Mi querida Lexikon 80. Mi padre me la compró, ya usada pero puesta a nuevo, cuando yo tenía catorce o quince años. Fue mi segunda máquina de escribir; la primera, una Lettera 22 que también conservo. Usé la Lexikon 80 durante unos veinte años, hasta que pude pasarme al procesador de texto.
Autor: Eduardo Abel Gimenez
Séptima entrega del Correo de Imaginaria. Revista Expreso Imaginario N° 36, julio de 1979. Ilustraciones de Resorte Hornos. Abajo va el texto digitalizado.

Los significados
Entre las muchas regiones de Imaginaria hay una, muy pequeña, a la cual se le suele llamar (…). Esta palabra, imposible de escribir y pronunciar, se dice levantando los hombros y poniendo el labio inferior un poco por encima y contra el labio superior, mientras se abren mucho los ojos. No se le conoce equivalencia oral, aunque muchas veces significa lo mismo que la frase “vaya uno a saber”.
Ocurre que ni los mismos habitantes de esa región tienen un nombre fijo para darle, por más que a lo largo de los años la hayan llamado de diez mil maneras diferentes. Es que su idioma conserva (a veces) los significados, pero nunca las palabras. Las palabras cambian todos los días.
Nadie sabe cómo consiguen entenderse, pero se entienden. Si hoy uno de ellos saluda con “Pies fríos” y otro contesta “Es tarde”, mañana el diálogo será: “Todo blanco” y “Mejor no”, mientras que ayer fue “Tengo miedo de la oscuridad” y “Tos”. El saludo es siempre el mismo, pero las palabras pueden ser éstas u otras que no se les parezcan en nada.
Cuando se pregunta a un habitante de (…) si esta rareza del idioma le trae algún tipo de dificultades, contesta algo incomprensible.
Se sabe, eso sí, que la sola idea de compilar un diccionario que contenga las palabras de su idioma los pone enfermos, los marea, les hace caer el pelo, estornudar, pedir agua para no ahogarse. Ni siquiera son capaces de imaginar un diccionario de significados, porque para escribir significados hacen falta más palabras, y allí las palabras envejecen tan rápido como los diarios.
Una vez, sin embargo, un grupo de científicos trató de pasar a la historia creando el primer diccionario de (…). Comenzaron reuniéndose muy temprano, para que las nuevas palabras estuvieran más frescas y así tener más tiempo para compilarlas. Pero apenas llegaban a la tercera página cuando ya había que empezar todo de nuevo. Entonces pensaron que tenían que encontrar un sistema mucho más rápido para procesar los datos, y recurrieron al gran Computador Central de Imaginaria.
Con mucha paciencia, alimentaron al Computador con significados puros, sin usar una sola palabra, apretando botones, moviendo perillas, construyendo teclas especiales, llenando cintas y cintas de memoria con todos los significados que fueron capaces de descubrir. No les preocupó el hecho de que este trabajo les llevara muchos años ya que los significados variaban muchísimo menos que las palabras, y estaban bastante seguros de que cuando terminaran todavía se conservarían sanos y frescos.
Finalmente movieron la última palanca, apretaron el último botón, y el computador procesó todos los datos en una décima de segundo, y los imprimió en una cinta de papel de varios kilómetros de largo.
Cuando vieron la cinta, los científicos se desesperaron. Estaba llena de los símbolos y ausencias de símbolos que el computador sabía usar, y en esos símbolos, y en esas ausencias de símbolos estaban todos los significados presentes en el idioma de (…), pero en realidad lo único que habían conseguido era inventar nuevas palabras. Palabras un poco diferentes de las comunes, pero palabras al fin. Al día siguiente, el primer diccionario de (…) era tan incomprensible como una novela de cualquier escritor de la región.
–Lo que necesitamos –dijo uno– es un resultado que sea inequívoco.
–Absoluto –dijo otro.
–Invariable –agregaron los demás.
