. Lee Convenio bilateral.

Uñas redondas y rosadas. Se las pasa por el labio inferior, una y otra vez, ida y vuelta, ida y vuelta. No lee nada.

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Ojos de papel

En Plaza Francia, el músico de la guitarra, el micrófono, el amplificador y los parlantes termina de cantar “Muchacha (ojos de papel)”. Mientras prepara la siguiente canción, se pone a bromear:

—Pobre flaco —dice—, escribió la canción a los catorce años y no sabía cómo era una mina.

Plink, plonk, hace la guitarra. El músico se ríe y sigue:

—“Ojos de papel”, “corazón de tiza”, “pechos de miel”, “voz de gorrión”. ¡Una verdadera cagada! Catorce años debía tener el flaco, y ni idea de cómo era una mina.

Casi nadie se ríe, y menos ella, que debe guardar algún secreto.

2
(Texto y foto de 2003)

Comida

Padre e hijo van en el subte, sentados uno junto al otro. El chico tiene tres o cuatro años. Escucho el diálogo:

—¿Esta noche qué querés comer?

—Choclo.

—Pero no, hijo, el choclo no es una comida. Una comida es pizza, empanadas, hamburguesa.

—[Algo que no entiendo.]

—Pancho también puede ser. ¿Qué querés, entonces?

El chico viene muy atento. Ahora piensa un momento antes de contestar.

—Empanadas.

—Muy bien, hijo. Comemos empanadas.

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Pitcairn

Las islas Pitcairn son un grupo de cuatro distracciones del mar, obstáculos para las olas, dispersas en medio del Pacífico. Mirá dónde están:

7 Pitcairn_Islands_on_the_globe_(French_Polynesia_centered).svg
Mapa por TUBS, Wikimedia, licencia CC BY-SA 3.0.

Estas son, una por una, en orden alfabético y con una medida marcada para que te des idea (imágenes de Google Maps; click para agrandar):

7 Ducie
Ducie, un atolón de 0,7 kilómetros cuadrados de tierra.
7 Henderson
Henderson, con sus inspiradores 37,3 kilómetros cuadrados (el 86% de la superficie sumada de las cuatro islas)
7 Oeno
Oeno, otro atolón, con 0,65 kilómetros cuadrados de tierra
7 Pitcairn
Pitcairn propiamente dicha, con 4,6 kilómetros cuadrados de historia humana

Pero la gracia está en verlas todas juntas, repartidas por ahí como piedritas de dinenti que se fueron demasiado lejos:

7 las cuatro islas
Click si hace falta ver esto más grande

Hay 600 kilómetros entre Oeno (la cosita de la punta oeste) y Ducie (la cosita de la punta este). Henderson está atrapada entre la c de Pitcairn y la a de Islands. Pitcairn está ahí abajo, donde dice Adamstown.

Que sean territorio británico es lo menos interesante de todo. La gracia se concentra en Henderson (la “grandota”, deshabitada) y en Pitcairn (chiquita, poblada por cincuenta personas).

Resulta que Henderson (link a Google Maps, para que explores) es uno de los lugares más contaminados del mundo. Encontraron unos 38 millones de piezas de plástico en la costa de la isla, esa costa diminuta de esa isla perdida en medio de la nada. Según el National Geographic, hay 671 pedazos de plástico por metro cuadrado. Y no te olvides que la isla es inhabitable; está deshabitada; no vive nadie; ¿queda claro?

Por su parte, la isla Pitcairn (link a Google Maps) también se las trae, y no solo por el motín del Bounty, un átomo de historia de 1790 hecho película; los restos del naufragio están ahí, pegados a la costa. Tampoco por los paisajes maravillosos (por alguna razón, ahí no cae tanto plástico):

Por favor, andá a pasear por la isla en Google Street View. Después de leer lo que falta de este post, obvio.

