Ruido blanco

26 Ruido blanco y estampa

Ruido blanco es una historieta con texto de María Eugenia Alcatena y dibujo de Muriel Frega, más música de Daniel Lanark. La publicaron las autoras, en edición independiente. Para quienes la compraron en preventa y en la presentación, vino acompañada por la estampa de “Nuestra Señora de las Migajas” que se ve a la derecha de la foto.

Tuve la suerte de escribir el texto de contratapa: “Lo que pasó, lo que nos cuentan, lo que entendemos: tres universos que, si se tocan, lo hacen en sitios inesperados. Eugenia y Muriel muestran el terror que espera por debajo de la propia vida. Habrá que evitar que nos guíe el recuerdo, parecen decir, y desconfiemos también de la percepción; pero no son ellas quienes vayan a proponer otros caminos. En Ruido blanco, imágenes y texto llevan el relato con precisión imposible para semejante mundo de neblinas”.

También estuve en la presentación, hace unos días, en un bar / teatro / lugar de cultura de Villa Crespo.

26 Ruido blanco, con Eugenia y Lanark
Con Daniel Lanark y Eugenia Alcatena, marcados por la proyección de la tapa de Ruido blanco, durante la presentación

Como Eugenia me pidió que dijera algo durante la presentación, escribí las notas que siguen. No la leí, no las recité, las usé como base para hablar. No es un texto prolijo y elaborado, pero bueno, es lo que hay:

Algunas descripciones se nos quedan en la cabeza para siempre. El género de terror está lleno de eso, con el poder extraordinario que da el miedo. La ciencia ficción tiene algunas así, como el comienzo de Neuromancer, de William Gibson: el cielo tiene el color de un televisor sintonizado en un canal muerto. La imagen vuelve a aparecer en Ruido blanco —tan importante como para apropiarse del título—, y es lógico porque Eugenia tiene ese mismo poder con la descripción. Ese poder vendrá de sus estudios medievales, de su manera de mirar, de una forma reconcentrada de encarar la escritura.

En especial, su manejo de la luz, la visión. No solo el cielo de Ruido blanco: las luces peculiares de Eugenia también están en sus cuentos, incluso los inéditos que tuve la suerte de leer. Por ejemplo:

“Poco a poco el sol encendió los cristales y proyectó el entramado de rombos y guardas amarillas sobre el salón. (…) El efecto se deshizo enseguida, la luz de la mañana desbordó los filamentos de plomo y disolvió los matices del vitral”. (De “Las moscas”)

“Desde el umbral de la cocina alcanzó a ver que un crecimiento de hongos había cubierto el mármol de la mesada y la pared, en una proliferación de costras y moho que respiraba con la ansiedad de un asmático. En el centro inmóvil del estallido refulgían los tres panes, intactos; la intensidad del resplandor la lanzó rodando sobre la espalda, arañando el aire con las garras”. (De “La vía de la ascesis”)

“La luz entraba a través de un hueco estrecho, en sentido horizontal, en lo alto de una de las paredes y por debajo de la puerta, una línea apretada por la que no alcanzaba a pasar un dedo. Era una luz sucia, que empastaba las cosas en vez de encenderlas: las irregularidades en el revoque, el polvo, los dibujos apretados en los bordes de las paredes y el techo, los rectángulos celestes, marrones, naranjas y amarillos que se entrelazaban en la lona que colgaba a uno de los lados”. (De “Las jaulas”)

La luz es central en Ruido blanco. Está menos descripta en el texto, porque se ocupa la imagen. Muriel retrató esas luces espectrales de un modo notable: en muchos momentos parece que lo que vemos es el negativo del paisaje (no de los personajes). El negativo de una foto.

Esto es más evidente todavía por contraste con la secuencia del ómnibus que está justo en el centro de la historieta. Y esa secuencia es justo la parte menos confiable de todas: el relato ambiguo, contradictorio, de un recuerdo de algo que no sabemos si pasó.

Es un mundo de neblina, como me dejaron escribir en la contratapa, pero retratado con la máxima precisión. Un mundo del que hay que desconfiar, porque todo puede ser diferente de lo que vemos, pero donde la vista viene a ser más o menos lo único que nos queda.

Una gran historieta, con recursos poco comunes. Vale la pena leerla varias veces, buscando en cada lectura, a propósito, una interpretación —una luz— diferente.

Author: Eduardo Abel Gimenez

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