Entonces estuvieron mucho tiempo pensando, hasta que encontraron la solución. Empezaron con la tarea de descubrir qué significados no variaban nunca, desechando aquellos que podían desaparecer con el tiempo, unificando los que en realidad decían lo mismo de diferente manera, eliminando los que podían resultar confusos, ambivalentes, parciales, tendenciosos, subjetivos, pasajeros o contradictorios, en la seguridad de que la existencia de tantos significados prescindibles era lo que complicaba las cosas. De este modo, y después de ocho años más de trabajo, llegaron a la conclusión de que con un solo significado englobaban a todos. Mejor dicho, que ese Significado en realidad era todos los significados, y alcanzaba para todo lo que un habitante de (…) pudiera percibir o imaginar.
Los científicos se abrazaron, hicieron un brindis, y uno de ellos, el más anciano, se acerco al gran Computador Central de Imaginaria y apretó una sola tecla. Casi instantáneamente, el Computador dejó caer un cuadradito de papel en cuyo centro había un punto.
–¿Qué cosa es más invariable que un punto? –dijo uno.
–¿Qué cosa es mas absoluta? –dijo otro.
–¿Qué cosa es más inequívoca? –agregaron los demás.
Inmediatamente, los científicos guardaron el cuadradito de papel en un cofre cerrado con varias llaves y regresaron a (…).
La noticia de su hazaña llegó a (…) varios días antes que ellos y los festejos fueron continuos. Todos los habitantes de la región estaban contentos, y nadie se puso enfermo, ni se mareó, a nadie se le cayó el pelo, nadie estornudó ni pidió agua para no ahogarse.
Al final de su viaje, los científicos encontraron una ciudad muy distinta de la que conocían, llena de banderas y gente que les daba la bienvenida. El alcalde organizó una fiesta en la plaza principal, después de la cual, ante la presencia de todos los habitantes de (…), los científicos sacaron las llaves y abrieron el cofre.
El más anciano tomó el cuadradito de papel, y se lo dio al alcalde. El alcalde lo miró, lo dio vuelta, lo pesó ante la mirada de todos, lo dobló, lo desdobló y lo entregó otra vez al científico más anciano, diciendo la palabra imposible de escribir y pronunciar. Desde lejos se podía ver que estaba muy nervioso. El científico más anciano miró el papel, lo dio vuelta, lo pesó, lo dobló, lo desdobló y lo entregó a los otros científicos, repitiendo: “(…)”. Los otros científicos, uno por uno, una y otra vez, hicieron exactamente lo mismo, llenos de angustia.
En el papel había sólo un punto, que como todos saben no significa nada.
[Nota de 2018: Quien quiera encontrar algún parentesco con The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy y la computadora que llegó al número 42 como la respuesta a la vida, el universo y todo, tenga en cuenta que la novela se publicó por primera vez unos meses después que este texto. Los primeros seis episodios del programa de radio son del año anterior, aunque no sé si incluían eso del 42. En cualquier caso, podemos pensar tranquilos que ni Douglas Adams se inspiró en mí, ni que yo me inspiré en él.]
Sexta entrega del Correo de Imaginaria. Revista Expreso Imaginario N° 35, junio de 1979. Ilustraciones de Resorte Hornos. Abajo va el texto digitalizado.

Calendarios
En Imaginaria se conoce un calendario por cada estrella del cielo. Por lo tanto, no sólo hay muchos calendarios en un mismo lugar, sino que además los calendarios del hemisferio sur son totalmente diferentes de los calendarios del hemisferio norte, y hay que ver lo que pasa cuando un imaginariano viaja de uno a otro, y quiere que sus domingos sean domingos, cuando se han reducido a lunes.
En realidad, este es el menor de los problemas que trae tanta abundancia de calendarios, y ni siquiera hablamos de sus ventajas. Pero es un tema por el cual no vale la pena preocuparse, a menos que uno sea imaginariano.
El espectador
En Imaginaria hay un oficio más antiguo que todos los oficios, tan antiguo que el primero que lo ejerció fue el primer imaginariano que se sentó a mirar a su alrededor.