Hubo otro naufragio notable en Pitcairn. En 2004, siete hombres de la isla (¡de un total de doce hombres adultos!) fueron acusados de crímenes sexuales: violación, asalto a menores, y así, a lo largo de cuarenta años. Uno era Steve Christian, alcalde de Pitcairn. Cinco fueron a la cárcel (les hicieron una cárcel en la isla, donde no había); uno recibió prisión domiciliaria; a otro lo sobreseyeron. The Independent tiene un buen relato de cómo eran las cosas.

Es difícil cambiar. En 2016, Michael Warren, otro alcalde de la isla, fue procesado por bajar montones de pornografía infantil. El alcalde ahora no es Warren, sino Shawn Christian (hijo de Steve, el alcalde de 2004). Shawn Christian es uno de los seis que estuvieron presos por violación. De menores.

Qué curioso, que dos islitas de esa zona imposible del Pacífico, cada una a su manera, deban estar tan cubiertas de basura.

7 Screenshot_2018-10-07 Pitcairn Islands
Imagen fija para Facebook que todo lo mira con el bolsillo

Isla del Coco

La Isla del Coco (Cocos Island en inglés, ya verán por qué lo digo) está en el Pacífico, a 550 kilómetros de Costa Rica, país al que pertenece. Con este dramatismo la presenta Google Maps:

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Captura de Google Maps

Es un parque nacional. El gobierno de Costa Rica ofrece una bonita galería de fotos en el sitio oficial.

Pero lo más importante de esta isla es que ahí transcurre uno de los libros que marcaron mi infancia, El tesoro de la isla de Cocos, de Ralph Hammond.

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Foto tomada de Mercado Libre, porque no encuentro mi ejemplar por ningún lado

Mi ejemplar no aparece. No lo encuentro entre mis otros libros de la época. Lo que puedo decir es que era una especie de La isla del tesoro, que todavía no había leído, y que me dio un miedo tremendo.

Ahora que está la web para investigar desde mi silla, descubro que el título original es Cocos Gold, sin la referencia tan obvia a Stevenson que pusieron en la traducción. (Está claro que el traductor, allá por los sesenta, no tenía la web para darse cuenta de que Cocos Island en castellano es Isla del Coco.) “Ralph Hammond” es el seudónimo con el que el británico Hammond Innes publicó varias novelas juveniles a principios de los cincuenta.

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Cocos Gold, de Ralph Hammond (1950). Foto de Amazon

Pero me encontré con un problema. “Cocos Island” lleva también a un atolón que queda al oeste de Australia (aunque el nombre lleve plural: “Islands”). ¿No será ahí que transcurría esta novela, mientras yo pasaba la vida confundido? ¿No tendría que haber puesto el traductor, en todo caso, El tesoro de las islas de Cocos?

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Cocos Islands (o Keeling Islands), Australia (Google Maps)

Nunca imaginé lo difícil que se hace comprobar dónde transcurre una novela de 1950, poco conocida, cuando las pocas descripciones que aparecen hablan de una isla perdida en el mar, salvaje, inhóspita, todo así. Se complica todavía más si un resultado destacado de la búsqueda es la ficha de una edición del libro en la Biblioteca Nacional de Australia. ¿Por qué les iba a interesar tenerlo ahí, si se tratara de una islita costarricence?

Largo rato dando vueltas. Hasta que encontré lo más parecido a la salvación en un recuadro de la revista Boy’s Life de agosto de 1950 (¡gracias, Google Books!):

6 Boys' Life, agosto de 1950
Boy’s Life, agosto de 1950, fragmento de la página 29 (Google Books)

Ahí dice claramente que “Cocos Island is real, a tangled, uninhabitable mass of jungle, mountain, and surf off the coast of Ecuador”. La jungla suena poco a atolón; la montaña, nada (y también parece estar en la ilustración de tapa de la edición inglesa). Pero lo decisivo es la mención de Ecuador: todos sabemos que Ecuador es lo mismo que Costa Rica, pero no es lo mismo que Australia. ¡Problema resuelto! (A menos que uno dude de Boy’s Life, pero hay lujos en la vida que es demasiado tarde para darse.)