Se trata del oficio de espectador.
Por ser el más antiguo, es también el más perfeccionado, el más respetado por todos, y el que menos maestros verdaderos reconoce. Es difícil encontrar un Auténtico Espectador, de esos que tienen tras sí padres, abuelos y veinte generaciones más de Auténticos Espectadores. Cualquiera puede ser aficionado, y casi todos lo son, porque parece fácil, pero adentrarse en el arte de Mirar y Recibir requiere más de una vida.
La visita de un Auténtico Espectador se anuncia en los pueblos de Imaginaria con semanas de anticipación, para que nadie se lo pierda, y es así que el Espectador debe ir cuatro, cinco y hasta diez veces a un teatro, de modo que todo el mundo tenga la oportunidad de ser visto por él.
El Auténtico Espectador se sienta y adopta una actitud tal que nadie repara en él. Si uno no sabe que está presente, puede pasarse días a su lado sin notarlo. Pero es tanta la publicidad que lo rodea, tanto el dinero que gana, que la tentación de quedarse frente al punto (casi vacío) que él ocupa es irresistible, tan irresistible como la tentación de transformarse en espectador del Espectador.
De ese modo, los músicos, los actores, los ilusionistas, los bailarines, ceramistas, poetas, prestidigitadores, pintores, dibujantes, escultores, atletas, se amontonan a las puertas de donde él se encuentra, discuten, pelean, muestran sus trucos, sus obras o sus cuerpos para conseguir una entrada. Y aquellos que obtienen un aplauso, o una mirada de aprobación, y hasta una palmada en el hombro, del Espectador, vuelven a sus casas con el corazón apurado y las piernas temblorosas.
Después, los espectadores aficionados del pueblo los persiguen a la busca del detalle que el Auténtico Espectador supo ver, el detalle que una vez descubierto pueda transformarlos también en Auténticos Espectadores.
Leyenda
Se dice que en Imaginaria vivió un animal sin nombre que tenía un espejo en el lomo y pasaba los días y las noches viendo el cielo en sí mismo. Pero el cielo cambiaba muy poco y casi siempre mostraba las mismas cosas, de modo que el animal se aburría, y sólo quería encontrar nuevas cosas que reflejar, y vagaba por muchos países. Era difícil verlo dos veces en un mismo lugar.
Se dice también que por aquel entonces había un pájaro cubierto por las más hermosas plumas, tan hermosas que donde el pájaro aparecía no salía el arco iris. Además, se lo veía hacer piruetas que ningún pájaro era capaz de imitar, subía y bajaba de las nubes a la tierra en un segundo, se dejaba caer hasta la altura de un pelo y después trepaba otra vez, volando con un ala, volando hacia atrás, hacia los costados, dejando figuras geométricas en el aire.
Sin embargo, no se veía que el pájaro fuera feliz, aunque todos los admiraran, aunque se reunieran multitudes de animales para presenciar su vuelo.
Ocurría que el pájaro quería verse a sí mismo, porque hasta ese momento era el único que se había perdido tan grande espectáculo. Había probado ya el ver su reflejo en un lago, pero el agua se movía y le mostraba alas deformes y juegos absurdos.
Fue así que el pájaro y el animal que tenía un espejo en el lomo no tardaron en encontrarse, y desde entonces anduvieron juntos por todas partes.
El pájaro volaba sobre el animal y se veía a sí mismo, y de ese modo perfeccionó aún más sus piruetas, y el color de sus plumas fue más brillante, porque las cuidaba más que nunca. El animal no se cansaba de verlo y reflejarlo y ver su reflejo como si el pájaro volara dentro de sus entrañas.
Para muchos la historia termina aquí, y ambos vivieron felices, cada vez más perfectos, el uno para el otro y el otro para sí mismo. Pero parece que mucho tiempo después empezaron a extrañar el mundo y las cosas que había hecho uno y reflejado el otro, y así volvieron a ir por distintos caminos.
Del animal que tenía un espejo en el lomo se sabe poco. Hay quien supone que encontró a otro de su misma especie, y entre amor y amor se reflejaron entre sí, enfrentaron sus espejos y miraron el infinito.
El pájaro volvió a su lago, al reflejo de alas deformes y juegos absurdos. Allí se reunió otra vez la multitud que lo admiraba y que tanto lo había esperado, y tuvo la comprensión y el amor de todos.
Pero en poco tiempo perdió toda su belleza y la belleza de su vuelo. Murió antes de lo esperado, a la orilla del lago, un puñado de plumas arrugadas, porque el amor y la comprensión de los otros no reemplazaron la comprensión y el amor de sí mismo.
Lado 1, tema 7 del cassette Juegos imposibles
Letra, música e instrumentos por Eduardo Abel Gimenez
Voz por Cecilia Gauna
Grabado en Estudio Tubal en enero de 1983
Grabación y mezcla: Lito Vitale
Imagen: The Flammarion engraving (Wikipedia)
La tercera y última canción (con letra) del cassette. Otra vez con la voz de Cecilia Gauna. Aquí también metió mano SADAIC: oficialmente, el título de la canción es “Tu imaginación no pide perdón”, porque ya había otra canción titulada “Tu imaginación”.
Además de guitarra y charango hay unas notas del Polimoog que Lito Vitale tenía en el estudio. Me moría por usarlo, y esta fue la oportunidad.
La letra está en la tapa del cassette. Acá, el cassette suelto, con la etiqueta pegada a mano porque era más barato que imprimirla:
Lado 1, tema 5 del cassette Juegos imposibles
Letra, música, instrumentos y voz por Eduardo Abel Gimenez
Grabado en Estudio Tubal en enero de 1983
Grabación y mezcla: Lito Vitale
Imagen: Manhattan (Wikipedia)
La única vez en todo el cassette que me animé a cantar. Hay dos guitarras y una flauta. La letra se puede leer acá.
Lado 1, tema 4 del cassette Juegos imposibles
Letra, música y guitarra por Eduardo Abel Gimenez
Voz por Cecilia Gauna
Grabado en Estudio Tubal en enero de 1983
Grabación y mezcla: Lito Vitale
Imagen: Wheat Fields after the Rain (The Plain of Auvers) , Vincent Van Gogh (Wikipedia)
La primera de tres canciones con letra que incluye el cassette. La canta Cecilia Gauna, amiga de muchos años con quien formamos un dúo musical entre 1977 y 1984. Toqué la guitarra. El título en realidad era “Encuentro”, pero cuando fui a SADAIC a registrar todos los temas me dijeron que ya estaba usado y lo tuve que cambiar (en esa época no podía haber en la Argentina dos temas con el mismo nombre).
Las letras de esta y de las otras dos canciones del cassette están en la tapa (se pueden leer viendo la versión grande). La grabación salió en directo de la primera y única toma.
- Una de las veinte fotos que se pueden ver en el sitio del Archivo General de la Nación. Sí, a este tamaño. Nada de ampliar
Fui a curiosear el sitio del Archivo General de la Nación. Apena la escasez de material que se puede ver online. En lo que llaman “galería” hay unas veinte fotos en baja resolución, otras veinte páginas de escritos históricos, exactamente ocho videos, y en cuanto a mapas… Bueno, no, el link a mapas, en la galería, no anda. La sección “publicaciones” tiene PDFs de los libros que publicó el AGN: algunos índices, tratados sobre los distintos fondos documentales, catálogos de exposiciones, los once números de la revista Legados.
¿No hay más cosas digitalizadas? ¿O no se toman el trabajo de subirlas online?
Por suerte se me ocurrió buscar en YouTube. Ahí sí, el AGN tiene un canal con cantidades de videos: una delicia tras otra.