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Cascada en la one and only Isla del Coco. Foto por J Rawls en Wikimedia, licencia CC BY 2.0 Generic

Cát Bà

Empecemos por un acertijo. ¿Dónde queda este hotel?

5 Trip Advisor
Captura de pantalla de Trip Advisor

En cualquier parte, ¿no? Lo neutro sigue siendo neutro no importa dónde se plante. Aunque esa combinación de aire acondicionado y ventilador suena a otro planeta.

El hotel se llama Cannon Fort Cat Ba Hotel. Es un lugar destacado para los turistas que van a la isla de Cát Bà, a unos ciento veinte kilómetros de Hanoi, Vietnam.

5 Google Maps
Cát Bà en Google Maps

Los tiempos cambian, por suerte. Sería bueno saber cuántos veteranos estadounidenses de la guerra de Vietnam, ya viejos, se dan una vuelta para ver dónde eran esos bombardeos, dónde los emboscaban antes de que se dieran cuenta, dónde iba a parar el napalm. Y cuántos veteranos del Viet Cong andan por ahí, tal vez como guías turísticos, o pescadores, o bomberos jubilados.

¿Qué hay en Cát Bà para los turistas de ese hotel y tantos otros? Por un lado, las maravillas del paisaje y la aventura. Como estas aldeas flotantes de pescadores:

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Foto por Kris Martyn en Wikimedia, bajo licencia CC BY-SA 4.0 International

O rocas como esta, hechas para trepar:

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Foto robada de los jardines de Eudaimoniacs

Por otro lado, la memoria:

5 800px-Main_Corridor,_Cave_Hospital,_Cat_Ba_Island,_Vietnam
Foto por TomFitzhenry en Wikimedia, bajo licencia CC BY-SA 4.0

Este es un corredor del hospital cueva de Cát Bà, un complejo subterráneo de varios niveles al que iban los heridos de la guerra, y también un refugio para los líderes del Viet Cong. Resulta que Cát Bà fue uno de los lugares más bombardeados por USA.

La defensa de Cát Bà tenía centro en el Fuerte del Cañón (Cannon Fort en inglés), un lugar elevado desde donde se ve toda la isla. Para atraer a los turistas (por ejemplo los del hotel homónimo con el que arrancó este post), el Comité Mundial de Disneylandización rodeó los viejos cañones que quedan con muñecos soldado.

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Foto por Lilihenry en Wikimedia, bajo licencia CC BY-SA 4.0

Lo del Comité de Disneylandización es un chiste. Pero, sin ironía, alegra que haya paz en esa zona, y que los habitantes de Cát Bà tengan una oportunidad de vivir felices.

5 Langur_bandLos que tal vez no tengan esa oportunidad son los Trachypithecus poliocephalus, langures de cabeza blanca como el de la fotito de la derecha (por “18D ext2015”, Wikimedia, licencia CC BY-SA 4.0). Arrinconados en la isla, quedan menos de 70 ejemplares.

Encontré una foto mejor, también en Wikimedia, que asegura mostrar un langur de cabeza blanca en el zoológico Hellabrunn de Munich, y la reproduzco acá abajo. Pero no termino de creer que sea el mismo mono; aunque me gustaría, con esa cara de satisfacción que tiene. (Además del aspecto, una razón para dudar es que el langur de Cát Bà no aparece en la lista de animales que tiene el zoológico.)

5 Langur_de_cabeza_blanca_(Trachypithecus_poliocephalus),_Tierpark_Hellabrunn,_Múnich,_Alemania,_2012-06-17,_DD_02
Mono feliz, foto por Diego Delso, delso.photo, Wikimedia, licencia CC-BY-SA

Socotra

Ahí está Socotra, a la salida del golfo de Adén, en plena ruta comercial.

En Socotra crecen estos árboles maravillosos, los “sangre de dragón”. Los llaman así porque, además del aspecto excéntrico, tienen savia roja.