En 1959 yo cumplí cinco años, así que era un poco chico. Pero años más tarde me pasé muchas mañanas de domingo en el Parque Rivadavia (o Lezica), sobre todo intercambiando discos. El video es corto y genial, sobre todo la última frase del locutor en off: “estos futuros astronautas de fines del siglo XX”.
Sí, son todos varones. ¿Qué esperabas de 1959? En realidad, hay una nena. Aparece medio escondida en el segundo 15. Pero ella no mira revistas, por supuesto; está fascinada (o asustada) con la cámara.
Yo también anduve por Córdoba de mochilero, hacia 1971. Ese gesto para hacer dedo, en estos tiempos de porno omnipresente, ya no se puede hacer más. Del texto se destaca esa mochila “soliviantada por la potencia de los sueños”.
Ni hace falta decirlo: otra vez todos varones. Y bueno, las chicas no hacían eso. Pobres ellas, pobres nosotros, por tantas cosas que nos perdimos.
¿Y las fotos del AGN? En Wikimedia.org hay una categoría con 670 imágenes. Esta me era conocida:
- La locomotora La Porteña, primera en andar por Buenos Aires
Resulta que esta foto está en la historia de Ramos Mejía que escribió mi padre (libro que se puede leer entero online, siguiendo ese link).
- Página 25 de Aquel Ramos Mejía de antaño, de Eduardo Gimenez (mi padre). Ahí la foto se atribuye a un Cuaderno de Buenos Aires
Entre principios de los noventa y alrededor de 2007, antes de que uno pensara que estas cosas debían estar online, mi padre fue montones de veces al Archivo General de la Nación a buscar documentos. Era difícil encontrar algo sobre Ramos Mejía, incluso para él que tenía claro cada cosa que andaba buscando. Una sola vez fui con él al AGN, con mi camarita digital, a fotografiar la sucesión de Doña María Antonia Segurola de Ramos Mejía.
- Mi padre, por entonces con 83 años, en el Archivo General de la Nación (2007)
También lo acompañé a la Biblioteca Nacional y al Archivo Histórico de la provincia de Buenos Aires, en La Plata.
- Mi padre en el Pasaje Dardo Rocha, La Plata (2007). No le gustaba que le sacara fotos
Mi padre publicó su libro en 1995, pero después siguió investigando y escribió diez “Cuadernos de Ramos Mejía”, como los llamó: escritos más breves, de los que hacía unos diez o quince ejemplares artesanalmente, para distribuir en ciertas bibliotecas. Una culpa comparto con el AGN, aunque en dosis mucho menor: tampoco esos “Cuadernos” están online. En vida, mi padre no quiso que los subiera. Ahora, a casi nueve años de su muerte, podría empezar a hacerme cargo del tema.
Volviendo entonces al AGN: hay que recordar que en estas cosas Google Images suele ser nuestro amigo. La búsqueda “archivo general de la nación argentina” fotos (con la palabra “fotos” fuera de las comillas) da resultados más o menos infinitos.
Mientras seguimos lamentándonos por la falta de material digital, y solo porque nos gusta sufrir, podemos darnos una vuelta por las decenas de miles de fotos de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (en Flickr). O la colección online del British Museum, con más de un millón de registros que incluyen imágenes.
O bueno, que no todo sea protestar. La Biblioteca Nacional tiene un montón de material online. El Instituto Ravignani, también. Y hay más. La cosa es tener paciencia para andar buscando.
- Fuente: Wikipedia
Por favor, dejá lo que estés haciendo y mirá este video de siete minutos del Weather Channel. Yo sé lo que te digo.
Bueno, si no lo viste, te lo resumo rápido: en un estudio del Weather Channel, un presentador (¿un meteorólogo?) habla del tornado que se ve en la pantalla gigante del fondo. Terribles vientos. Entonces cae un poste de electricidad, en medio del estudio, y casi le pega al presentador. Pronto, un tronco que vuela se clava en una pared del costado. Y al minuto siguiente el presentador tiene que esquivar un auto que, arrastrado por el tornado, aterriza destruido. No es todo. El presentador huye. El tornado, ya encima de nosotros, rompe la pantalla gigante, que resulta ser una ventana, y voltea la cámara. En la oscuridad, refugiado quién sabe dónde, el presentador dice unas últimas palabras.
Si la descripción te parece poco interesante, anda a ver el gif con que arranca la página donde me enteré del video de arriba (no me deja reproducirlo acá).
Claro, no está mejor hecho que unas cuantas películas y series que venimos viendo desde hace añares. Pero hay dos diferencias: la primera y principal, que no nos avisan que estamos viendo una ficción. Esto es un estudio de televisión verdadero, nos dicen las primeras imágenes; no hace falta que lo digan explícitamente, es el pacto tácito que tenemos con ese tipo de situaciones. Cuando nos damos cuenta de que hay efectos especiales, todavía creemos en el estudio real, al que pensamos que le superponen ciertos trucos. Es más tarde que descubrimos que el estudio entero es ficticio.
La segunda diferencia es que el video está hecho con el Unreal Engine, una herramienta usada para hacer juegos. Acá se ve de qué era capaz ya este motor en 2015:
Qué rara es esta época. Pasé horas mirando escenarios creados con el Unreal Engine. Pero nunca, ni siquiera de lejos, me encontré con un tornado de verdad, en persona, en la vida real.
El tornado es parte de un folklore que tenemos incorporado a través de los medios. El tornado como catástrofe, como atracción, y hasta como actitud.
Esto es lo más parecido a un tornado que suelo ver en las calles de Buenos Aires. Un Volkswagen color Rojo Tornado. Sé que se llama así porque una amiga no se pudo resistir cuando le nombraron el color: “Era gris, negro o rojo tornado. ¿Qué otra cosa podía elegir?”. Tiene razón.
No debe ser casual que el auto del meteorólogo, en el video de arriba, sea rojo tornado.
En cualquier caso, los autos rojos, incluso los rojos tornado, también terminan siendo cliché. No tanto como los grises, obvio. Da la impresión de que si alguien no quiere un auto gris, tiene que ser rojo. ¿En qué momento pegamos esa curva tan equivocada? No siempre fue así:

No solo hay que soportar los autos en la ciudad; además, tenían que ser todos iguales.
En 2005 escribí un poema sobre los autos que pasan, que copio acá abajo. Triste como termina siendo, ahora me parece optimista en cuanto a los colores. Luego, en 2007, le hice música. Quien tuvo paciencia con el video del tornado tal vez tenga paciencia con el audio. Quien no, a lo mejor sigue leyendo. (La música no dura quince minutos como me está diciendo el reproductor en este momento; apenas cuatro.)
Pasan autos
Pasa un auto gris,
pasa un auto rojo,
pasa un auto blanco,
pasa otro auto rojo pero más oscuro que el segundo,
pasa otro auto gris pero más claro que el primero,
pasa una camioneta celeste,
pasa un auto medio turquesa
(el color de los azulejos del baño en la casa de mi infancia),
pasa un taxi amarillo y negro,
pasa otro auto gris pero más oscuro que los anteriores,
pasa un auto bordó,
pasa un auto verdoso
(antiguo, de esos que tienen el techo revestido de algún plástico negro),
pasa otro auto gris medio oscuro aunque ya no lo puedo comparar con los de antes,
pasa un auto amarillento
(el color que mi madre suele llamar “marfil”),
pasa el auto violeta que suelo ver cuando vuelvo de llevar a mi hijo a la escuela,
pasa otro auto de un rojo más puro y claro que los anteriores,
pasa otro auto blanco,
pasa un auto negro o tal vez gris muy oscuro,
pasa un colectivo de varios colores entre los que domina el celeste,
pasa un auto gris como tantos otros,
pasa un auto azul recién salido del mar,
pasa otro auto bordó,
pasa otro auto bordó más,
pasa un auto gris claro con un parche más oscuro en el guardabarros delantero izquierdo,
pasa un auto verde,
y en cada auto hay alguien que sigue de largo.