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Foto por Boris Khvostichenko, en Wikipedia, bajo licencia CC BY-SA 4.0

Y los “árboles botella”:

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Foto por Rod Waddington en Flickr, bajo licencia CC BY-SA 2.0

Y otras cosas raras, propias de un lugar aislado. Algunas, en peligro de extinción. Por muchas razones, para la UNESCO Socotra es parte del Patrimonio Mundial.

Pero Socotra también es parte de Yemen, que está en medio de una guerra civil en la que no se privan de participar varios países vecinos. En Yemen la gente se muere de hambre o de cólera o por los ataques aéreos. En Socotra la situación parece no ser tan grave, a pesar del par de ciclones (sin precedentes) que hubo en los últimos años, y de la presencia militar de Emiratos Árabes Unidos.

En cada lugar que veo aparece un número diferente de habitantes de Socotra: 60.000 por acá, 44.000 por allá, unos 50.000 en otra parte, y así. En inglés, los llaman soqotris. En castellano, no sé: socotrí es el idioma; sucotrino se aplica solo al aloe nativo de la isla.

Es un lugar que, en otra región, estaría repleto de turistas.

Hablando de socotrí, idioma semítico propio del lugar:

  • Un hombre recita poemas en YouTube (ahí dice que son poemas, pero no lo puedo corroborar):
  • Se puede leer online un libro con un corpus enorme de textos recogidos de la tradición oral (reproducidos de manera fonética y en traducción al inglés):
    4 Corpus of Soqotri oral literature

Como suele pasar con los lugares lejanos y poco conocidos, se hace difícil comprobar lo que uno encuentra online. Por ejemplo, dice en una página de Wikipedia en castellano que “Puesto que las mujeres de Socotra tienen prohibido abandonar la isla, es muy raro encontrar hablantes de socotrí en el Yemen continental”, pero en ninguna parte encuentro que esa prohibición a las mujeres sea verdadera. Mientras que, ya no sé dónde, leí que la gente del lugar se saluda tocándose las narices, y resulta que eso sí es cierto (o todo lo cierto que puede ser un dato así).

De este modo funciona el mundo. El grueso de lo que uno puede descubrir de Socotra está en las fotos, que se concentran en el paisaje, la flora, las dunas blancas. Para nosotros, desde acá, la Enciclopedia Universal de Socotra es poco más que esta página de Google Images:

4 Screenshot_2018-10-05 socotra - Google Search

Vulcan Point

Islas matrioskas. Islas cajas chinas. ¿Cómo puede ser?

Esta isla es Luzon. Pertenece a las Filipinas. En Luzon está Manila, la capital. (Las imágenes de este post vienen de Google Maps. En la última hice un poquito de trampa.)

3 Luzon

Al sur de Manila se ve una mancha más oscura. Zoom! Resulta que es el lago Taal. Entre el centro de Manila y el centro del lago hay unos 65 kilómetros. Dentro del lago se ve otra isla, formada por el volcán Taal. Esa isla mide unos cinco kilómetros de Este a Oeste:

3 Lago Taal

Zoom otra vez. Resulta que en la isla del volcán hay un lago más chico, el Lago del Cráter. De Este a Oeste, el nuevo lago mide algo más de un kilómetro:

3 Lago del cráter

¿Y si insistimos con el zoom? ¡Hay otra isla, todavía más chica! la isla Vulcan Point (la punta del volcán, digamos) mide unos ochenta metros:

3 Vulcan Point Island

Y no, no insistas, resulta que no hay ningún lago dentro de la punta del volcán. Debería alcanzarnos con que Vulcan Point sea una isla dentro de un lago dentro de una isla dentro de un lago dentro de una isla.

3 Vulcan Point Island 2

Debería. Pero qué tentador ir con un balde y hacer al menos un charquito ahí:

3 Vulcan Point Island charquito

¡Una isla con un lago que tiene una isla que tiene un lago que tiene una isla que tiene un charquito!

(Link a esta zona en Google Maps, para explorar por cuenta propia.)